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Los alumnos escribían al unísono mientras el profesor distaba son un tono ensordecedor. En el aula no se escuchaba ningún ruido, solo el sonido de la voz del maestro mientras los lápices se deslizaban raídamente sobre las hojas de papel. Como una danza eterna y monótona. De pronto algo corrompió la armonía, uno de los niños se detuvo mientras sus compañeros siguieron su trabajo indiferentes. Su rostro estaba pálido, se había tomado la mano izquierda con fuerza entonces, de entre sus dedos cayó una gotita roja que mancho levemente la hoja de papel. Se había cortado en dedo al voltear la hoja para seguir escribiendo, la sangre comenzó a teñir la hoja de un color rojo oscuro. Instintivamente el chico se llevo el dedo herido a los labios, la sangre se abrió paso como un río que ha salido de su caudal y rápidamente llego hasta su garganta. Cálida, salada y dulce... en ese momento despertó como de una hibernación eterna, sus pupilas se llenaron de color. Un ardor recorrió todo su cuerpo hasta el punto de hacerle tiritar. Miró a sus compañeros pero aun estaban con la mirada fija en el cuaderno y la cabeza gacha, seguían danzando y escribiendo sus sueños en papel. De pronto sintió la mirada del maestro sobre sí. Este se le acerco y mientras lo hacía el cuerpo del chico se puso rígido, sus ojos castaños miraban confusos como su piel se torno blanca y lisa... como de porcelana. Intento gritar, pero sus labios no se movieron, su boca estaba inmóvil. El maestro se quedo frente al niño quien no podía moverse, su cuerpo no respondía, entonces le tomó por la cintura y lo levanto como un muñeco de porcelana. Se quedó allí, mirando confundido el rostro blanco de niño hasta que de pronto una mujer de delantal blanco irrumpió en el aula, los alumnos detuvieron tu trabajo para saludarla. Ella hizo un leve gesto con la cabeza y los niños se sentaron nuevamente a seguir escribiendo. La mujer se volvió al profesor quien aun tenía al niño inmóvil en sus manos.
- ¿ que haces con eso ? – inquirió la mujer- damelo y sigue con tu trabajo.
El maestro obedeció sin decir una palabra volvió a su escritorio, al ver esto la mujer salió del aula con el muñeco en sus manos. Camino por un largo pasillo gris hasta una puerta de metal que daba a su oficina, entró a ella y tomó asiento en su escritorio dejando el muñeco sobre este. Lo observo por unos minutos, sus grandes ojos castaños y su diminuta figura le recordaron a ella misma. Cuando aún no había comenzado la guerra... cuando aun los sueños valían algo. Justo en ese momento dejó caer la muñeca de un manotazo al suelo y su cuerpecito se rompió sobre el frío piso blanco quedando sus pedazos esparcidos por toda la habitación. La mujer miro su obra, pero no se preocupo, depuse mandaría a alguien a limpiarlo todo. Pensando esto, tomo un puñado de papeles y volvió a trabajar.


Texto agregado el 12-06-2004, y leído por 238 visitantes. (0 votos)


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