Busqué un sendero y encontré el más sinuoso,
el del latido frágil, latido acorazado de espadas,
de insomnios enardecidos y maltrechos espantos,
de una respuesta excesiva a los zarandeos del alma,
o a las imperdonables horas de zozobras
que están sumergidas,
hundidas en el propio desencanto.
Por estas horas irrita mi cuerpo la madrugada,
y para que no destruyan tus horas, hago este disparo de botella consumida en un cuarto lejano.
El memorar la vibración vital y el sudor precoz,
que ardió con la prisa del fuego fatuo,
y también la espuma salobre que derramó besos,
- ya que los ojos cansados hacen lo suyo-,
imagino al captar lágrimas un reciente amor.
Y puesto que a un amante le espera la ceguera,
la inutilidad de los vanos paseos por callejas
no lo embriagan porque quien ama nunca pide perdón.
Pero fatalmente en las sábanas húmedas de la pasión,
es donde la arena derrama y muere con toda el alma,
en ellas, en el voraz silencio, deberé dejar rodar el límite,
y la vana e inoperante aventura de los juegos mentales,
y el vano escarnio del desconcierto y el aturdimiento.
La compasión de nada sirve si un adios destruye a otro adios.
Ya sin resistencia y encadenado a mis espaldas,
beberé de tu copa la hermosura desgarrada de estos sueños,
de esta copa tan bella y tan manchada de fragancias verdes,
de olores inolvidables, del transcurso de caricias
que velaron absolutamente hasta dormir tu pelo suave,
siempre acariciados con tu mano pegada a mi regazo.
En algunos de esos instantes supremos de la almohada,
donde el amor rodó sobre las rocas de profundos suspiros,
y el destierro ya no fue una flor roja del amanecer,
ya no fue un disparo de pasión desatada que se desintegra,
ni la entrega incondicional inescrutable de la esencia,
ya no fue ni siquiera un poema vislumbrado por el miedo,
o por el huracán que rumiando el desenfreno,
ni aún hechizado, ya partido en dos nunca se salva.
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