Empezó a subir la pequeña montaña, subió y subió, en estas estaba cuando encontró una piedrecita azulada, tenía un brillo especial, decidió guardarla, muchos le habían dicho que encontrar cosas de ese tipo en lugares en los que no se esperaba encontrar nada, daba buena suerte, él no lo creía, no era para nada supersticioso. Llegó a la cima de la montaña y cuando lo hizo, empezó a descender por el lado contrario. Luego volvió a casa.
Al día siguiente, cogió el coche y encontró una colinita, decidió subirla. Subiendo iba cuando, de repente, ante sus ojos, apareció una florecilla amarilla con gran cantidad de pétalos y motitas violáceas. El hombre no salía de su asombro, puesto que en todo en todo el trayecto que había recorrido tan sólo había encontrado piedras y más piedras.
Un día más tarde y sin pasión ni emoción alguna, el hombre volvió a coger su coche y encontrando otra montaña que subir, aparcó el coche a sus faldas. Caminando, caminando, escuchó un extraño graznido tras de sí, al girarse, descubrió un hermoso pájaro de color rojo fuego con un ganchudo pico, era la primera vez que veía algo semejante ¡menuda sorpresa! y eso que en la zona hacia tiempo no había animales puesto que años atrás un incendio lo había devastado todo, fauna y flora. Estuvo un par de minutos en la cima y a continuación, comenzó a descender como hacía siempre.
Ya en casa, mientras se desvestía lentamente como todo lo que este hombre hacía, pensó “todos los días desde el 4 de marzo del año pasado, día en que murió María, subo una montaña, me paro en la cima y la bajo, así, sin más, sin motivo, sin explicaciones, no todo ha de tenerlo; el caso es que ya me había acostumbrado a hacerlo y no lo hacía por gusto sino porque soy un hombre de costumbre, pero, por primera vez desde hace tres meses, tengo curiosidad por ver qué encontraré mañana en la próxima montaña que suba, es como una incertidumbre agradable, un pequeño cosquilleo, qué raro…”.
|