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El muchacho lo saludó.
Diego se sintió desconcertado. ¿Lo conocía? Primero pensó que sí. Después se convenció de que no. El muchacho volvió a saludarlo, allí a dos asientos por delante en el colectivo, y Diego, avergonzado, bajó la vista.
Todo iba bien y sólo una hora de viaje lo separaba de Lucy.
Conocer a Lucy había sido lo mejor de toda su vida. La chica no sólo era hermosa, sino que también tenía mucho dinero. No era que a Diego le importara el dinero, pero siempre lo había seducido el hecho de que una mujer se vistiese a la moda (independientemente de la que esta fuera)
Pensó en ella y se sintió embriagado. El colectivo se abría paso a través de la ciudad y salió a la carretera, bordeada de árboles y pastizales altos y oscuros. El ruido del motor (que ya tenía sus años y empezaba a pensar en la jubilación) era un murmullo molesto pero que con el tiempo desaparecía.
(Lucy…)
Lucy tenía un perro llamado Canis Mayor. Canis era bueno con Diego y solo lo ladró
(¿Quién me saludó recién?)
La primera vez que lo había visto.
Lucy era hermosa, caray. Tenía uno de esos cuerpos que hacían suspirar a los hombres.
(¿Quién es ese muchacho?)
Labios carnosos, pechos firmes, cola endurecida, en fin; todo aquello que es nutritivo para el lívido.
Además de eso, era inteligente. Iba a la facultad y estaba por egresarse de odontóloga, tal como su padre, tal como su abuelo y, quizás, tal como su bisabuelo. Era una chica angelical.
A veces Diego pasaba noches enteras pensando (o creyendo pensar) cómo una chica semejante se había fijado en él. Resumía todo a un absurdo error cósmico… como cuando funciona un video juego moderno en una computadora avejentada.
(¿Quién demonios me saludó?, creo que ya bajó del colectivo…)
La había conocido en un boliche de Buenos Aires, lo que no explicaba nada. Ella seguía siendo una cosmopolita de alto nivel, mientras que él luchaba por sacar el jugo de níquel de las últimas monedas a fin de mes. Ella lo había mirad y él había dicho “no, es imposible”
Ella siguió mirándolo, mientras a Diego el corazón se la hacía fuego.
(¿Pero quién demonios era?, ¿lo habré conocido en alguna de mis borracheras?... pero no tengo que volver a mirar, quizás ya se haya bajado.)
Maravillosa. Lucy simplemente era maravillosa.
No hicieron el amor hasta 2 meses después, cuando oficializaron su noviazgo. Lucy era virgen. Diego pensó que estaba en el cielo.
(¿Quién…?, ¡¿Quién?!)
Entonces, desesperado, levantó la vista. El chico todavía lo miraba, asomado por sobre su asiento, y movía la mano en un gesto de saludo.
(¿Quién demonios es?, ¿quién es?, ¿Quién?)
En ese momento, Diego se dio cuenta de que no era un “hola” lo que le dirigía. Ni siquiera un “buen día”. Tampoco un “¿te acuerdas de mí?”.
Era un “adiós”
El colectivo giró el falso, las ruedas chirriaron, la gente aulló y finalmente el vehículo, con un estrepitoso espectáculo, volcó.
Diego murió a media hora de ver a Lucy.

Texto agregado el 17-11-2009, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-11-2009 pobre diego...buen final. tuvampirita
17-11-2009 Aunque fuera guión de "la dimensión desconocida" el final es demasiado inexplicable. NeweN
 
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