Vivía él en un cuarto, el de ensueño para cualquier persona desvanecida por el tiempo, tenia tan solo la cama donde dormía, un escritorio, y miles de papeles desordenados por todo el cuarto, en unos habían dibujos, en otros escritos, y un montón de periódicos que le recordaban que aún el mundo continuaba fuera de su cuarto.
Estaba ya cansado de estar tan solo, de saber que su único confidente era el mismo, maldecía a su soledad a cada instante, envidiaba a la gente formal, a la gente normal, a la gente con gran capacidad social. En uno de esos días normales, de esos en que solo pasa el tiempo y en la vida no pasa nada, fue al bar a donde acostumbraba tomar su café diario. Decidió no sentarse en la barra, se sentó en una mesa, esperando que la vida hiciera de este día, uno diferente, uno que no le pesara agregar en su biografía.
Pasaron horas, que más parecieron meses, ya en su cuenta iban seis cervezas, seis cervezas que en una persona que toma poco pesan, hasta que llegó ella, tomo una silla, la acercó a su mesa, y se sentó a su lado, pobre de él, hermosa la vida.
Comenzaron una conversación, parecía que se supieran el guión a la perfección, ni un titubeo, ni una palabra mal usada, todo era perfecto. La casualidad ayudo, tenían gustos semejantes, solo reñían al hablar de política, de lo que aseguraron nunca volver a hablar, si es que llegaba a existir la oportunidad de hacerlo. Se podría decir que fue una noche especial, faltaron los fuegos artificiales para celebrar un día perfecto.
Pasaron días, y el jugando al enamorado no pudo olvidar su rostro, su humor, su ser. Se decidió a enviarle una carta semanal, y tratar de darse la oportunidad de otro día como aquel, de otro día de romántica soledad. Después de enviar unas cuantas cartas, una tras otra, cuadraron para verse de nuevo, el quería que ella le contara sus historias cotidianas, siempre las mismas, pero siempre emocionantes, y él declarle su amor, un amor inseguro, un amor incierto, un amor real. Todo fue hermoso en su segunda cita, o primera, no se puede estar muy seguro, de nuevo, un sueño hecho realidad, un sueño del que nadie quisiera despertar, de esos sueños que he tenido cuando tú apareces en ellos.
Y bien, paso el tiempo, la charla continuo, lo que comenzó con seis cervezas a la salud de la soledad, término como esa hermosa historia de amor. Entre tanta palabra romántica, tanta cursilería barata, pero hermosa, él la invito a su cuarto, a compartir caricias, a dibujar un mapa de sudores. Ella accedió, después de todo, ¿como no iba a acceder?.
Y allí estuvieron. Después de lo que hacen dos personas solas, en una habitación, con una cama y mucho sentimiento, ella se levanto, fue al baño, a lavarse la cara, a rectificar que era un deja vu, que no era un simple bonito sueño. Él la siguió, no quería perder el protagonismo en el instante más emocionante del guión, vio a su desnuda sirena, más hermosa que nunca; en el espejo que todos tenemos en el baño no encontró su reflejo, estaba el solo, aunque el sabía que su dama estaba allí.
Ella le pidió poder quedarse para siempre en su vida, en su cuarto, en su corazón. Él, no tuvo fuerzas, ni ganas, de negarse. Estaba ahí la luna de sus sueños, era ella la virgen de este preso.
Al día siguiente, en el portón de la casa donde quedaba su cuarto, había un espejo tirado, roto en mil pedazos. A él nunca se le vio salir. |