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Adalicio y Evangelina vivían junto a una gran montaña, en el pueblo Outonía. Tenían tres años de haberse casado y guardaban celosamente los secretos y tradiciones de sus antepasados. Cada tres días preparaban las cosas desde temprano para subir a la montaña a cumplir con sus deberes. Limpiaban bien sus zapatos de toda piedra incrustada en las suelas, ya que durante el camino, estas piedrillas les habían provocado caídas en subidas anteriores. Sus lentes de parasol eran cuidadosamente limpiados para quitarles el polvo y cualquier otra impureza que impidiera ver bien el sendero de ascenso. Tenían que alimentarse bien para soportar el esfuerzo, pues un cuerpo sin forma no llegaría ni a la cuarta parte del recorrido. El clima de arriba era muy diferente al de abajo, por lo que debían arroparse adecuadamente para soportar las alturas. Los recipientes para el agua, eran muy bien lavados y después de llenarlos se cerraban lo mejor posible para evitar derrames del líquido vital.
Siempre, antes de partir, solicitaban ayuda y protección a los dioses. En sus oraciones era común escuchar pedir el vigor necesario para mantenerse fuertes hasta el final; también pedían estar siempre alerta para detenerse a tiempo antes de alguna caída; imploraban el control de sus emociones para evitar exaltaciones innecesarias, propias de esta experiencia.
Antes de iniciar el ascenso, unían sus cuerpos con una cuerda al nivel de la cintura, pues ésta era la mejor manera de no perderse, soportar las borrascas y llegar juntos a la cima. Había otras montañas cerca de allí, en cuya base vivían otras parejas, y en todos los casos el ascenso exitoso se lograba cuando la pareja permanecía unida mediante esta cuerda a la cintura. Otro aspecto que nunca olvidaban, era el tomarse de las manos, él tomaba con su mano izquierda la mano derecha de ella y así avanzaban juntos hasta la cima. Trataban siempre de verse a los ojos cuando podían, lo mismo que respirar juntos al mismo ritmo. A un movimiento inspiraban y a otro exhalaban. Alegres y entusiastas, a veces durante el camino cantaban, como si fuera una sola voz, sobre todo en los momentos en que sentían turbulencia propia de esas alturas.
El trayecto ascendente lo hacían muy despacio, sin apresurar la marcha, pues experiencias pasadas les mostraron que hacerlo de prisa sólo provocaría resbalones y caídas; y lo que menos querían era regresarse a llenar los recipientes con agua, en caso de derramarla.
El agua que transportaban la habían extraído del pozo de la vivienda, y la habían purificado con el método tradicional, de tal forma que llevarían agua impoluta a la cima de la montaña. El objetivo del viaje era precisamente utilizar el agua para regar las plantas que encontrarían a su paso. Tenían que hacer seis escalas en el camino, y en cada una de ellas había una especie de pagoda construida entre la roca desde tiempos muy antiguos. Estas pagodas tenían un jardín en el centro. Cada jardín tenía flores características de la altura sobre el nivel del mar; y mientras más alta estaba la pagoda, más hermosas eran las flores y más grandes y brillantes eran las pagodas, de tal forma que al llegar a la última escala de su viaje, el lugar era tan impresionantemente hermoso, que no existía en tierra plana un lugar semejante. Su objetivo, como ya se había dicho, era regar las flores de cada uno de esos jardines. Era una tradición de antaño, aunque algunos lo habían olvidado y sus montañas habían perdido el multicolor propio de las flores de estos jardines.
Desde que les fue asignada en herencia esa responsabilidad, Adal y Vange, como cariñosamente se llamaban entre sí, siempre intentaron realizarla, pues además de cumplir con sus antepasados, gozaban en hacerlo juntos. Además de sentirse fuertes y plenos de dicha, su montaña era la más colorida, mostrando a la distancia un brillo que deslumbraba.
Camino hacia la montaña, Adal y Vange disfrutaban el viaje; y no se diga durante el ascenso, pues vivían cada instante respirando la fragancia de las flores que encontraban a su paso en los jardines. Lo difícil era caminar entre pagoda y pagoda, ya que en estos trechos era factible la tempestad, y era aquí donde tenían que estar alertas para no caerse, pues podrían perder su valiosa carga. El momento más extraordinario era al llegar a la cima de la montaña, donde se encontraba la pagoda más brillante, en cuyo interior había una flor tan grande, tan grande, que un día contaron sus pétalos y éstos fueron en cantidad de mil. Lo impresionante del caso, es que la primera vez que la flor recibía el agua y abría sus pétalos, también se abrían al mismo tiempo los pétalos del resto de las flores del jardín, en completa armonía y colorido. De tal forma que no tenían que regar las demás flores, con regar la principal era más que suficiente, pues el resto se regaba en coordinación con ella. Este momento lo disfrutaban al máximo, sin perder ningún detalle.
Después de regar las flores, Adal y Vange acudían a un lugar secreto dentro de la pagoda principal, donde existía una fuente de un agua muy especial. Cada vez que de esa agua bebían, sus mentes se abrían a un universo infinito de luces, sus cuerpos resplandecían cual luciérnagas en la noche, y algo más en su interior los invitaba a continuar viviendo aquella tradición. Resultado de aquel éxtasis, sentían que eran una unidad con cada cosa o entidad viviente que observaban, y de esta manera sus mentes captaban y comprendían todo lo concerniente a ello. A veces sentían ser una oruga, después una crisálida y por último una mariposa. Otras veces eran una semilla, luego una plántula y finalmente un frondoso árbol.
Éstas y muchas otras experiencias vivían Adal y Vange en la cúspide de aquella montaña, y lo más importante de todo es que nunca sus manos ni la cuerda se soltaron. Así unidos subieron, y así unidos bajaron para continuar su vida en tierra plana, siempre esperando con ansias el día del siguiente ascenso.
Era así como estos dos enamorados cumplían alegremente con los compromisos adquiridos con los dioses, con sus antepasados, con ellos mismos y con la naturaleza.

Texto agregado el 16-11-2009, y leído por 96 visitantes. (0 votos)


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