El abrazo internacional de dos cuenteros virtuales
Islero y Sapo
Don Martiniano Leguizamón era un labriego. Se había casado joven. Un matrimonio feliz con tres retoños. Pero un cuarto parto vino con problemas: había que decidir por la nueva vida o por la madre. Esta no lo dudó un instante: ¡la vida de Joselito, por supuesto! Si hasta nombre ya habían elegido. Le costó convencer a don Martiniano. Él, hombre fuerte, golpeado por la vida, con gran experiencia, sabiduría y discernimiento, siguiendo el ejemplo de sus mayores, respetó la determinación de su mujer que murió en su ley y no le costó aceptar enseguida al hijo de ese sacrifico.
Tres mujeres y un varón. El campo se fue empobreciendo y la migración de la muchachada hacia las grandes ciudades se tornó inexorable. Con el consentimiento de don Leguizamón, los cuatro hijos volaron en distintas direcciones.
El hombre quedó solo. Durante la noche se asomaba al mundo a través de los noticieros televisivos. Después, ya en la cama, leía un rato. Poseía muchos libros que le venían de su abuelo y de su padre, cuando aquello aún era una estancia de unos cuantos miles de kilómetros. La soledad y la tristeza del hombre de chacra, iban aparajedas con la depresión y el desánimo de la comunidad que había sufrido ya, no sólo los embates de la naturaleza, sino la agresión de la modernidad. Antes, cuando vivían sus padres y aún cuando los niños empezaban a crecer, su familia era considerada pudiente, “de tener”. Pasados los años, desapareció la equidad y la justicia en el campo. Los países del llamado primer mundo, haciendo uso de su poder y de la violencia, subsidiaron a sus agricultores y elevaron sus aranceles para cerrarles el paso y desalentar a la agricultura emergente. En esas condiciones, Martiniano, simple labriego sin capital ni apoyo humano, no pudo resistir los costos de producción y fue cediendo el paso al comercio especulador, resignándose a vivir el día a día, sin otra aspiración que pensar en el futuro de sus hijos que, como ya se dijo, habían salido a buscar la luz en otros horizontes.
El hombre rudo y curtido por el sol y los fríos, con todo lo que amaba a sus hijos, no pudo, no quiso retenerlos y los dejó partir con la pena honda de ver cómo su choclo de oro, el más preciado, se iba desgranando hasta quedarse pelado. Desde entonces, sus mejores horas del día las pasaba arañando las entrañas de la tierra, y el resto de su tiempo, lo hundía en sus lecturas y en la televisión, las únicas ventanas por las que miraba al mundo.
Para las navidades y el año nuevo, cual golondrinas al nido, retornaban los cuatro hijos al hogar. Año tras año, la concurrencia era más numerosa. El primer año, un yerno; el siguiente, un nieto; vino también el tercero y una nieta. Y así, siguieron multiplicándose año tras año. El único que siempre llegaba solo, cansado, roto de viajes, era Joselito.
Durante esas felices semanas, don Martiniano, tiraba los años al viento y una sonrisa grandota le chorreaba a raudales por el alma y el cuerpo. ¡Qué lindura ver a los nietitos y nietitas correr detrás de las gallinas, los patos y las guineas! Y verlos cabalgar como bultos tiesos, saltando en el aire. Y al atardecer, buscar los nidales de las aves, y llenar una canasta con huevos. “Què linda que es la vida”, cantaba el abuelo a voz en cuello.
En esa alma buena de don Leguizamón, sin embargo, había un hueco oscuro que lo ocupaba su hijo menor, Joselito. Siempre tan cansado, solitario, con el celular pegado al oìdo, dando órdenes a la Casa Matriz, de la cual era Gerente de Personal. Siempre viajando por el Mundo, viviendo en Hoteles, sin patria.
-“Joselito es el único que ha hecho plata -se decía don Leguizamón. Ayuda a sus hermanas, me ha reconstruido la casa, prepara y organiza las fiestas…El se encarga de todo. Pero en el fondo de su alma, este hijo mío, no es feliz. ¡Hijito mío, del alma!”
La noche del 31, el hijo buscó al padre y con una botella de vino en la mano, lo invitó a charlar debajo del paraisal. Joselito absorbió la noche, las estrellas, la suave brisa, el siseo de las hojitas de los árboles, mientras su padre lo observaba en silencio. Después de un rato, sin tiempo, salió limpia la voz de Joselito:
-“Papá, lo que se viene es muy duro –dijo con voz firme, tierna--. Por aquí se terminarán las cosechas...hasta las chacras perderán todo. Hay que cuidar el agua potable. Este es un problema mundial a cortísimo plazo. Y nosotros estamos sobre una napa acuífera de las importantes y sanas del globo. Nada de plantaciones, ni insecticidas, ni elemento alguno que erosione el suelo”.
-“Entiendo, hijo –respondió angustiado el viejo labriego--. Esto ya lo sabía, aunque no de su gravedad y urgencia. Buscaremos una salida. Lo que me preocupa es otra cosa, y mucho mas importante: me preocupàs ¡VOS!, Contame, mijo”.
-“Sobre esto quería hablar papá. Tengo plata y todo lo que ella da; pero soy infeliz. ¿Sabes lo que soy? : ¡Trabajo! Solo eso.
El viejo labriego lo miró inquisidoramente. Conocía a su hijo en profundidad, pero esta vez, no adivinó, no intuyó lo que se venia; dijo:
-Te escucho mijito
-Papá, vente conmigo al mundo moderno. Martiniano acusó el golpe como si le hubieran anunciado que se venía la torrentera. Sin mostrar desconcierto, con serenidad y temple, contestó:
-¿Qué dices muchacho? ¿Sabes lo que estás diciendo?
