Poema I

Es tarde, de noche y
el cielo despejado
deja contemplar la Luna.

Está llena. No escucho aullidos.
Parece que el hombre lobo
se fue de vacaciones.

La admiro a través de
los cristales de mi
ventana. Y pienso:
¿acaso también la
estarás observando?

Será tal vez nuestra forma
de comunicarnos. Serán quizás
nuestros vasos comunicantes
de esta compleja historia.

La miro, la esquivo,
levanto nuevamente
la mirada. Y sigue ahí.

Esclava de unos hilos invisibles
que la sostienen.

La miro. Y ahora ella me mira.
Parece el ojo inquisidor
de un cielo inmenso, perpetuo.

¿Qué estará pensando?

Siento que me reflejo en ella
que me aprisiona, de a pocos,
con gracia, para no asustarme.

Trenza sus hilos en mi cuerpo,
tira de ellos y levito, me alza.

La sensación de vacio me inquieta.

Presiento el vértigo, rodeándome,
acariciando mis piernas
que vuelan como una pluma
que huyó de la paloma.

Me mira, me reconoce
y logra sentir que su soledad
se aleja.

Me mira, me abraza
y logro escuchar
que el silencio no cesa.