Aquel anciano había pasado toda su vida despilfarrando sus bienes, la gente lo conocía como Don perdigón. Cada vez que tenía algo lo perdía en juegos de apuestas y en licor. Perdió el contacto con su familia, pues al no poder mantenerla ya, tuvieron que salir a buscar por ellos mismos el sustento que les negó.
Habiendo perdido toda su fuerza para trabajar, ya no podía ganarse tan fácilmente el sustento propio en un trabajo oneroso. A menos que fuera haciendo “mandados” aquí, allá y acullá, lo que le rendía en agradecimiento algunos pesos. Pero apenas tenía esos pesos, compraba una botella de vino para embriagarse aunque las “tripas le gruñeran”.
Esa era la historia de su vida. Muchos intentaron ayudarle pero él les negó el acceso, argumentando ser su propio dinero y su propia desgracia.
En una de sus borracheras estuvo a punto de perder la vida. Alguien piadoso se acercó y le preguntó quién era. Al saber quién era, le reconoció de inmediato y le pidió que buscara a su madre, que aún vivía, pues ya sólo quedaban ellos dos para apoyarse. El sabía por dónde podría estar su madre, pero por más que buscó no la podía encontrar. Cuando creyó estar cerca de la casa de su madre gritaba a todas voces para que lo escuchara. Él no sabía, que pocas calles más abajo, donde el calor arreciaba, vivía en una choza ya vieja una dulce ancianita a cuyos oídos llegaban los gritos del desdichado despilfarrador. Ella no podía salir a encontrarlo pues el tiempo que pasó encerrada la desconectó del mundo externo. Así anduvo buscando, hasta que sin darse cuenta pasó frente a la choza donde su madre vivía. En ese preciso instante se precipitó un torrencial aguacero. Él, tembló al sentir las gotas de lluvia tocar su cuerpo. Estaba todo empapado. Perdió la noción del tiempo y del espacio, a tal grado que resbaló sin darse cuenta y fuerte fue su caída. Varias veces la buscó y cada vez la lluvia le impidió encontrarla. Triste y acongojado se perdía entre las callejuelas de aquel pueblo.
Hubo un día en que estando recostado, sintió un enorme impulso por pararse. Así lo hizo. Sintió una gran ligereza. Salió a la calle vestido como estaba; era de madrugada y el sol aún no salía. La densa niebla cubría todo a su alrededor. No podía ver más allá de su cuerpo. Entonces escuchó una voz, que entre la niebla decía: “Es tiempo hijo mío, de que regreses a casa. Lo que alcanzaste a hacer se te contará, lo que no, en otro tiempo será.” Un fuerte jalón sintió y todo se desvaneció.

Explicación:
Don perdigón representa a la humanidad que vive en sueños desde que vino por primera vez a este mundo y que no ha podido encontrar la primer pregunta, ¿quién soy?, mucho menos llegará a la segunda, a la tercera y a la cuarta. Pero llega un momento en que vislumbra la duda existencial y la respuesta a la cuarta pregunta le llega sin preparación alguna. Es aquí cuando alguien le pregunta quién es y que busque a su madre. Pero Don perdigón, además de despilfarrar sus bienes materiales, también despilfarra sus bienes actinódicos, o sea, sus fuerzas físicas y espirituales, y eso le impide tener contacto con su Divina Madre. De hecho, perdigón significa el ser humano que pierde mucho en el juego; es el mozo desatentado y de poco juicio, que malbarata su casa; es el alumno que ha perdido el curso; es el alma joven que está en proceso de aprender de las experiencias de la vida. El Don, de acuerdo con su segunda acepción, se usa como tratamiento de respeto que se antepone a los nombres masculinos de pila, pero también aplica para realzar, por contraste, la intensidad de algunos denuestos, como el caso de Don perdigón, Don despilfarrador, Don necio, etc. Hay en la narrativa más mensajes alegóricos, pero los dejo al lector para que encienda su imaginación.