-Sí padre, con toda mi alma, se lo que estoy diciendo. Juntos seremos felices. Estas tierras no dan para más. Pronto todo esto será un páramo o tal vez una selva de cemento, como todas las que ha sembrado el hombre de estos tiempos. Te estás envejeciendo en la más profunda soledad y a mí me está pasando lo mismo. Tú me necesitas padre y yo te necesito ¡Cómo te necesito!
-Mijo lindo, tú no estàs hablando. Son los vinos que se te subieron a la cabeza los que están hablando. ¿Tú no sabes lo que para mí significan estas tierras? ¿No es aquí que nacieron y vivieron mis abuelos y mis padres, tus abuelos? ¿No es aquí que fuimos tan felices todos estos años? ¿Y nuestras raíces? ¿Y nuestras tradiciones? ¿Y nuestros símbolos? ¿Y nuestra tierra, a la que amo tanto?
-Papá, por favor, si tuvieras una nueva familia que defender, si estas tierras fueran fructíferas, si la agricultura regional recibiera aliento de las autoridades, si me dieras una sola razón para vivir aquí, yo sería el primero en pedirte que te quedes. Pero ¿Qué es lo que vas a lograr aquí sin apoyo, sin agua, sin compañía? ¿No ves cómo te estàs secando en esta soledad? Pareces un árbol añoso sin el menor futuro, sin un norte, sin un nuevo horizonte. ¿No han sido siempre mis hermanos y yo, la razón de tu vivir? ¿Por qué no pensamos en reconstruir nuestras vidas, todos unidos? Si te vas con nosotros lo tendrás todo, padre. Estaremos a tu lado tus hijos, tus nietos, tu familia. Nuestro cariño permanente fructificará y tú me ayudarás a buscar felicidad. Juntos buscaremos unas tierras cercanas donde tú puedas sembrar y cosechar. ¿Acaso esta tierra es lo único que existe en el mundo? ¿No es este el Planeta Tierra? ¿Acaso te he pedido salir a otros planetas?
Al día siguiente, antes del almuerzo, se reunió toda la familia y organizó, a regañadientes del abuelo, el traslado a su nueva morada.
- “¡El abuelo se va...el abuelo se va!”, cantaban, rondando alrededor de la mesa, los nietos. Le robaron una lágrima y una sonrisa amplia y prolongada.
El Departamento de Joyelito, en la Gran Ciudad, estaba ubicado sobre una avenida arbolada y frente a una plazoleta. Largas horas se pasaba don Leguizamón, en el ventanal de su dormitorio, observando carreteras en formas trebolares, autos y mas autos. Miraba hacia abajo y allá veía todos los árboles y plantas que los conocía toditos.
El departamento era un plantel de helechos, planteras de diversos tipos, begonias multicolores. Y flores. Muchas flores. Con el tiempo, y la ayuda de los hijos y yernos, don Martiniano había convertido el amplísimo departamento en un vergel. Acariciaba las plantas y con ellas hablaba con ceremonioso cuidado, una a una.
El hueco oscuro de su corazón, ocupado por Joselito, se fue agrandando. Este, cuando podía, se hacía una escapada. Poco a poco, el labriego se fue enterando que la empresa; estaba dividida en cinco zonas, desparramada por el mundo entero. Joselito trabajaba en la zona tres, cuya casa matriz se había trasladado a Londres. También se enteró –un poco tarde-- que su hijo andaba de novio desde hacía años y que la chica trabajaba en la misma compañía, pero en la zona uno, con centro en Tokio. Algunas noches se veían en Londres, otras en Tokio y muchas veces tuvieron que cruzarse en los aeropuertos. Mas, en las vacaciones, cada uno volvía a su hogar a oxigenarse de vida.;
Por su parte, las hijas con sus respectivos esposos y herederos, llegaban a visitarlo, en un principio todas las semanas y luego en forma más espaciada. Martiniano prefería evitar las invitaciones para eludir los ruidos molestos, los viajes alocados y la agitación de las calles sin alma. Así, fue pasando el tiempo, los nietos crecían sin permiso de nadie y todo el mundo fue dejándose ganar por el reloj, enemigo de la paz. El único que se comunicaba con regularidad de donde estuviera, era Joselito, cada vez más nervioso y absorbido por las responsabilidades que la eficiencia y la globalización le iban endilgando. Don Leguizamòn, siempre dedicado a sus plantas, a sus libros y a la televisión, el resto de su tiempo se pasaba reflexionando sobre si mismo:
-“Soy de la tierra...no soy del cemento...y menos de esta jauría. Y Joselito también es de la tierra, sin embargo come y duerme en el aire. No...No puede ser!”
Una tardecita encendió el televisor. El noticiero de las 19 nunca se lo perdía:
-“Ultima noticia: el conocido economista y hombre de negocios Josè Martín Leguizamòn, falleció esta madrugada de un infarto cardiaco durante el vuelo itinerario Varig que iba de Londres a Buenos Aires. Leguizamòn se dirigía a la capital bonaerense a inaugurar la sucursal latinoamericana de la Empresa de Telecomunicaciones Norte Sur S.A. con sede en Nueva York. Don Martiniano apenas escuchó, la noticia no le entraba en el pecho. Hasta que entró como un torbellino. El abuelo hizo un extraño movimiento en el sillón. Y se quedó, quietito, con los ojos abiertos.
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