EN BUSCA DE UN SUEÑO
Su sueño era recorrer el mundo; conocer gente, hacer amigos a donde vaya, volar con sus recuerdos, disfrutando de lo que ha conocido. Salió desde Quito, Ecuador, a eso de las seis de la mañana un día domingo 26 de enero de 1986, llevaba 20 años a cuestas; tomó el primer bus que salía a Colombia. En el camino hizo amistad con su compañero de asiento. En el camino, fueron interceptados por los militares, quienes revisaron el bus por entero y a todos sus pasajeros, pues el tráfico de drogas y la guerrilla son pan de cada día en la zona por donde ese momento pasaban. Todo en orden.- Siguieron su camino.- A eso de las 8 de la noche nuevamente las fuerzas armadas los pararon, su amigo se inquietó y preguntó, porqué les detenían nuevamente cuando hace poco ya los revisaron, le pareció sospechoso, pero no a Pedro, quien nunca había salido de Ecuador. Las sospechas de Juan eran ciertas, no se trataba de las fuerzas armadas colombianas, se trataba de las fuerzas revolucionarias colombianas; de pronto un fuerte grito ¡salgan todos del autobús!, toda la gente se preguntaba qué pasa, pero la pregunta sobraba; salieron todos del bus y a algunos de los pasajeros entre ellos Juan y Pedro, les subieron en un camión de esos del ejército; los guerrilleros iban armados hasta los dientes. Después de una hora de viaje en el camión, bajaron del mismo y caminaron por la selva unas dos horas aproximadamente; llegaron al campamento y les ubicaron en unas casuchas; hasta el momento no les habían dicho nada, de porqué los traían, ni qué pasaría con ellos. Por la noche, siempre vigilados, pasaron en la casucha asignada en compañía de otras personas. Al día siguiente muy de mañanita, tocaron una trompeta y todos de pié; a verificar a los prisioneros y al personal. –¿Tú de dónde eres? le preguntan a Pedro; joven alto y fortachón, que tenía ilusiones como todo joven que empieza a vivir. ¡De Ecuador! -responde Pedro- ¿porque nos traen aquí? -Pregunta Pedro- Tú no eres nadie aquí para hacer preguntas, así que siéntate y cállate-. Pedro obedeciendo las órdenes impartidas, se sentó y no dijo palabra. Pasaron los días, ya las fiestas del día de la madre se habían acercado, (la pobre madre de Pedro que nada sabía de lo que había pasado, había llorado tanto, que ya se le secaron los ojos). Pedro no a gusto en el encierro y trabajos forzados, buscaba, ¡vivía! para escapar del lugar en donde estaba. Le habían separado de su amigo y no tenía más amigos que él y su persona. Llegó el día de la madre, en el mes de mayo, día en el que los guerrilleros habían preparo algo especial para las madres compañeras de ideales, y una que otra que se encontraba en calidad de rehén. En esa noche Pedro, conoce a una chica poco menor a él, desde el primer momento en el que la vio, sintió una atracción muy fuerte por ella; se le acercó y se hicieron amigos. Se llamaba María.- María era Una Colombiana, que levaba allí casi un año, en las mismas condiciones que Pedro. Desde aquel día Pedro buscaba la forma de estar con ella, no vivía el día tranquilo si no la veía un momento, enviaba mensajes con los guardias, hacía de todo para saber de ella; el interés era mutuo, pues se habían enamorado. María gustaba mucho del optimismo de Pedro, siempre hablaba de soñar y que él algún día cumpliría su sueño, por esto los guerrilleros lo llamaban el soñador. Poco a poco Pedro, se fue ganado la confianza de los guardias que los vigilaban, quienes se daban cuenta también que el interés de Pedro por escapar del lugar ya se había desvanecido. Los encuentros con su amor, eran a menudo, y todos en el lugar sabían lo que entre ellos había. Cada cierto tiempo los guerrilleros migraban a otro sitio para parar ahí su campamento; esto lo hacían por seguridad. En mañana del domingo, 22 de marzo de 1998, Pedro y María no amanecen en sus respectivas chozas, estos, habían huido. Se movilizó la gente de la guerrilla para la búsqueda y la orden era traerlos vivos o muertos. Cincuenta hombres fueron tras el rastro de los dos, armados y decididos a todo para cumplir las órdenes impartidas. El campamento se encontraba en las montañas, abajo estaba la selva; terreno de muy difícil acceso y casi imposible transitar sin dejar huellas. Al poco rato de que la pareja había escapado, sus captores dieron con