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25. EL PACTO CON LOS GERM

María levantó la vista, Miranda había dado media vuelta.
- ¿Has olvidado algo? - preguntó María
- ¿Por qué dices eso?
- ¿No te ibas a ir a Germélion?
- Ya he vuelto - dijo Miranda
- No noté ni que te habías ido
- Pues sí, me fui, y estuve un buen rato…
- ¿Y? - dijo María pretendiendo ser borde y acercándose a Miranda que estaba en el delta
- ¿Cómo que y?
- Que qué te han dicho de lo del barco…
- ¡Ah! En Germélion no hay barcos – dijo Miranda - pero Ainoa vendrá esta noche para ayudarnos a conseguir uno
- ¿Y por qué esta noche? ¿No podría venir ahora mismo? – preguntó María
- No sé, me dijo esta noche - dijo Miranda, y ambas quedaron en silencio
- ¿Estaba allí…? - preguntó María
- No, hay germs buscándole por todos los mundos, pero ninguno ha conseguido dar con él, al menos tal y como le conocemos
- ¿Qué quieres decir?
- María, sabes que arriesgaba mucho saliendo de allí, y si le pasara algo… sabes que no sería el mismo de antes… - dijo Miranda, y María se puso de pronto seria
- Voy a dar una vuelta – dijo María - enseguida vuelvo.
María no volvió hasta la noche y Miranda se quedó sola. Se sentía triste, porque se acordaba de Dean y notaba que algo en su interior le hacía sentir distinta, no sabía si incluso mejor que tocar una diosa. Se sentía cabreada con él por no volver con ella, pero pensó que eso nunca podría ser, se acordó del sentimiento que tuvo al rozar a una diosa, y pensó que ahora Dean estaría rodeado de dioses. Todo él sería un dios, tendría esa sensación constantemente, y si volviera a la vida humana podría ser terrible para él, pues ya no se sentiría como hasta ahora. Miranda estaba destinada a estar sola, completamente sola. Dean ya se habría olvidado de ella, se habría olvidado de la promesa que le hizo “¿Quién prohíbe a un dios en una situación de extrema sed beber de los labios de una mujer humana? ¿Y quién prohíbe que accidentalmente un dios acaricie el cuerpo de una humana? Por grave que sea el castigo de tales prohibiciones lo asumiré” le dijo Dean hace tiempo, pero no había vuelto, no desde que Miranda se molestó con él. ¿Y si ella había sido la que provocó aquella situación? Quizás, si hubiera sentido antes el placer de los dioses, habría entendido el porqué no le había prestado la atención que ella quería, y además, ¿qué pretendía ella? ¿Quién era ella para querer que un dios se enamore de ella? ¿Por qué debía de enfadarse, si no es inusual que un dios ignore a una humana? ¿Por qué debía ella exigir lo que las demás no habían exigido nunca?
Llegó la noche, María todavía no había vuelto, pero Miranda notó una presencia junto a ella. No sabía de que manera, pero Ainoa había llegado hasta allí sin que se diera cuenta.
- ¿Habéis encontrado a David? - preguntó Miranda
- No, y sabes que no lo encontraremos… - dijo Ainoa – En Germélion no existe el tiempo, así que si hubiese aparecido, en el presente o en el futuro, ya nos habríamos enterado, y yo ya te lo habría dicho
- Entonces está…
- Yo no he dicho eso. Sólo he dicho que nunca lo encontraremos
- ¿Tú que crees? - preguntó Miranda
- Yo no hablo
- ¿Sabes algo?
- Sabes que los germ siempre sabemos demasiado
- Entonces, ¿por qué no lo ha encontrado nadie?
- Que yo sepa algo no quiere decir que los que lo están buscando lo sepan - contestó Ainoa con su habitual misterio
- ¿Y por qué no lo dices tú?
