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- Compruébalo.
- No voy a bajar allí.
- ¿Cuál es nuestro trabajo?
Mike se alejó el tubo del teléfono de la cara, maldijo a su interlocutor y después regresó a la conversación:
- Controlar los depósitos.
- Muy bien- dijo Gerardo, del otro lado de la línea- Así que ya sabes que hacer.
- Sí, pero resulta que el sonido viene de entre el depósito 15 y 16. Si llega a ser en el 16…
- Si es en el 16, abres la puerta, chequeas que no haya ratas, la cierras con llave y asunto arreglado.
- ¿Y si hay ratas?
Por un segundo, gracias al silencio, Mike pensó que Gerardo no sabía qué decir. Sin embargo, el hombre continuó:
- Si hay ratas llamas a Carlos. Él sí puede entrar al 16.
(Perfecto. Carlos. Lo que me faltaba)
Después Gerardo preguntó por los otros depósitos y Mike le dijo que no había escuchado ruidos en ninguno. Gerardo tampoco lo había hecho en los suyos, los tranquilos depósitos del patio oeste, a ocho kilómetros de allí. Mike siempre había envidiado a Gerardo por los trabajos que el tocaban.
A él le habían asignado, entre otros, el maldito depósito 16.
Desde la garita de seguridad, que se elevaba unos veinte metros sobre una torre, miró los largos depósitos que parecían cajas gigantescas. Cada uno tendría unos diez metros de largo, por cinco de ancho. Formaban, como estaban dispuestos, caminos rectos y perpendiculares unos con otros.
Las ratas habían sido un problema desde octubre, cuando los calores empezaron a fomentar la reproducción roedora. Al principio solo habían encontrado dos ratas viejas y gordas en el depósito 2. Ahora ya llevaban 20, y contando.
Así que Mike tomó su linterna, comprobó que llevaba su revolver reglamentario (podía colarse algún vagabundo peligroso) y salió de la garita.
Bajó las escaleras con el frío aire del campo pegándole en la cara como cachetazos gélidos. ¿Por qué diablos hacía tanto frío en esa época?
Tomó el camino de los depósitos, deseando no estar allí, imaginándose en su casa, con su esposa, con su perro… no con Daniel, a Daniel no lo quería. Desde que su cuñado había ido a vivir a su casa, las cosas con Cristina iban de mal en peor. Caray, parecía querer más a su hermano que a su esposo.
Avanzó por el camino de graba. Sus pisadas resonaban más de lo que quería. Todas las sombras creaban contornos fluidos y rectos al mismo tiempo, como garabatos arabescos. La parte más alta de los primeros depósitos parecían columnas góticas, y la sombra de la noche escondía celosamente sus contornos y dejaba vagar la imaginación.
Ciertamente era una noche cerrada, y la luz provenía en gran parte de la linterna de Mike. Habían instalado, no hacía mucho, dos reflectores, pero se habían equivocado con la (maldita) fuerza de las luces. El resultado era casi cómico: dos reflectores a veinte metros de altura, apuntando a los depósitos, como lunas tras pesadas nubes. Su luz era tan polvorienta que no servía para nada.
(Ratas, malditas ratas)
Llegó hasta el depósito 15 y apoyó su oído contra la puerta.
Nada. Silencio.
Tanteó el picaporte. Cerrado. Tal y como lo había esperado. Porque Mike no era un hombre con suerte, y si los ruidos venían de algún lado…
¡Bingo!, ¿qué me gané, Johnny?, ¡pues una entrada directa al depósito 16!, ¡Dios mío!, ¡sí, exacto, el único de los 51 depósitos que estaba cerrado para todos menos para las cabecillas, el único con doble traba, el único con refuerzos automáticos en las paredes!, ¡no digan que este no es un juego divertido!
En efecto, los ruidos provenían del 16. Mike soltó una carcajada irónica.
(Hasta acá llega mi heroísmo, Johnny)
Marcó en su teléfono móvil el número de Carlos:
- ¿Sí, Miky?- preguntó Carlos.
- Señor, tenemos un problema.
- ¿Qué pasa?, no me des estos sustos.
- Hay ruidos en el 16.
Silencio del otro lado de la línea:
- ¿Señor?
- Si, si, te oí… ¿seguro que no es el 15?, fíjate en el 14, quizás….
- No señor, estoy en la puerta del 16 y estoy seguro que el ruido viene de ahí. ¿Qué quiere que haga?
Otra vez silencio. Si Mike no pudiese escuchar la respiración de Carlos, diría que la comunicación se había colgado:
- ¿Se…?
- ¿Tienes la llave del depósito?
- Sí, pero…
- Escúchame… muy bien, salgo para allá, pero no creo que llegue a tiempo. Desde luego que no hay que avisarle a al señor Assus sobre esto, ¿bien?
- Claro, yo…
- Lo que vas a hacer es dejar tu revolver en la puerta, entrar al depósito, echar una mirada y volver a salir. Nada más. Escúchame bien. Veas lo que veas, sal del depósito y cierra la puerta. Pero tienes que estar seguro de que adentro HAY algo, ¿entiendes lo que te digo?
(Está loco):
- Claro… pero, el revólver… ¿y si son ratas?
- Créeme… allí no hay ratas. Voy en camino. Haz lo que acabo de decirte.

