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Los entierros la deprimían. Juliana salió al jardín a tomar un poco de aire. Se sentó sobre una piedra y miró al cielo que estaba más despejado que nunca. El canto de una tijereta la adormeció. Una ráfaga de viento le voló el sombrero y ahí abrió los ojos.
Se levantó de un salto y trató de agarrar el sombrero que flotaba en el aire pero la tijereta le ganó de mano. Lo agarró con el pico y salió volando. Juliana salió atrás de ella y mientras el aire le enfriaba la cabeza un montón de imágenes se le cruzaron por la mente. Era increíble pensar que hace dos días estaba en su cuarto hablando con sus amigas de quien podría haber sido su chico ideal y hoy estaba en su funeral.
Mariano era una gran persona, un amigo incondicional, un excelente estudiante y el mejor hijo que alguien pudo haber pedido dijo la madre al finalizar el entierro. Pero Mariano también era el chico con el que Juliana planeaba encontrarse el día del accidente.
Se habían conocido dos semanas atrás una noche lluviosa en un bar de Recoleta. Ella lo vio entrar y como ya tenía unas copitas encima se acercó a hablarle. Enseguida pegaron onda y estuvieron charlando toda la noche. Intercambiaron e-mails y quedaron en volver a verse.
Con el transcurso de los días intercambiaron también los celulares y comenzaron a mandarse mensajes de texto. Tantos como su crédito mensual se los permitía. Habían arreglado para verse un par de veces pero siempre algo se los había impedido. Un práctico para la Facu, un parcial, el cumpleaños de algún familiar, siempre algo se interponía en su encuentro.
Pero ayer por fin iban a encontrarse. Los dos lo sabían pero no habían hablado de ello. No querían llamar a la mala suerte. Sus universidades quedaban a dos cuadras y ambos salían al mediodía, con saber eso bastaba.
A la una menos diez Juliana salió de la facultad y caminó con sus amigas hasta la esquina. Allá estaba él, parado del otro lado de la calle. Juliana sacó el celular y a modo de chiste le mandó un mensaje que decía “al fin”. Mariano estaba cruzando la calle cuando sintió vibrar su celular. Lo sacó de su bolsillo, lo leyó, levantó la cabeza y le sonrió. En ese momento una camioneta azul lo levantó por el aire y lo arrojó al suelo sin vida.
Después de eso todo era confuso. Abrazos de sus amigas, gritos y llantos de los amigos de Mariano, la sirena de una ambulancia. No sabía cuanto tiempo había estado parada en esa esquina, lo único que recordaba claramente era que cuando todos se había ido y todo había vuelto a la normalidad el celular de Mariano seguía en el piso y su mensaje en la pantalla.
Los entierros si que la deprimían. Era el evento que menos le gustaba y toda esa mañana había estado en uno donde no conocía a nadie y nadie la conocía a ella. Y la realidad era que ni siquiera conocía al difunto sino que solo se sentía culpable de su muerte.
Juliana se agachó y recogió el sombrero del suelo. El ave al fin lo había soltado y volaba directo a una rama llena de tijeretas. Levantó la vista y vio que se había alejado mucho y que se encontraba parada frente a un gran parque. Quizás el más lindo que hubiera visto en su vida. Se sentó en un banco, la caminata la había agotado, y decidió no volver al entierro. Decidió olvidar y seguir adelante. Guardó el sombrero en la cartera y el canto de todas las tijeretas la adormeció.

Texto agregado el 18-11-2009, y leído por 112 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-02-2010 Oooohh!!! la wea triste po wn! La cagó... ta' muy weno.. taba' terrible metia' leyendo.. (Sorry el lenguaje.. es q ta weno xD!) Mis 5***** cianurita
 
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