Silencio, espectación, ante mí, solo una hoja virgen y mi lápiz mordisqueado...
Poner letras sobre el papel -un blanco eterno que nadie sabe donde termina- no siempre es un acto creativo. Hay ocasiones en que las palabras cobran vida propia y por su cuenta se descuelgan de nuestro cerebro y bajan a desparramarse por esta inmensidad blanca. Las letras nos utilizan para multiplicarse tal como las bases nitrogenadas del ADN lo hacen por medio de nuestro sexo.
Escribimos porque algunas ocasiones soñamos con que alguien nos leerá con cierto interés, pero tales sueños ¿Son sólo sueños? ¿No serán inducciones hipnóticas de las letras, criaturas incontenibles, ansiosas por salir de su cárcel biológica?
Somos bichos raros los que escribimos. Independiente de si lo hacemos bien o mal, nuestros textos van apareciendo de la nada. Muchos creen -incluso escritores- que queremos decir algo, comunicar un sentimiento muy intimo o dar a conocer nuestro pensamiento innovador. Otros creen que intentamos revolucionar el arte utilizando figuras rebuscadas o bien forzando la gramática en busca de un estilo nuevo y cautivador. Sin embargo he venido comprobando -cada vez con mayor convicción- que tales pretensiones son meras fantasías. Y es que no somos nosotros dueños de nuestras líneas, entre menos tiempo tardemos en aceptarlo más original y autentico se volverá nuestro discurso. Somos hijos de nuestro tiempo, herederos de lo que hemos oído, visto, leído y cada día que pasa, cada minuto, cada respiración incluso; nuestra mente puede tomar un rumbo inesperado y llevarnos a donde nunca nos lo propusimos en primera instancia. Por eso el acto de escribir puede ser comprendido también como un intento de atrapar nuestro propio ser que se nos escapa flotando a la deriva en un agitado mar de incertidumbres.
Silencio, no hay briza ni olas, ni luz del sol, nuestro mar se ha vuelto un espejo nocturno que nos da la sensación de estar flotando sobre las estrellas. Toco una estrella con el dedo y su luz se multiplica. Respiro. Estoy vivo en medio de la nada, sólo mi corazón me acompaña. Siento que el silencio me golpea entre cada latido.
Ahora lo sé: soy un personaje de mi propia creación. |