su rastro; les pisaban los talones. Pedro y María creían estar muy lejos del campamento y que habían recorrido mucho terreno, pero no era así; estaban muy cansados y decidieron hacer una pausa. Mientras ellos descansaban, los guerrilleros dieron ya con su paradero, por lo que abrieron fuego. Al oír los disparos y el zumbido de las balas, Pedro y María emprenden la carrera a donde les lleven sus cansados pies; con mucha dificultad por lo agreste del terreno, avanzan perdiéndoles a sus captores, pero se encuentran con un acantilado, imposible de pasar; al final del acantilado, cincuenta metros abajo, había un río, única salida para ellos, para tratar de lograr su objetivo por el momento, de lo contrario serían cadáveres. No les quedaba otra, se abrazaron, y, pase lo que tenga que pasar, se tomaron de la mano y se lanzaron al vacío. El viaje se hizo eterno, mientras el silbido de las balas hacía sentir la muerte en sus oídos mientras se precipitaban. Cayeron a las frías aguas de las cuales salieron ilesos, sus captores, no creyeron lo que vieron, pues tanta audacia solo podía ser por el gran amor que se tenían. Como no conocían la zona, la pareja enamorada, toma una ruta equivocada para su propósito; dos días sin comida y solo andar y andar, les tenían totalmente exhaustos y perdidos. Mientras descansaban a la sombra de un árbol, sus captores habían ganado terreno; al despertar de su sueño; se vieron rodeados de diez de ellos, quienes apuntaban con sus armas rastrilladas, listas para fucilarlos. Los dos solo se abrazaron esperando el desenlace fatal. ¡Párense hijueputas! -Dice uno de ellos.- -no los vamos a matar ahora, no queremos cargar sus sucios cuerpos- ¡caminen!, sin más que hacer, los jóvenes se levantan y obedecen las órdenes impartidas, pero Pedro de repente se deja caer al suelo; ¡levántate desgraciado! -Grita uno de sus captores.- Pero Pedro, no hace caso a la orden y permanece en el suelo; ¡mátame hijo de puta¡ ¡cobarde! Mátame si eres hombre, aquí indefenso como estoy ¡mátame!; el jefe de ellos baja su arma ante los gritos y el desafío de Pedro, pero de un puntapié lo retuerce de dolor en el piso, alza su fusil, lo rastrilla y cuando se disponía a disparar, se escucha una orden ¡no no dispares!, ¡déjalo!; era uno de los jefes de los guerrilleros, que de casualidad pasaba por ahí en una misión, este lo había visto todo; la persecución, el salto en el acantilado etc. Déjalos en paz, están libres, pueden irse, la valentía demostrada y el coraje que llevan les hace merecedores de la libertad. Pedro y María no creían lo que oían; sin decir palabra, se pusieron de pié y se fueron tan rápido como pudieron por el monte. Los guerrilleros cumplieron su palabra y les dejaron alejarse. Después de dos días de camino; exhaustos, muertos de hambre, perdidos, deciden tomar un baño en un río que encontraron en su camino. Cuando estaban bañándose en las tibias aguas, ven acercarse a unos militares, pero estos no eran guerrilleros, eran militares colombianos de las fuerzas armadas de Colombia; ¡estamos salvados! -Exclama Juan- -son militares colombianos- le da un fuerte abrazo a María, mientras los dos desbordaban de alegría. Se acercan los militares a donde ellos estaban, saludan, y preguntan que estaban haciendo allí; poco antes de que Pedro contara su historia, uno de los militares alcanza a ver las ropas de los dos, estas estaban sobre las piedras; se trataba de casacas de la guerrilla que ellos lógicamente llevaban puestas; -hijueputas, son guerrilleros mi mayor, vea aquí están sus ropas- dan la alarma, creyendo se trataba de una emboscada y ellos eran el señuelo; uno de los militares primerizo en estas andanzas, nervioso, creyó ver un insurgente en medio del monte y dispara, gritando ¡allí están! Allí están!; todos se ponen a salvo ocultándose en los árboles, y disparan a discreción. Cesan el fuego y Pedro y María son detenidos, y llevados presos al campamento en donde estaban, para luego llevarles a la cárcel. Todo intento de Pedro y María por hacerles entender a los militares que ellos no son insurgentes sino que escaparon, fue inútil. Fueron trasladados a la cárcel de máxima seguridad en Bogotá y esperaban ser juzgados. Pedro fue llevado a la cárcel de varones y María a la de Mujeres. El juicio se entabló, con todos los