Rodrigo venía de una familia adinerada y desde antes de nacer había nacido con un apellido de portada de Sociales, antes de el su madre había dado a luz un varoncito regordete de tez blanca y mejillas rojas y una pequeña de ojos azules y risos dorados, muy parecidos a la familia materna, nadie sabía porqué se había casado con aquél hombre de tez morena verduzca y dientes atrofiados, con aquellos ojos pequeños y hundidos que miraban ora con desprecio ora con lujuria, pero se rumoraba que había sido por dinero, algo que en la época casi nadie tenía.
Mientras la hermana gastaba energía en ser la mejor pianista del estado y se esforzaba con gran medida en el lograrlo, recibía premios y halagos de todos los que la oían, se decía que cuando adulta llegaría a ser una estrella, el hermano gemelo se desenvolvía en el deporte como un excelente corredor de quinientos metros y saltos de obstáculos, fornido y con cuerpo atlético, aquél hombre de mejillas rojas derretía las miradas de cuanta doncella aparecía cerca de el y Rodrigo se lamía los bigotes como un gato esperando a la presa, moreno y flacucho destilaba hedor de sus labios, la envidia a sus hermanos envenenaba cualquier huerto y hacía caecer el mas grande roble, hablaba poco y cuando lo hacía pocos deseaban no haberle sacado una sola palabra, desdichado y lleno de amargura, derramaba hiel y enérgicas críticas lapidarias, siempre había sido así, había nacido con la estrella del padre, rico, feo, con el corazón ponzoñoso y con un apellido que hacía temblar a la comarca, desgraciado en los adentros, nadie creía que fuera hermano de aquellos dos ángeles caritativos y llenos de vigor, hasta la madre le veía con decepción, mientras el padre orgulloso de su naturaleza, comparaba siempre la inteligencia que su hijo guardaba, porque sí, era cierto que Rodrigo era por demás brillante y sesudo.
Amelia parecía tan poquita cosa junto a la rubia hermana de ojos azules, con su vestidito casi trasparente de tantas lavadas, el recogido cabello tras las orejas y aquellas canicas negras y redondas que brillaban en su rostro, cuando el atlético muchacho la conoció en una carrera, allí sentadita muy adelante de todos, dicen que corrió a romper su propia marca para caer fulminado a tanta dulzura, pero ambos tenían miedo al padre, era de saberse que Amelia no era una mujer adinerada y eso pesaba mucho en la idiosincrácia familiar; una noche en que las estrellas brillaban encendidas y el cielo limpio y sedoso se vestía de un negro profundo, Rodrigo caminaba a casa cuando vió a su hermano despidiendo a una muchacha, se escondió entre algunos arbustos que había cerca y observó lleno de rabia, estaba lleno de odio, envenenado hasta el tuétano, apretaba los dientes para no maldecir a gritos y en cuanto vió a su hermano alejarse se congeló casi al instante al toparse con aquellos ojos negros, se sentó en la baldosa estupefacto y se quedó ahí, tan agitado que creía que le daría un infarto, -¡Por fin- se decía -Encontré lo que buscaba, la razón de mi existir, ¡ella debe ser mía!- por un momento casi olvida al hermano y fue ahí en donde lo planeó todo.
A la mañana siguiente todos los diarios señalaban a una chica pobre de barrio perdida y la recompensa a quien diera pistas importantes para encontrarla, era obvio que el atlético novio ponía toda su herencia en encontrar a la muchacha y Rodrigo veía la desesperación del hermano sin decir palabra alguna, pero su mirada no era la misma, tenía un brillo tenebroso y una sonrisa en los labios muy delineada y marcada con el sello de la venganza a tantos años de comparaciones, su objetivo estaba concluído, el hermano ofrecía su fortuna en algo que jamás encontraría y el regocijo del flacucho se desmedía con el paso de los días y la tristeza rotulada en aquél ahora desdichado, pero ni para Rodrigo ni para Amelia y mucho menos para el atleta las cosas ahí terminaría.
Fue un accidente realmente lo sucedido, a pesar de sentir repugnancia por su rubia hermana, Rodrigo la estimaba al tener un noble corazón tierno de niña aún, es lógico saber pues que no tenía idea de lo que Rodrigo tramaba, estaba muy acongojada al ver a su hermano gemelo en esa circunstancia, el que siempre había sido toda bondad había caído enfermo de tristeza y ella como unida a el en el duelo, parecía que sentía tal nostalgia y le acompañaba llenándolo de besos, pero esa mañana, sin saber porqué bajó al sótano, había en su mente algo que le decía que lo hiciera y fue ahí en donde encontró a Amelia, con los ojos desorbitados y un vestido blanco bordado, zapatillas blancas y la boca cerrada a fuerza, no pudo atinar lo sucedido y después de lanzar un grito espeluznante cayó desmayada. Para cuando Rodrigo entró al sótano ya todos en casa lo sabían y le miraban con odio y dolor, no podía haber alguien tan perverso para hacer tal cosa, no podía haber alguien así corriendo la misma sangre en las venas, trató de huir, pero la madre le impidió el paso con un cebollero en mano, mas rabioso que de costumbre y no mostrando indicio alguno de remordimientos, se llevó las manos a los bolsillos de la chaqueta y retando con la mirada a todos escupió: Debia ser para mi, solo para mi y me rechazó por un hombre que no puede sentir por ella mas que la victoria y obtención de un trofeo, entonces la convertí en eso, ¡MI TROFEO!, mi eterno trofeo... y después cayó al suelo rendido.
No hubo un diario que pudiera describir lo acontecido, nadie hablaba de Amelia ni de Rodrigo, la familia de pudientes tuvo que irse de la comarca y buscar refugio entre rostros desconocidos a muchos kilómetros de distancia, de Rodrigo... nadie sabe nada. |