"Como Lagrimas"
ERAN CERCA DE LAS 3.am, cuando llamó a mi celular, y con voz serena me pidió que la pasara a buscar a una concurrida esquina de Providencia, que era Paulina y que por favor lo hiciera sin preguntar mas nada, ya que luego me daría la correspondiente explicación, que al caso no hubiera servido absolutamente de nada para mí confundida cabeza que no asimilaba el extraño suceso que hace tan poco acababa de oír, y así, con esa total confusión que anestesiaba todo razonar, salte de la cama para ponerme unas trajinadas zapatillas y partir en busca del origen de aquella perdida llamada para tratar de terminar de golpe (al menos eso estúpidamente creí) con el mar de conjeturas que ya asfixiaba mi agitado corazón.
Y ocurrió así, que en eufórico éxtasis, cruce calles, doble esquinas, vi farolas de múltiples tonos de luz, atravesé semáforos verdes y alguno que otro de roja vestidura, todo como en un mohoso y viejo sueño en el cual representaba el tórrido papel de un zapatillesco caballero en su neumatisado corcel corriendo de forma alocada en auxilio de su más tórrida y borracha ex damisela, que encontré, afirmada del poste de un teléfono publico, con su vestido blanco con flores que contrastaba en forma y en color con la oscura noche, tan fría como sus blancas manos y tan negra como el negro marco donde sus grandes ojos se bañaban, a causa de su costumbre algo gótica de ennegrecer con bastante maquillaje el contorno de ellos y a la, con certeza, furiosa posterior descarga de lagrimas. Triste escena, que termino de enternecerme cuando al acercarme, repitiendo incontables gracias sé colgó de mi cuello para balbucearme al oído una disculpa inconexa a su naciente sonrisa que luego transformaría en penoso sueño al recostarse en el asiento de atrás, y así, sin que ella lo notara la observe por el espejo, tan jodidamente bella ante mis embrutecidos ojos, como ángel caído en una sobredosis de vodka y blancas líneas como el pálido resplandor perdido de sus pupilas.
Luego, al llegar subimos entre risas al ascensor, y mientras ella jugaba a hacerle muecas a su propio reflejo note que no traía ningún bolso o cartera, solo su vestido, sus zapatos, una mano de collar y mi numero en un papel que le alcance a entregar aquella añeja vez, en que solo nos topamos por pocos minutos y que yo pense desecho el mismo día de su entrega, papel que ahora lucia todo arrugado y con su tinta corrida pero que no soltaba de su mano, papel que le tuve que quitar cuando la conduje al baño para que se lavara el rostro que en ese momento lucia un poco mas sereno y lucido. De manera que mientras se lavaba, recuerdo haberme dejado caer en el sillón algo turbado, por verla nuevamente luego de tanto tiempo en mutuo silencio y solo atine por un viejo instinto a prender el equipo y sintonizar la primera radio que encontré cuando salió rápidamente del vaporoso baño, envuelta en una gran toalla para decirme en tono risueño que se había bañado, que la música le agradaba, y que si yo sabia acaso quien cantaba, y yo, como ella ya bien suponía, al no saber le mentí con otra risa de vuelta que ella contrarresto con una gran carcajada, tan alborotada que hizo que la toalla que la envolvía de un golpe se cayera para dejarla completamente desnuda ante su sonrojado anfitrión, que instintivamente se dio vuelta para darle a la cómplice pared un gesto de incrédula satisfacción, mientras ella, al mismo tiempo en que, en aquella madrugada comenzaba a llover, muy segura rearmaba su falible envoltura.
La lluvia se dejo caer primero muy despacio para luego ir creciendo en fuerza hasta convertirse en espesa cortina de agua, como la propia evolución que ella tuvo dentro de mi cuarto, cuando ya sin envoltura y con perturbadora sonrisa se acerco muy despacio al borde del sillón, y alternando en vaivén notorio sus piernas estiro sus delgados brazos para tomarme sutilmente de los hombros y así, en brusco movimiento robarme un amargo beso, amargo por la inconsciencia del mismo y por el aun agrio sabor de su boca, boca tan putamente rabia que ilusamente había jurado nunca mas besar.
Y ahí se quedo, sentada, mirando aquella lluvia que se estrellaba en la ventana poniendo fin a su corta y vertical vida. Ella en un mutismo culpable dejando caer aun más mudas lagrimas, y yo, observando el mismo fúnebre espectáculo de las gotas que caían en mi ventana. Como lágrimas, como las ultimas lágrimas que esa noche ella derramo por mi.
A.P.
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