Ven al hombre boca arriba, con los brazos abiertos, como crucificado. En realidad, mientras caminan por el campito, lo primero que distinguen es una cosa tumbada, demasiado larga para ser un perro. Ya encima tienen la seguridad de que es un hombre y algo les dice, como un exceso de información, que ese hombre está muerto. Uno de los chicos lo tantea con el pie y murmura unas palabras dirigidas a su izquierda. Damián comprende y deja caer la pelota de fútbol en la tierra: la pelota rueda en el desnivel hacia el arco más viejo, el que se inclina levemente hacia atrás, el que le da la espalda a la ruta. La noche está estrellada y hace calor, pero nada de esto explica que el hombre, en principio muerto, esté desnudo sobre la tierra. Damián lo vuelve a patear, pero el hombre no está borracho ni se ha quedado dormido a la intemperie, en pelotas, mirando el cielo. “Quizá está pasado de rosca” dice Damián, pero Felipe responde que no, que el chabón está muerto, que lo tiraron y lo dejaron así, a la buena de Dios. Mientras tanto la pelota sigue rodando hacia atrás hasta clavarse en un pozo, casi en el semicírculo de cal del mediocampo. Felipe se llena los pulmones de aire y comenta que hay que llamar a alguien, que alguno de los dos, o los dos juntos quizás, tendría que parar un coche o correr hasta el barrio y avisarle a los viejos.
– No te puedo creer boludo, mirá que blanco está – y Damián descubre, cuando unos focos iluminan la escena, que jamás ha visto un hombre con la piel tan lechosa como este hombre.
– Nadie nos va a creer loco – comenta Felipe, llevándose ambas manos a la cabeza.
– ¿Y porqué tiene los brazos así? ¿Ves? Abiertos, y las pies juntitos, como si descansara.
Ambos miran hacia arriba, porque creen que el hombre también contemplaba algo. Buscan ese algo hasta que se aburren. Entonces Felipe se acuerda de la pelota. Giran la cabeza y la presienten allá, en el pozo, quietecita.
– Anda a buscarla boludo, que no es mía.
Mientras Damián corre, Felipe se da cuenta de algo: la cabeza del hombre, mejor dicho, el cuerpo del hombre traza una línea recta con el segundo palo del arco. Se lo comenta a Damián, quién acaba de llegar con la pelota arrinconada en sus gambas.
– Capaz palmó atajando un penal ¿no?
– Anda a cagar.
– ¿Y si hay otros?
Los chicos se quedan inmóviles. Detrás continúan pasando los autos sumidos en velocidades que resaltan con la quietud del campito. “Vamos a buscar a alguien che” dice Felipe cuando un pájaro se estrella en el otro poste y cae al lado del muerto.
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