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DECADENCIA GRIEGA

…Ay, señor disculpe, pero me tienen para arriba y para abajo y estoy remuerta. La mujer abrió la puerta sin anunciarse. Ya no sé que hacer; usted parece ser un funcionario joven y seguramente aún incontaminado por toda esta maldita burocracia. ¿Me podría orientar acerca de dónde tengo que ir a pagar la patente del Peluca?
¿La patente del Peluca? ¿Y quién es el Peluca?... ¿Y quién va a ser?, mi perro. ¿Acá no se pagan las patentes de los perros? Bueno si, en realidad se pagan en este gran edificio pero resulta que no aquí. Esta es la División tránsito, por tanto mal puedo asesorarla al respecto. Yo soy ingeniero y… ¿Ingeniero y no sabe dónde se pagan las patentes de perro? Bueno sí…la podría ayudar. Espere un poco ¿no fue a Informes? Si fui pero el sinvergüenza ese entró en conversación y entre palabra y palabra, con una pila de gente esperando me pidió el teléfono ¿se da cuenta? Un atrevido…
¡Qué desfachatado¡ le pido disculpas en nombre de la Comuna. Un funcionario debe tratar con corrección a los contribuyentes, pero olvidemos ese ingrato incidente y vamos a hacer una cosa más productiva. Voy a llamar a un teléfono seguro y le informaré en qué lugar se paga la patente por la tenencia de perros. ¡Ay¡ qué galante. Una cosa es que un pichi la confunda a una y otra que un ingeniero…En fin.

Y bien caro lector, mi conturbada historia comienza de esa manera. Hice un levante inesperado con una cuarentona inquieta, flacuchenta pero no tanto, con el pelo ni rojo, rubio o zanahoria, atado atrás; dos cerritos que le abultaban la blusa y una sonrisa de labios finos que no estaba mal, pero el rojo con el amarrillo no me combina. A la altura de una de las narinas un indiscreto lunar negro alegraba en cierto modo el rostro cascoteado por el tiempo, pero aún así luciría en buen estado tomándose las debidas precauciones. Los ojos muy negros miraban hacia los lados permanentemente, con un tono de nerviosismo propio de quien se cree perseguido. Pero esos ojos acostumbrados a la lucha diaria se percataron rápidamente que el mostrador obstruía algunas partes ocultas de su portadora.
“Hay que linda se ve la ciudad desde acá, permítame… voy a acercarme a la ventana”. Innegablemente las piernas poseían una meritoria proporción, derechitas, bien plantadas. El resto, nada extraordinario pero susceptible de acercarle un elogio reservado. Claro que calzaba tacones alfiler cuya finalidad inmediata es apuntalar y destacar la curva de los glúteos que vaya dicho de paso, en este caso no lo suficiente para salir en Play Boy, y cuando ancianas terminen con el bastón.
Inmediatamente pensé que se trataba de un ejemplar típico de la amazona ciudadana con el fusil al hombro, siempre bien aceitado para prenderle cartucho al primer candidato que se cruzase en su camino. Y no le erré.
La insensatez de los hombres es incorregible. Yo soy hombre, conclusión: Incorregible. Como atenuante diré que por estos días venía soportando una sequía inquietante y ya el mono desnudo con garrote que todos llevamos dentro estaba accionando la alarma. La veterana no estaba mal pero hablaba hasta por los codos. En veinte minutos me enseñó a cocinar pollo con alcachofas; me enteré que varios jugadores de fútbol habían agarrado viaje con ciertas desnuditas de la tele y varias cosas más. Pero la naturaleza las ha dotado de otras armas para los incorregibles, armas infalibles para que entren definitivamente en la trampa. Llegado el momento en que se desprendió un par de botones de la blusa me entregue definitivamente. Ufff…qué calor hace por aquí ¿vio? Una crucecita descansando en medio de un valle de suaves ondulaciones me daba la bienvenida.
¿Y usted como se llama señor ingeniero? Me llamo Ezio Tzokos Guttuso. ¿Qué nombre raro? Bueno…mi padre es griego y mi mamá siciliana. Ella eligió el primer nombre. ¿El primer nombre?, tiene otro entonces. Si, si, claro pero no tiene importancia. ¿Y Usted cómo se llama? Yo me llamo Etelvina Rodríguez Richardson. Soy sajona por todos lados, fíjese en mi nariz de reina, pero los Rodríguez arruinaron la magna obra que pude haber sido…y perdone la irreverencia. Por supuesto que no tiene que pedir perdón por nada, es el destino de cada uno.
