Yacía en el abandono de la oscuridad y el frío del estrato más bajo. Su lozanía renunciaba al verdor y se marchitaba en correspondencia con el reloj que mantenía con fiereza su tic-tac, avanzando las manecillas como máquina de muerte, burlándose de su necio optimismo que presagiaba con ansias el rescate.
En un sitio difícil de alcanzar estaba su amado, algo más arriba, en la prisión que la puerta aseguraba vedando la posibilidad de que bajara. Sólo la ilusión la mantenía con el aliento necesario para seguir pensando en aquel a quien iban dirigidos todos sus suspiros. Esa confianza alimentaba la certeza de que llegarían a la unión de sus tiempos sin final. Podrían amalgamarse en definitiva asociación, intercambiando sus fluidos en la sal avinagrada de la pasión.
Ella mantenía esa fantasía a pesar de saber que su ubicación únicamente ofrecía desventajas. En el momento de la selección no aparecería a la vista como las tentaciones que reposaban en las franjas superiores, burlándose de sus fibras y de su capacidad de mantener regulada la salud del organismo.
Solamente una circunstancia que manejara la suerte podría contra la posición de éstas, al alcance de la mano y frente a los ojos, confrontando el proceso maduro a la seducción de la gula, el razonamiento mesurado a la improvisación de lo fácil. Arrogantes y confiadas por saberse en un plano superior, ellas prestaban atención a los detalles para mantener ese privilegio, menoscabando a los habitantes de las capas subyacentes contra los que ejercían una actitud corporativa.
Sin embargo sintió renacer su optimismo cuando la luz anunció la presencia de una nueva elección. La pequeña mano la alzó ¡había sido seleccionada! Finalmente la templanza había vencido al desenfreno, la educación a la glotonería.
Luego la mano dudó y ese instante de indecisión derrumbó todo. El demonio de la gula influyó y quedó nuevamente relegada, esta vez en medio de lo despreciable.
Nuevamente su optimismo venció a la desilusión y le permitió valorar las nuevas posibilidades. Había quedado más cerca de su bien querido, apenas un poco por encima de su posición. Sería más fácil alcanzarlo deslizándose hacia abajo. Lo tenía a la vista y lo intentó. Suavemente, sin prisa, cuidando de no llamar la atención de sus enemigos, ahora vecinos.
Sus adversarios reaccionaron cuando estaba a punto de lograrlo; con perversidad y estrategia interpusieron manteca en la superficie para que un resbalón la devolviera al nivel de la desolación. Su amado no pudo detenerla cuando pasó junto a él en veloz caída.
Aún así no renunció a la esperanza alentada por la alegría de seguir al menos con vida.
- Si bien esta vez venció el demonio – se dijo - también hubo un instante en el que las cosas pudieron haber sido mejores.
Esa fracción de tiempo alguna reflexión debía haber dejado. Nada impedía suponer la repetición de ese momento y entonces vencería la actitud sana.
Razonando de esa manera continuó feliz en la convicción de que la luz volvería a encenderse.
Vibró su corazón cuando la claridad mostró que aún quedaba algo de su verdor y seguía preparada para ser la elegida. Aspiración nuevamente frustrada por la mano, más grande esta vez, que se dirigió a su amado y lo recogió. Ella quiso gritar que no se lo llevara, que no podría vivir separada de él para siempre.
La mano pareció escuchar su angustia, descendió y la tomó antes de cerrar la puerta.
Depositados ambos sobre la mesa, se sintieron felices de estar juntos. Aceptaron de buenas ganas una separación pasajera porque sabían que sólo se trataba de preparar la ceremonia que los uniría para siempre.
Tendida con sensualidad a todo lo ancho del lecho que le ofrecía la bandeja, ella esperó amorosa la llegada de él que, duro y desnudo, cayó en su regazo trozado de amor. Había llegado el momento de incorporarse el uno al otro en íntimo contacto, logrando una simbiosis en verde, blanco y amarillo que recibía definitivamente la bendición del líquido aceto y la sazón del condimento, convirtiéndose en la mejor compañía para un buen asado: una agradable ensalada de radicheta y huevo duro.
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