Entibie un estigma
que pudiera acoplarte a tus ojos,
mientras seguías cosiendo
los retazos de liturgias
que aun nos faltaban promulgar,
¿como tan amante de su cruz
no puedes tomarme entre las maderas?
Ibas prendiendo cirios,
mientras con un carisma bautismal
te colocaba la sotana,
mirando tan lánguido,
perdido en el cáliz,
y sentía celos de los días de pascua,
en que te desvelabas por su pasión.
Su pasión,
era más fuerte que mi cuerpo,
si aún lacerado
siempre te tendía impávido su sonrisa,
tu fervor hacia su costado herido,
aun más fuerte que mis caricias,
tu voz se volvía incandescente.
Recuerdo de tus brazos,
esos fuertes gestos de redención
con los que me bendecías,
para luego dejarme rezar,
me hacías fruto de tu pecado,
olvidabas su nombre
para alabar mis muslos suaves.
Comimos entonces,
de gula insaciable
incluso mordí tu espalda,
déjalo todo, te llore,
cambia los candelabros por mis miedos,
que renaceré al tercer día
seguidor de tus pasos.
Entendí de mis demonios,
como él con mi sangre
expiare, también, este fuego,
no concurriré ya a tus sermones,
y esa hermosa cuerda que libero las culpas
úsala en tu cinto,
por lo menos durante el réquiem.
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