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El soltero, solo en la madrugada, repasa una y otra vez los canales de televisión: timos legales, pornografía regional y videntes analfabetas. Hace garabatos en una revista, manipula una servilleta de papel, barre las migas de la mesa con la mano y vuelve a echar una ojeada al televisor cuando una voz femenina grita la palabra "pene".

Siente cefalea y una melancolía física, sin razón de ser, más parecida a la nausea que a la pena; síntomas desagradables a los que su pensamiento se adapta actualizando viejas amarguras. Se resiste a regodearse en ellas, sólo al principio; al final cae en la tentación. Lo que quiere evitar a toda costa es el aburrimiento.

Al soltero le gustaría dormir, sí, pero está demasiado cansado para quitarse las lentillas, ponerse la camiseta vieja, apagar las luces y emprender la marcha al dormitorio. Decide recostarse en el brazo del sofá y rumiar un poco más sus obsesiones.

Se queda traspuesto y sueña. Camina apresurado, en compañía de una persona. Sabe que ha cometido una gran ofensa y alguien les está buscando para castigarles. Huyen a pie, por el arcén de una autovía.

El soltero aguanta bien el paso pero no su acompañante. Debe detenerse y mirar atrás. Entonces reconoce a su madre. Aparece muy anciana y casi del todo impedida, como un pelele, una vieja que se parece a todas las demás. Apoya el peso de la vieja sobre el hombro porque se queja de dolor.

No es de noche pero hay luna; un color ambarino, que no procede de ningún punto, ilumina tenuemente el cielo. El paisaje es monótono. Campos de cultivo recién arados, piedras que delimitan las lindes y carretera. Se levanta una brisa helada que se cuela entre la ropa. El soltero abraza a su madre para reconfortarla.

Caminan por el estrecho arcén haciendo crujir la gravilla. Hay rocío en las gramíneas de la cuneta y no quieren empaparse los pies. Tiene la sensación de haber recorrido muchos kilómetros sin descansar. No hablan entre ellos; no parece oportuno. La vieja apenas puede mantenerse en pie.

El soltero se impacienta por la debilidad de su madre y le increpa con malos modos. Le parece ver por el rabillo del ojo el fogonazo de unos faros que se acercan por la espalda. Quiere correr pero lleva una carga muy pesada. Está confuso. Hace callar a la vieja que se sigue quejando y aguanta la respiración. Oye un motor pesado, grave, parecido al de un camión.

Siente pánico. Corre sin esfuerzo, cada vez más y más rápido hasta no sentir el contacto con el suelo. Planea a pocos centímetros del asfalto. El paisaje parece derretirse hacía su espalda. Los campos áridos se van salpicando de verde y la carretera se estrecha hasta ceder su espacio al bosque. Se detiene y se adentra en él.

El día ahora es muy soleado pero el soltero no siente calor. Ha llegado a la ribera de un río. Decide descansar sentándose en una piedra blanca y redondeada. Se siente feliz y contempla.

Los remolinos del río destellean y le arrullan. Oye zumbidos de insectos. Las hojas de los chopos chocan en oleadas que se extienden por las copas, a lo lejos. Los colores son tan intensos que todo parece estar hecho de papel charol.

Cae en la cuenta de que ha dejado atrás a su madre. Este hecho no le perturba demasiado; se siente seguro allí. El viento sopla más fuerte. Se tumba en las piedras pulidas y al apoyar la cabeza, siente un pinchazo en la nuca. Trata de ignorarlo, no es doloroso. Mira al cielo, ¿dónde está el sol? Hace calor pero no ve el sol allí arriba. El extraño objeto en la nuca resulta cada vez más molesto. Se incorpora para retirarlo.

El soltero acaba despertándose. Se ha dormido en el sofá, boca arriba, con el mando a distancia de almohada. En la televisión, una señorita en una incómoda postura es penetrada por dos hombres que nunca dan la cara. La película está doblada, los jadeos no son de excitación, sólo rellenan el silencio. Al soltero le desagrada mucho la escena en ese momento. Apaga el televisor.

Ahora puede oír con claridad el ruido de la caldera de gas. Debería apagarla antes de ir a la cama, ya hace demasiado calor para estar en invierno. Repentinamente, tiene la certeza de que ha llegado a soñar algo bonito. Se esfuerza en asociar ideas pero ha pasado demasiado tiempo desde que despertó. Las imágenes se han esfumado pero han dejado una estela emocional: una tranquilidad avergonzada, como si una deuda hubiera sido perdonada, pero no restituida. Si el soltero creyera en los sueños intentaría averiguar qué intenta decirle su inconsciente. Debe meterse en la cama antes de desvelarse. Los sueños no tienen intención.

Texto agregado el 18-11-2009, y leído por 159 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-11-2009 Me gusto mucho… tienes mucha razón los solteros se la pasan masturbándose jajaj... tienes mi 5 andresmartin
 
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