- Tampoco te he afirmado nada
- Pero sabes algo, y lo callas… - dijo Miranda
- Ahí está vuestra barca, es muy pequeña, pero para dos personas irá bien - dijo Ainoa cambiando de tema, en el delta había un pequeño bote de escasas dimensiones. En ese momento llegó María
- ¿Qué es eso? - preguntó María
- Vuestro barco - dijo Ainoa
- Es un poco pequeño, ¿no? - dijo Miranda
- Muy pequeño - matizó María
- No necesitáis más, en tres días habréis llegado a la Columna Albina - dijo Ainoa
- No, necesitaríamos casi un mes en un barco más o menos decente, pero con esto… - protestó María
- ¿Y los remos? Preguntó Miranda
- De ahí que os haya convocado esta noche
- ¿Para qué? ¿para mantener las manos frescas para comenzar a remar con ellas? – se mofó María, obviamente no estaba de buen humor
- ¡María! – le reprochó Miranda - sé que no es lo que esperabas, pero ellos han hecho lo que han podido
- Lo siento, pero si este es el futuro que quieren para este mundo… prefiero que gobiernen los dioses - dijo María, Ainoa le dirigió una mirada que, de no tener el rostro cubierto, podría haberla matado allí mismo
- Como María ha dicho, los dioses son muy útiles… - dijo sarcásticamente Ainoa
- Yo no dije eso tampoco… dijo María
- Bien, pues si queréis llegar en esos tres días que os he dicho, tendréis que utilizar el poder de uno de ellos
- ¿Cómo? ¿De quién? - preguntó Miranda
- De Sabrina, utilizaremos a su hija como moneda de cambio
- ¿Un secuestro? - dijo María
- Llámalo como quieras, pero es la única manera de llegar que tenéis
- ¿Un secuestro a una diosa? – dijo Miranda - Tiene que haber otros modos…
- Bien, como sabía que los dioses os manejaban de tal manera que no os atreveríais a hacerlo, he venido con un plan alternativo
- ¿Y cual es ese plan? - preguntó María
- Si no podemos secuestrarla, lo fingiremos
- No sé si deberíamos… - dijo María
- ¿Qué habría que hacer? - preguntó Miranda
- En cuanto el mar comience a burbujear, hecha un poco de estos polvos en la orilla, yo no puedo hacerlo. Del ritual de después no os preocupéis, ya me encargo yo del resto
- Bien - dijo Miranda, aunque María no lo aprobaba.
Pasaron dos horas, y comenzaron a salir burbujas del fondo del mar, y Miranda se aproximó a la orilla y vertió en ella el saquito con polvos que Ainoa le había dado. Los polvos se expandieron por el mar como si fueran un humo azulón, hasta que todo el mar estaba infectado de él. De pronto todo el agua se paró, pero las burbujas también se quedaron estáticas, dejando perfectos orificios en el agua, María se aventuró a tocar el agua y era como una masa gelatinosa. No muy lejos de la orilla se podía ver a Úrsula, la diosa de las burbujas inmóvil por completo.
- ¿Qué le has hecho? - dijo María
- Yo nada, le habéis paralizado, eso es todo, ahora podremos sobornar a Sabrina tranquilamente
- Pero nunca nos hará caso – dijo Miranda - esto que hemos hecho…
- Tranquila, si nos da su palabra la cumplirá, los dioses son muy orgullosos, nunca incumplen sus promesas … dijo Ainoa
- ¿Y qué le pasará a Úrsula? - preguntó María preocupada
- No lo sé, pero tampoco importa, la verdad – dijo desinteresadamente Ainoa - seguramente Sabrina acepte, y entonces la rescataré y podremos comprobar si sigue sana y salva
- ¿Y ahora? porque yo no veo que pase nada… - dijo María
- Espera, estoy recordando las palabras. Hablar con los dioses no es tan fácil, sólo hablan ellos contigo, pero si tú quieres hablar con ellos has de medir tus palabras. No es nada complicado, pero conviene preparar todo lo que vas a decir antes de hacerlo
- Me pensaba que eso de pensar lo hacíais más rápido vosotros los germ - dijo María resentida
- María, calla… - dijo Miranda
- ¡Oh Sabrina! soy yo, Ainoa, desterrada por ti y por los tuyos injustamente de la libertad, ¿recuerdas? Pero ¿cómo no vas a recordar tú todo lo que ha pasado en tu vida, si incluso otros lo recuerdan por ti? Creo que deberías venir, tu niña está en peligro. Yo la puedo salvar. Ven aquí, tenemos que hablar - dijo Ainoa, y entonces el mar de gelatina, costosamente tomó la forma de una mujer. La imagen parecía inestable, pues se notaba que la gelatina tiraba de ella hacia su forma original.