Matías “Mike” Baigorria estimaba demasiado su trabajo para dejar que las historias le influyeran. No importaba lo que dijeran sobre el 16.
Dejó su revólver en el suelo, buscó la enorme llave del depósito y cuando la encontró, sintió un instintivo impulso de arrojar la llave lejos y salir corriendo. Correr, no importaba a dónde, simplemente correr.
En lugar de eso, abrió la puerta.
(Maldito Carlos)
Adentro del depósito 16 hacía calor. El golpe fétido sacudió su cara y casi le provoca nauseas.
Apuntó el haz de luz de su linterna hacia arriba y hacia abajo, barrió de izquierda a derecha. No encontró nada fuera de lo común en los depósitos: cajas, estantes, extraños objetos como candelabros.
Era algo en el olor. Había algo malo con el olor del 16.
Entonces se concentró en el suelo. Después de todo, si había ratas, tendrían que estar allí. Los depósitos no tenían vigas en el techo, así que, como mucho, estarían sobre las cajas, moviendo sus raquíticas y despreciables colas. Mike nunca las odió tanto como en ese momento.
El silencio allí era algo viscoso, como un barro. Mike sintió que se le helaban los huesos, no de temor, sino de algo más… algo sustancial que se escondía en todo el aire que respiraba.
Definitivamente los cuentos tenían que ser verdad.
Avanzó con las piernas temblándole, como si fueran de papel. No quería estar allí.
Entonces su luz inquieta alumbró algo que lo dejó sin habla. Había, contra una esquina del depósito, lo que parecía ser una base cilíndrica de metal, adosada al suelo por medio de enormes cables rojos.
De esta base surgía un tubo de vidrio que estaba partido y todo el líquido verde que aquella cosa había contenido, se había derramado por el suelo como una especie de baba asquerosa.
Mike no supo qué hacer y las palabras se trabaron en su boca. De allí venía esa fetidez, que en ese momento se hizo más intensa.
Suerte para él, no tuvo que aguantarla demasiado tiempo. Algo se lanzó a su espalda y lo tiró al suelo. La linterna rodó hasta quedar pegada a la baba verde, y no alumbró la escena espantosa que tenía lugar dentro del depósito 16.

Mientras moría, Mike pudo darse vuelta (aún con la bestia en su espalda) y vio otra cosa. Es un gran dolor sentir confusión antes de morir, pero eso fue lo que ocurrió.
Vio a Carlos vestido de negro, con su inmutable elegancia, acompañado de otros dos hombres con maletines negros. Había también dos profesores y tres científicos hablando y discutiendo. Pero lo principal eran esos tres hombres de negro, con maletines y rostros pálidos.
Dones Nadie.
Antes de morir, Mike escuchó la voz de Carlos:
- Nunca- dijo- Vuelvan a olvidarse de darle de comer. No trajimos un dragón del otro lado solo para que se coma a nuestros empleados.

Texto agregado el 19-11-2009, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-11-2009 Muy buen cuento. Va mi voto. Saludos. Gatocteles
19-11-2009 MUY INTERESANTE , SOLO TINES QUE SEPARAR LOS PARRAFOS SI TE INTERESA. HAKOVICH
19-11-2009 Bien. Muy bien. Excelente habilidad de recursos cuentísticos y literarios para mantener en todo momento la incertidumbre "in crescendo" y terminar con un final digno del desarrollo. Te felicito. 5* rolox37
19-11-2009 CIencia ficción y terror. Buena combinación oara hacer un cuento entretenido. fulana
 
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