El cuerpo extiende sus brazos, postrado en un borde de más de diez pisos, silbidos del viento son melodía fúnebre de un último acto, es un alma en pena que añora abandonar el recinto, descalzos y petrificados sus pies se balancean, son el columpio desolado entre chorros de viento, cierra sus ojos y su vida… cada pasaje de su existencia hasta ahora, se cruza por su frente húmeda, no hay motivos para pisar la tierra en que se ha nacido y en un segundo el tiempo se detiene, la torpe respiración se adentra en su cuerpo, en cada una de sus extremidades… asiente paz y libertad, el aire rosa cada una de sus pestañas, penetra cada poro de su piel, la culpa le lleva al precipicio o tal vez el cielo, quiere concordia, albedrío, clama serenidad y al fin se llena de imponencia, abre sus alas, se entrega al viento, emprende el viaje y se impulsa hacia el vacío, la expiración se hace presente y lo que parece ocurrir en no más de diez segundos para ella ocurre en diez pesados minutos, su último sentimiento, la adrenalina en su cerebro, el caricia finita, la última página hojeada por el lector, el choque de los huesos, el desprendimiento de sus miembros y al fin el sonido desgarrador del quiebre de la caja ósea que contiene su encéfalo son los últimos sonidos producidos por el acto más despreocupado de aquella mujer, que no halló en si misma por más que buscase, la decisión de morir a los pies de un alto edificio, lanzarse de la cumbre artificial, que le admiraba entre tanto con sus ojos vidriosos, cuadrados.