Amor, era la única palabra oculta tras sus ojos cuando se observaban en silencio. Él la amaba y ella cumplía imitándolo. Tenían suerte como jamás llegarán a saberlo, de sentir el uno lo mismo que el otro y encima poder disfrutarse mutuamente…ellos tenían un amor que a cualquiera causaría envidia.
Diríase que todo era perfecto. En efecto lo era, mas, el destino, aburrido y cansado de tanto bien, de tanta lección fácil, decidió hacer sus jugarretas y con perfecto trabajo, sublime que a simple vista no parecía haber hecho nada, pero sólo era un disfraz, comenzó a maquinar una de las enseñanzas más difíciles en la vida de los hombres.
Ella volvía de su trabajo, como de costumbre, con un exagerado deseo de verlo a él: se bajó del auto, cruzó la calle y ya en la puerta revisó sus documentos, faltaba el más importante: la foto de aquel a quien amaba tanto, su recuerdo constante de que el amor sí existía y aunque nada más aprendiesen en su vida daba igual, porque lo único real y digno de valorarse, para ellos, era que se amarían hasta el final de sus días; volteó para ver si la foto estaba en la calle. Tuvo suerte, pues ahí estaba; una suerte efímera y maldita. Tomó la foto, viéndola como si la desconociera, como si no supiese quién llenaba ese cuadro y ahí, con tanto adentro, con tanto amor, demasiado para este mundo, su corazón explotó y en un último aliento sólo atinó a decir “te amo”. La gente a su alrededor reaccionó al instante. Llegaron ambulancias, paramédicos y todo cuanta ciencia médica para reanimarla, pero eso era una tarea imposible. El amor que guardaba dentro no podría vivir en este mundo acostumbrado a su versión artificial; daba igual lo que hiciesen o dejasen de hacer, ella volvería a abrir sus ojos para cerrarlos nuevamente.
Entre la gente y sus susurros se oía el silencio de alguien reacio a aceptar la realidad, porque de entre todos era al único que en verdad le competía, le afectaba. Se acercó temblando, con los ojos brillantes y los párpados a medio cerrar; la tomó, sintió un gran dolor al darse cuenta de que sus manos, las de ella, estaban frías, supo entonces y sólo entonces que su historia había terminado y que ésta no era como en los cuentos de hadas...él ya no podría darle vida con un beso, un simple beso no sería suficiente. Lloró sobre su rostro pálido, sintiendo un calor artificial: el de sus lágrimas tibias al caer. Ella ya no estaría al atardecer; ella se quedaría ahí tirada, sellando para siempre las palabras que a él daban energía y ganas de seguir.
Nadie sabría jamás que sus últimas palabras fueron “te amo”, porque el amor es así, es un sueño que juega a mezclarse con una realidad en exceso cruel y esta realidad tiene el poder de hacer despertar. No importa lo que ella haya dicho o la fuerza con la que él la hubiese querido de vuelta, ella se quedaría para siempre así…deseándole que sea feliz.