- ¿Qué pasó? - dijo la figura, que claramente era Sabrina
- Tu hija quedó atrapada por un hechizo de nigromancia, sabes que yo eso lo domino bien - dijo Ainoa
- Tú no lo has podido hacer, ¿fueron ellas? - preguntó Sabrina
- Sí así fue. – afirmó Ainoa - Pero si tú o cualquiera de vosotros hace algo al respecto, tu hija nunca saldrá de allí. Yo me encargaré de que así sea, que si bien no puedo lanzar hechizos, puedo modificarlos, y puedo causar a tu hija incluso la muerte definitiva. Lo sabes. Una de estas chicas posee una poderosa arma que podría acabar con su eterna vida. Sabes que yo siempre mantengo mi palabra, y te juro que si haces lo que te pido la liberaré sin más prejuicios
- ¿Por qué iba yo a hacerte caso? - contestó Sabrina
- Sabes bien lo poco que me importáis los dioses
- ¿Qué es lo que quieres?
- Lo primero es que olvides este suceso, tú y todos los dioses. Quiero que lleves lo antes posible a estas dos chicas a la Columna Albina, y que les proporciones comida para varios meses
- Está bien – contestó ella
- Y lo segundo, es que me concedáis la libertad – dijo Ainoa. María y Miranda quedaron sorprendidas - Quiero volver a ser libre, y quiero que nunca más volváis a castigarme
- Eso no podemos hacerlo, está en el libro del destino, y es inquebrantable
- Sí. ¿Cuánto tiempo estará escrito en el libro del destino que vivirá Úrsula?
- Pero serás libre en tres años…
- Me da igual, ¡quiero ser libre ahora!
- Sabes que no estás en el mejor lugar para ser libre, ¿no? Podrías morir en el momento
- Ya lo he intentado, pero hasta dentro de tres años no me dejáis siquiera morir…
- Déjame pensarlo
- ¿Ves como hay solución? – le dijo Ainoa - De todas formas, yo tengo todavía tres años para esperar, pero ¿Y Úrsula? ¿Podrá esperar mucho tiempo?
- ¿Qué te propones? – le susurró María
- Cambiar este mundo que tantos pesares me ha causado, o abandonarlo en el intento - dijo Ainoa en voz bien alta
- Entonces, ¿en cuanto te soltemos volverás a atacarnos? - dijo Sabrina
- Por supuesto
- Está bien…
- ¿Me liberarás?
- No, te mataré, es eso lo que querías ¿no?
- ¡Ni se te ocurra tocarla! - amenazó María
- Tú no te metas, humana…
- No, el trato no era ese - le dijo Ainoa
- No se puede eliminar tu destino, pero si se conoce se puede actuar en consecuencia - dijo Sabrina
- Sé de sobra mi destino
- Eso nos ahorrará algo de tiempo. No se puede eliminar el castigo…
- Pues ya sabes… - dijo Ainoa
- Lo único que se puede hacer es que otra persona lo cumpla por ti
- ¿Y en quién has pensado?
- No sé, María parecía dispuesta a no dejar que te pasase nada… - dijo Sabrina, y María asustada dio un paso hacia atrás
- No, no metas a María en todo esto, además le costaría mucho más de tres años acostumbrarse a ser un germ
- También hay alguien que ya está acostumbrado… - dijo Sabrina
- ¡No! ¡yo lo haré! – gritó María - ¡Dejad a David en paz!
