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Todo lo que ella quisiera saber, él haría lo que fuera para responderlo, todo lo que a ella le gustaba, como fuese posible se lo conseguiría. Era un maldito bastardo sometido a los deseos de una simple mujer que lo tenía completamente fuera de sí. Su vida se reducía a cumplir los deseos de su amada, nada más que a esa inútil tarea.

Una tarde, distraída, sin una mala intención ella le pregunta, ‘¿Qué se sentirá matar a alguien?’. Sorprendido y desesperado sale a buscar respuesta. Abrumado, con la muerte de su libertad entre las manos y con el desmesurado deseo de responder a la pregunta de su idolatrada, toma el arma, baja por las escaleras del departamento y torpemente apunta en la cabeza a un individuo, que para su mala suerte de cruzó con un lunático cuando este estaba en un momento de ‘estúpida locura de amor’. Con temor, el tipo sale corriendo, librándose de aquella bala que contestaría a la descuidada pregunta realizada. Exasperado, el bastardo corre tras él sin éxito, su respuesta se le había esfumado de las manos, mas su búsqueda no terminaría ahí, el muy estúpido seguiría buscando la manera de responder la pregunta y así buscar inconscientemente la manera de destruir su vida. Pobre idiota.

Con temor a no hacer feliz a su venerada, buscó toda la tarde a quién daría contestación a la desatendida pregunta, pero como nadie se le cruzaba, le apuntó a unos cuantos perros, pero no, no era la respuesta que él buscaba encontrar. Rápidamente se transformó en un asesino en serie, que lo único que buscaba era la sensación de la muerte y poco le importaba lo que pensara ella. Sólo quería saborear el momento de agonía de algún tipo.

Pasaron horas y su sed de matar se acrecentaba, el arma se deslizaba por sus manos a causa del excesivo sudor, ninguna alma desdichada se le cruzaba para acometer su anhelado atentado, sus ganas de saborear la muerte eran desproporcionadas y se infundían en sus pensamientos, que alguna vez pertenecieron a una mujer.

Se acarició la barba con gesto de agobio, miró el reloj sin preocuparse de recordad la hora, contempló con sus ojos negro azabache el arma entre sus dedos y pensó, ‘Sentir la muerte, sentirla’. Sin pensarlo dos veces llevó el arma a su sien, abrió dos ojos llenos de ternura y amor, pensó en ella, en su amada, en su musa, en su respuesta. Pues tarde era, el gatillo ya estaba presionado.

Texto agregado el 17-11-2009, y leído por 94 visitantes. (2 votos)


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