Así seguimos hasta la cita inexorable y la última profesión de fe: Tenga muy en cuanta que no soy como esas ”regaladas”; sencillamente que usted a más de ser ingeniero me ha caído simpático y puede ser una buena experiencia entendernos….digo.
Pero fijesé que yo pienso lo mismo. ¿Entonces a las cuatro de la tarde?.
A las cuatro y un minutito más; usted sabe como somos las mujeres jiji. Sospeché una hora y media.

Pues que aquí estoy, tomando un café sentado con las piernas estiradas, las solapas del sobretodo levantadas, muerto de frío. Todavía me pregunto qué me dio por agarrar este viaje. Vulgar machismo, digo yo. Debe llevarme fácil… quince años.
Observo por la ventana varios obreros trabajando en un edificio a medio terminar. En mangas de camisa suspendidos sobre frágiles andamios, a doce pisos de altura, sea cual fuere la temperatura ambiente le dan para adelante y gracias a ese empeño la ciudad cambia día a día. Con el casquito amarillo me resultan simpatiquísimos. No puedo evitar recordar las cosas inverosímiles que otros tipos de casquito amarillo, actores ellos, hacían (o deshacían) en los programas de Tinelli. Desde ese momento les tomé simpatía a estos laburantes con el pucho en la comisura y dos dedos rápidos en la boca para chiflarle a las chicas que pasan apuradas.
Ya íbamos por los cuarenta y cinco minutos de tiempo muerto. …Está bueno para tomarme los vientos - pensé - pero esta mujer sabe donde trabajo. Sería un papelón.
¿Hoooola? ¿Me hice esperar mucho?
Pegué un respingo. Se había preparado como para concurrir al Gran Prix de Mónaco (Dios mío ¿y ahora que hago con este bacalao?) Un enorme tapado negro la cubría hasta las rodillas, pantalones pescadores verdes, zapatos rojos de doble plataforma con los altisonantes tacos alfiler. El sombrero cilíndrico tipo cosaco le tapaba la cabeza hasta la frente, negro como el tapado. De las orejan pendían unos aros enormes, lo cual sumado a las pestañas postizas, el rimel intensamente distribuido y las tres manos de pintura en los labios contribuía a conformar un aspecto de deidad superior, que me apabulló. Calculé grosso modo que los quince años que había estimado el día anterior se habrían ampliado a veinte o veinticinco.
¡Nooooo¡, de ninguna manera.
De entrada me dio un beso en ambas mejillas y con el roce penetró en mi aletargada nariz un perfume espeso y sensual que a cualquier matungo le habría hecho poner veintiuno en los primeros cuatrocientos.
Se acercó un mozo de corbatín. ¿Que se van a servir los señores? Hice un gesto con la mano hacia ella. Ay…no sé. Bueno… tráigame un te con leche completo y una torta con mucho chantilly.
Bien ¿Y el señor? Me miró sobradoramente como uno mira al tipo que se aviva tarde que lo punguearon. Otro café y un tostado sin manteca.
Permiso…
¡Pero qué frío hace¡ Menos mal que “una” entra en calor enseguida. Ni lerda ni perezosa me tanteó el estado de ánimo sacándose el tapado. Juro por mi vieja que no eran tan grandes como cuando los imaginé la primera vez. “Esta mujer se puso un relleno”.
No me diga, yo en cambio me convierto en un témpano enseguida. Cualquier brisita me pone la carne de gallina. ¡Pero qué divino¡ Hay ciertos secretos que yo le podría transmitir para sacarse el frío que le juro son infalibles, pero primero tenemos que…intimar un poco más ¿no le parece? Si, si, claro. Ahí viene el mozo. El de la moñita distribuyó con elegante profesionalidad cada pedido y depositó la cuenta en un sobre. Hice mis cálculos “Este bagayo de cosas, un motel baratieri, un par de taxis…mil quinientos dan bien” Etelvina agarró para los entremeses como un lobo con diez días de ayuno.
Tomaba la masita apuntando el enjoyado meñique hacia al cielo azul. Engullía y luego dejaba la boca fruncidita como para besar el mundo. Masticaba con las ansias de un bebé olvidado por la madre y bebía el té con leche de a sorbitos. Ummmh ¡qué rico¡ ¿Y usted no come? No, si, este… lo que pasa que ya he tomado un café y no puedo abusar mucho. ¿No lo deja dormir? Bueno algo de eso me pasa a veces.
¡Hay qué divino¡ Confíe en mi, yo le enseñaré como se evitan las malas consecuencias de la cafeína.
¿Pero usted es doctora?