- Tranquila, nunca iba a dejar que pasara nada - dijo Ainoa
- ¿Entonces? – preguntó Sabrina - Elige: la chica o tú
- Antes prefiero esperar los tres años que me quedan y ver cómo agoniza tu hija hasta morir
- No serás capaz…
- No tengo prisa – dijo calmadamente Ainoa - tú eres la que tendría que buscar rápidamente una solución, no yo
- Está bien, lo haré. Pero tienes que liberar a Úrsula
- Así que sí se podía
- Se puede, pero no se debe. Aunque lo pasarás peor cuando seas libre, el cambio será muy brusco para ti
- Estoy dispuesta a soportarlo, la muerte no es más que otro deseo que pensaba posponer
- En el peor de los casos continuarás con vida. – añadió Sabrina - Entra en el agua
- ¿Tiene que ser así? - preguntó Ainoa con desconfianza
- Sí, el agua es mi medio, ¿recuerdas? - dijo Sabrina, y Ainoa lanzó al agua unos polvos, y pronto se oyó un chasquido del agua volviendo a su estado líquido. Úrsula volvía a ser libre. Ainoa entró al agua hasta que le cubría la cabeza. Las playas de aquella zona eran profundas, así que no tuvo que alejarse mucho. Entonces hubo un estallido, un gran chorro de agua salió disparado hacia el cielo, en él iban la diosa y el manto germ. En el mar no había rastro alguno de nadie. María se acercó a la orilla y vio como Ainoa se quedaba acostada en el fondo del mar. María corrió hacia ella y la cogió entre sus brazos. Cuando la depositó en la arena de la playa abrió los ojos. Ainoa era una joven morena, delgada, de grandes ojos marrones, una o dos mechas de colores descendían de su cabeza.
- ¿Cómo estás? - dijo Miranda, y casi sin poder articular ninguna palabra Ainoa articuló un par de palabras
- No me acordaba…no puedo incorporarme, el cuerpo me pesa demasiado…me duele cada punto de mi cuerpo. – dijo Ainoa entre gemidos - Noto como circula la sangre por mis venas rozándolas y desgastándolas cada vez más, como se desgasta todo mi cuerpo, cómo se intoxica y se pudre poco a poco mi cuerpo con el aire, la comida… lo siento todo…
- ¿Estás muriendo? - dijo María apenada
- No, estoy viviendo - dijo Ainoa - Tú también lo debes notar, pero ya estarás acostumbrada… Y lo peor es que sé que no me moriré… sobreviviré a esta…
- ¿Cómo lo sabes? - dijo Miranda
- No sé como, pero lo sé. Voy a vivir mucho tiempo así, sin poder tan siquiera levantarme de aquí. Con un poco de suerte moriré de hambre…
- No, nosotras cuidaremos de ti hasta que te vuelvas a encontrar bien - dijo María, y hubo un largo silencio
- María, corta algo de esto, tengo hambre - dijo Ainoa, todavía acostada, con el brazo tembloroso. Había sacado un trozo de un extraño pan y se lo tendía levemente a María. María sacó una daga y cortó un cuadradito del pan, lo pinchó con la daga y se lo acercó a María
- ¿Podrás masticar bien? – le dijo, y Ainoa la cogió del brazo en el que llevaba la daga con el pan, y acercándoselo a la garganta dijo
- Sabía que si te lo pedía directamente no lo harías… Gracias. – Dijo apretando la daga contra sí con las pocas fuerzas que tenía, atravesó su garganta con la daga empuñada por María. Le pilló de sorpresa, María soltó la daga demasiado tarde, el cuello de Ainoa derramaba sangre por todas partes, el trozo de pan era ahora de color rojo. La sangre dejó de salir rápida y violentamente para fluir lentamente. María gritó, Miranda solamente podía llorar. Ainoa se había suicidado, aunque María sentía como si la hubiese asesinado, pues Ainoa no podía hacer casi fuerza. Fue el sobresalto lo que le hizo clavar la daga con tanta fuerza. Pasaron la noche llorando y en silencio, no durmieron.

Texto agregado el 14-11-2009, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


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