agravantes en contra de los dos, por la supuesta emboscada que les tendieran como señuelos. A Juan le llega carta de María, sus sospechas eran fundadas, estaba embarazada, Pedro iba a ser padre. Fueron juzgados y se les dio una condena de 60 años de reclusión mayor; no tuvieron quien les defienda ni atenuante que les ayudara a rebajar su condena. El hijo de Pedro había nacido, Pedro trabajaba al igual que María en la cárcel lavado ropa, y con eso lograban sostener a su hijo, a quien le bautizaron con el nombre de su padre y el de su abuelo materno, le llamaron, Pedro Segundo. Las esperanzas de salir libres se desvanecían cada día más, tenían mucho tiempo que no se veían, hasta que los permitieron verse; María hizo una visita conyugal y Pedro conoció a su hijo. No pueden imaginarse como Pedro y María sufrían en el encierro; Pedro tenía una cicatriz en su abdomen por una puñalada que recibió de un interno, quien le extorsionaba pidiéndole todos los días dinero a cambio de protección. María por su lado, había corrido peor suerte, una interna se había enamorado de ella y por esta ser indiferente, casi la mata en una pelea en la que María salió triunfadora, claro las cosas se complicaron, porque María al defenderse mató a la compañera; pero, bien dicen no hay mal que por bien no venga, desde entonces María fue respetada por sus compañeras. Pasaron ya cuatro años desde que María y Pedro habían sido reducidos a prisión. El niño ya estaba grande y no conocía más mundo que el de la cárcel, pues ahí se crió. Corrían las voces de que los militares colombianos habían capturado a unos insurgentes y que les traían para las cárceles en donde se encontraba Pedro y María; efectivamente así fue; en número de treinta ingresaron a la cárcel los insurgentes varones, pasando a ser compañeros de Pedro; entre ellos coincidentemente venía uno de los Jefes de ellos, quien salvó y perdonó la vida a Pedro y María; pero, no solo los militares habían capturado a insurgentes, sino que habían liberado a muchos rehenes. Pedro al escuchar esta noticia, y al estar seguro de que se trataba del batallón en donde estuvo él y la madre de su hijo, hizo las averiguaciones ayudado por amigos que habían obtenido su libertad y que de vez en cuando lo venían a visitar. Pedro debía encontrar a su amigo Juan, pues él estaba convencido que su amigo había sido liberado y este sería la llave de la libertad para él su amada y su tierno hijo, pues tenía la firme esperanza que el guerrillero que le perdonó la vida declararía a su favor. Las investigaciones de su amigo, ex compañero de la cárcel dieron sus frutos; Juan fue encontrado y llegó cierto día a visitar a Pedro en la cárcel. En aquel día Pedro y Juan charlaron las seis horas enteras de visitas; Juan se comprometió en hacer todo lo posible para sacarle a él y María de la cárcel. Sí Juan cumplió su palabra, contrató un abogado, quien habló con el insurgente a quien le debían la vida la pareja así como también pidió al consulado ecuatoriano le ayuden; el insurgente declaró al igual que otros dos compañeros de este; Juan y María quedaron libres después de cinco años de estar presos; su hijo ya un mozuelo; por primera vez en su vida vio la luz del sol en libertad, los vehículos, los edificios, el campo, los árboles; era maravillado con tantas cosas nuevas. Pedro fue a ver a su madre, a quien ya la habían anticipado que Juan estaba vivo, pues la impresión podía matarle; por otro lado, los padres de María habían fallecido y no tenía a nadie en este mundo. Pedro y María; recibieron una indemnización del estado Colombiano por lo sucedido; con esa platita, adquirieron un negocio; la fortuna les acompañó, al poco tiempo eran personas muy solventes y acomodadas, pues eran muy trabajadoras. Pedro Segundo, cumplía once años y su padre ofreció al muchacho hacerle un regalo; siempre le repetía: hijo, jamás es tarde para cumplir un sueño, nunca dejes de soñar, no hay que derrotarse, hay que luchar, sea cual sea la adversidad. Aquel regalo no lo hacía solo a su hijo, se lo hacía a María y a sí mismo. Fueron a recorrer Latinoamérica en un carro casa que había comprado y lo tenía gurdó para ese día en el que su hijo cumpliera once años; al fin y después de todo, Pedro, cumplió su sueño.
Fin…
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