Doña Marga fue desde niña servidora en un establecimiento de granja perdido en medio de la campiña solitaria. Como tantos otros de similares características, por la calidad del suelo y las condiciones atmosféricas favorables, se explotaba la lechería tradicional. A la muerte de su madre nada cambió, aceptando sin chistar la dura tarea del ordeñe compartido con los dueños del tambo pero desde entonces, con el agregado de cuidar el niño de ambos. Haciendo uso del derecho de “pernada” el patrón la desfloró a los trece años y ya libre de secretos y aprehensiones, se entreveraba en las pencas y los establos con el primer paisano que le gustara. Poseía una naturaleza zumbona y traviesa lo que le otorgaba la templanza para sobrellevar la vida monótona y solitaria de la mujer de campo. No le hacía asco a los bailongos que se organizaban en las inmediaciones y había perdido el miedo a los hombres desde muy temprana edad. A decir verdad siempre pensó que era un ser que el Señor había puesto sobre la Tierra para trabajar y morir trabajando, sin descendencia, pues ocasiones sí que no faltaron para tener hijos de distinto pelaje. Pero era estéril y la ternura que guardaba en su pecho la dedicó al niño de la casa que en el correr de unos pocos años halló pareja y se fue.
Tiene actualmente cincuenta y tres años y sufre calladamente de un mal incurable. Fue oportunamente tratada en una clínica especializada y durante un par de años gozó de la procelosa tranquilidad que depara el molesto tratamiento a que la sometieron. Se avejentó prematuramente, perdió el pelo y un temblor repentino y cada vez más frecuente le impedía desarrollar los quehaceres con la soltura y habilidad acostumbradas.
Hoy se halla abatida por la realidad del dolor. Cuando comenzaron los ataques precursores del final, se retorcía atrozmente sin emitir quejido alguno tratando en lo posible de no quebrar la armonía de la casa, sin embargo al paso de los días el inexorable incremento del sufrimiento hacía impracticable la disciplina que se había impuesto y los bramidos roncos se repetían con insistencia.
Para los patrones todo aquello se había convertido en un sobresalto permanente y el imprevisible desenlace alimentaba en ellos un sentimiento dual de compasión y creciente fastidio.
- Llevo doce horas trabajando como un burro y necesito dormir…No sé María como va a terminar este asunto…
- Ten paciencia Miguel…tápate los oídos si es necesario. En poco tiempo va a morir. Ten paciencia.
Marga se fue agravando a ojos vista. Pese a los esfuerzos en contrario no le quedaron fuerzas ni para levantarse de la cama. Absolutamente indefensa y exhausta sus gritos agudos resuenan lúgubremente en toda la casa. Una tenaza implacable le destroza las entrañas, principalmente en la zona del sexo en la que se clava las uñas con furia e impotencia. De noche se arrastra por el piso tropezando con el escaso mobiliario en el intento de golpearse la cabeza contra la pared.
“Esto tiene que acabar de una buena vez”, pensó Miguel contemplando a su mujer durmiendo plácidamente.
Excepcionalmente esa noche reinaba la calma en la caserón.
Abrazada por la fiebre, la invaden recuerdos de yerras y bailongos, siente sobre su pecho aquella mano ruda que de un tirón dejó en descubierto sus pechos y sintió por primera vez crepitar fuegos de una pasión desconocida. “Mamá esa cinta no me gusta, parezco una bandera y se van a reír de mí en la escuela. Lléveme de la mano…así mamá…tome mi mano; ¡Cuidado papá¡ que ese tostado es una fiera loca. Papá, papá, déme un beso papá y tú Anacleto no me pellizques la cola que no soy un alfiletero. Mamá, esa niebla no me deja verla mamá, no se vaya. Mamá no se vaya por esa víbora maldita que voy a matar con estas manos. Anacleto quieto o he de darte un moquete.¿Qué lindo lo que me estás haciendo Anacleto? …que habías resultado zafado..Mamá y papá nos miran y se ríen, capaz que después de esta son abuelos…quén sabe. Fuera víbora, no te me prendas maldita, no te me prendas al tobillo.¡Oh¡ te clavaré este cuchillo… Anacleto ¿vas a volver? Me voy a quedar solita. Maldita víbora mes has tragado, ¡ah¡ ¡ah¡…carajo Virgen Santísima. Esa niebla, mamá, papá. Esa niebla carajo…”
- Cómo se siente esta noche Doña Marga, noto que está menos dolorida pero muy intranquila…
- Ah ¿es usted patroncito? Le presento a mi papá, fue un gran domador. Mire que lindas rosas me trajo. Es un hombre muy discreto; dígale algo a papá. Agárrelo por favor o se lo lleva esa yarará, la peor de las víboras. Quiso picarme recién. Perdone patroncito a mi papá, se fue sin saludar, pero no por descortesía ni por la víbora sino porque se lo tragó esa niebla que no me hace ver nada. Estaba soñando una pesadilla horrible, perdóneme si no le puse atención…
- No, que te noto menos dolorida…
Si…a veces el dolor afloja un poco pero es como si tomase impulso y volviese a hincar sus garras de águila en mi pobre cuerpo; cada vez con más fuerza patroncito. Discúlpeme por las molestias que les estoy causando pero no puedo más. Las lágrimas le corren por el rostro. Da vuelta la cara para no mirar a Miguel, como avergonzada. Espero la muerte y no viene – susurra trémulamente - me parece que soy tan miserable que ni la muerte me quiere.
Tranquilícese, le conviene dormir un poco pero creo que será más útil que se recueste sobre algo más elevado. Aquí le traje un almohadón grande.
- No se moleste patroncito…es lo mismo.
- No, no es ninguna molestia. Vamos a ver.
Toma el almohadón con ambas manos y se acerca a la cama. La mujer levanta con gran esfuerzo la cabeza y aguarda; sin embargo Miguel en lugar de colocárselo debajo, presiona con él sobre la boca y la nariz en inequívoca actitud de asfixiarla. Los ojos desorbitados de la pobre mujer no conmueven al hombre decidido a concluir, a su juicio piadosamente, con tanto sufrimiento. Ella ya no lucha y un líquido acuoso le nubla la visión. No tiene fuerzas para desembarazarse de semejante peso excepto en el índice de la mano derecha con el cual consigue accionar el gatillo del revolver que tiene sujeto bajo las sábanas.
- Discúlpeme patroncito pero desde muy niña me han enseñado que la muerte viene sola o la llama uno. Eso iba a hacer y usted se interpuso. ¡Qué lástima¡
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