Me costó reconocer la fachada remozada de la casa, tuve que
recurrir a mi memoria para recuperar las imágenes de hace 20
años. Los muebles viejos, las cortinas de relieves dorados, todos
irrumpieron trayéndose recuerdos a granel que sustituían las
esculturas, los reflectores y los cuadros abstractos. “Me gustaría
ser una casa para poder rejuvenecer fácilmente”, pensé
mientras acariciaba las paredes.
Luego, cuando nos fuimos haciendo más cercanos, él me
explicó que había comprado el lugar apenas lo vio, hechizado
con sus inmensos ventanales y la discreta ubicación, que le
permitía dedicarse a la pintura sin interrupciones. Era un hombre
culto y tristemente solo.
Hurgué las habitaciones sin encontrar nada de la vieja
decoración. Pero cuando entré al salón y me
topé con el desgastado piano de cola, reconocí inmediatamente
su cuerpo de madera negra y sus flores ocres pintadas a mano. Un recuerdo
fugaz entró en mi cerebro como una descarga eléctrica,
punzante y doloroso. Me vi escondido tras la cortina, mientras el marido de
Mamá, borracho a más no poder, se montaba toscamente sobre mi
hermana. Podría detallar con total precisión la escena: La
mirada perdida de Susana, el cabello tambaleándose en cada
embestida, los ojos caídos de mi Padrastro y las manos sosteniendo
su nuca.
Dentro de mi mente las imágenes irrumpían a gran velocidad,
adelantándose y retrocediendo sin orden aparente. Ellas me empujaron
hasta la oscuridad de mi cuarto. Acostado, con el cuchillo escondido bajo
la almohada, aguardando sus pasos en la habitación. Seguramente
Mamá había salido a atender algún paciente en el
hospital.
La película avanzó nuevamente. Sangre, doctores, el hombre
muerto de quince cuchilladas. Mi Madre escupiéndome la cara y
llamándome asesino. La policía, mi escape… sentí las
piedras y las estillas hundiéndose en mis pies descalzos mientras
corría montaña abajo. Volví a dormir a la intemperie,
a pedir dinero, olí pegamento, me escondí.
Tras ese viaje de recuerdos mi cerebro retornó a la sala de mi
antigua casa, emprendió una nueva carrera y retrocedió hacia
los tiempos felices, cuando Papá vivía. Era de nuevo el
niño que entonaba canciones junto al Piano, pero el grito de terror
del nuevo propietario interrumpió mi alegría. Fue entonces
cuando terminó la fiesta.
Sentado en un moderno sofá, sostengo un trago en una mano y un
cigarro en la otra. El humo se eleva haciendo curiosas maromas. Sobre el
piano reposa el cuerpo del pobre diablo, conté una a una las quince
cuchilladas que le di después de sostener su nuca y penetrarlo con
furia.
La mente me juega bromas, asustado busco a mi hermana por toda la casa y
no logro encontrarla. Ya casi amanece y no entiendo porqué
Mamá no termina de llegar del hospital.
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