Diosmelibreymeguarde. Hice un doctorado en Harvard en ciencias de la comunicación pero por esas cosas de la vida trabajo de cajera en una carnicería. Tengo experiencia en muchas cosas ¿sabe? Y eso de curar insomnes es mi especialidad.
De pronto lo vi que se acercaba, él también me vio. Me quise volver aserrín. Entró al bar casi corriendo.
¡ Empedo¡ loco…como andás. Creo que desde la graduación no nos vemos. ¡Viejo Empedo…¡ ¡Qué alegría¡ Y usted señora ¿se acuerda de mi? Aquellos tallarines con salsa pomarolla ¡ah¡ inolvidables. Para mi sus tallarines son de lo mejor que he comido en mi vida. Muy bueno viejo Empedo, sacar a la mamá a pasear. Eso es de muy buen hijo.
¿Qué dijiste pedazo de un estúpido? Yo, la mamá de ¿quién?
Cómo, ¿usted no es doña Rosario?…disculpe. Fue decir disculpe y la torta con chantilly le explotó en la cara. Estas cosas le pasan a “una” por andar con estúpidos. Me miró como una cobra a un pajarito indefenso y salió taconeando con el tapado en la mano. Se llevó por delante un mozo sobrecargado armando un zafarrancho de novela. El tipo la quiso correr pero se detuvo porque pensó que arriba la iba a ligar.
Crucé los brazos sobre la mesa y apoyé el mentón para mirar mejor el infinito. De a poco me fui recobrando. Mi amigo Roberto Spano, un hermano de toda la vida había metido la pata hasta el cuadril pero con su imprudencia consiguió salvar a un inocente. Trató de limpiarse lo mejor que pudo; la gente se reía a rabiar como en una película de Chaplin. Robertito - le dije- pedime lo que quieras. Tengo un dato para la cuarta de mañana, ¿te hace falta algo?, pedime lo que quieras. Estoy en deuda contigo para toda la vida.
Pero “griego” no entiendo nada, me dijo trémulamente con un ojo tapado de crema. Te juro que no entiendo nada.
Y para qué querés entender Robertito, son cosas que pasan. Ya que estás aquí y me has dado un alegrón enorme por volver a verte dejame recordar contigo aquellos buenos tiempos en que pateábamos latas por la noche. ¿Cuánto hace que no nos vemos? Te acordás las cosas que hicimos juntos querido Robertito.
Es cierto, pero… no te habrás molestado por haber mencionado ante la vieja el apodo con que te conocíamos, ¿no?... ¡Qué me voy a enojar, fue a consecuencias de un delirio de mi viejo Tuve que cambiar dos veces de cole y en la Universidad sólo lo conocías vos. ¿A que no te acordás el motivo de ese mote? Y como no me voy a acordar “griego”. Fue aquella vez que en el secundario entró a la clase la secretaria que nos tenía una bronca bárbara a vos y a mí. Se hizo el silencio acostumbrado y la muy yegua saboreando la victoria entonó bien fuerte: “Alumno Ezio Empédocles Tzokos Guttuso tenga a bien pasar por la Dirección por un asunto de su interés.
¡Que momento¡ Robertito querido. El nombre lo eligió mi viejo para homenajear al filósofo Empédocles nacido en Agrigento, una ciudad que estaba en la parte de Sicilia que en esos momentos era dominada por los griegos. El viejo le concedió siempre una gran admiración al tal Empédocles. Fue quien sostuvo – me acuerdo de memoria porque colgó un pirograbado en el comedor – que “La realidad última del universo está constituida por los cuatro elementos o raíces, agua, aire, tierra y fuego, eternos y opuestos por sus cualidades. Dos fuerzas antagónicas, el amor y el odio actúan sobre los elementos y determinan la formación y el cambio de las cosas, por la unión o separación que provocan entre los elementos. La historia del mundo – afirmaba - es un ciclo que se repite indefinidamente”.
Así que vos te llamás Empédocles, me dijo Marina…y pensás que con ese nombre te iba a aceptar como novia.. Ni te sientes más a mi lado.
Empédocles, Empédocles, repetían y se reían los compañeros. Hasta que inevitablemente el gracioso del “jamón” Arriaga arrancó: Empédocles es lo mismo que Empedo. Vamo arriba Empedo. Agarró una regla me la puso sobre la cabeza y con la mayor solemnidad dijo: En el nombre del 3º A serás desde ahora Empedo, y por siempre estarás en nuestro corazón y nuestro recuerdo… Empedo.
Y así ando Robertito, portando un gato que a cada rato saca la pata de la canasta.
Nos empezamos a reír y la gente nos miraba con asombro. Reímos y reímos hasta que miré la cuenta.

Texto agregado el 14-11-2009, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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