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Rapsodia en el Jardín de los Llantos.


Obviamente Viviana estaba ahí para llorar, y lo estaba haciendo de maravillas a decir verdad. Sentada, con las piernas abiertas y la cara entre las manos que iban amuradas con los codos a las piernas.
El jardín era hermoso por donde se lo mirase, pero no era por la gran vegetación sino por los rayos de luz que penetraban la gran cúpula lo que daba la impresión de estar dentro de una burbuja inmensa.
Ella no era la única ahí, a no más de 20 metros, sentado en la gramilla abrazándose las rodillas estaba un pibe de unos 17 años. Parecía que le habían dado un golpazo en la nuca con una paleta de madera, tenía los ojos colorados e hinchados y lloraba a mansalva.
No era muy común que una persona visitase el jardín de los llantos, y esta era la segunda vez de Viviana en sus 35 años de vida. La primera vez había sido a los 26, un trauma que la seguía hasta el día de hoy y según ella la seguiría hasta su propia tumba. Había perdido a tres amigas en el verano del 96’ cuando de noche y con unas copas de más chocó con una camioneta y fue a parar al fondo de un terraplén en su Ford Escort. No sabía como había hecho para salir con solo un corte en la frente, el brazo derecho quebrado en dos al igual que la pierna izquierda, mientras que dos de sus amigas quedaron prácticamente irreconocibles.
Le dolía el pecho y los ojos.
Respiró hondo y dejó caer los párpados.
Se quedó en esa posición unos 5 minutos, hasta que sintió una respiración entrecortada bastante cerca.
Abrió los ojos de golpe.
Era el pibe de 17 años que la miraba sin dejar de llorar, se limpiaba los mocos con el dorso de su mano.
Ella recuperó la compostura sin dejar de sollozar, odiaba a veces no poder dejar de llorar, pero para eso estaba en el jardín.
-No pude- le dijo el pibe.
-¿Quién puede?- le respondió ella.
-Pensar no ayuda demasiado, es peor. Y este lugar...- miró el chico a los lados, expedicionando con los ojos. –Este lugar es peor.
Ella sabía a lo que se refería el pibe, como no saberlo si era la segunda vez ahí.
-Supuestamente no estaba cargada... eso decía papá- continuó el chico.
-¿Pero qué haces acá en el jardín?- le preguntó ella.
-No se... yo... – bajó la vista y pareció atragantarse con los sollozos. –La tenía en la mano, era la primera vez...
Se hizo un pequeño silencio.
-Fue mi primera vez también- le dijo Viviana al fin.
El levantó la vista y la miró a los ojos, hasta ese momento no lo había hecho.
-La giré en el dedo, como si fuese un pistolero de los que pasan por Uniseries...- dijo él.
-Nunca había ido sola con la nena, tenía solo seis meses- silenció. –Solo seis meses...
Volvió a llorar.
-Estaba en mi habitación, eran más o menos las 11 de la noche, mamá y papá estaban durmiendo y Esteban había salido con los amigos. No me animé a decirle nada a él, sabía que le iba a decir a papá, siempre fue un buchón. Pero ahora me hubiese gustado haberle dicho algo- el chico se fregó los ojos y volvió a limpiarse la nariz con la manga del buzo.
-Compré más de lo necesario, pero así son las cosas cuando vas al super, empezás a ver cosas que no pensaba comprar y te decís “ya que estoy”. Salí con dos bolsas dobles repletas de cosas, la llevaba a Abril en el brazo izquierdo junto a la bolsa más liviana y salí a la calle...
Movió la cabeza mirando la hermosura del jardín que no era nada para ella, no significaba nada, solo servía para que su amargura no explotase llevándose su vida, la consumición de la culpa elevada a la enésima potencia.
-Me puse frente a la ventana ensayando con la pistola... si hasta creí que tenía el seguro. En una de las vueltas...- los ojos del pibe parecieron hincharse dentro de las cuencas.
-Se me empezó a cansar el brazo en el que llevaba a Abril, no faltaba mucho para llegar a mi auto en el estacionamiento del super. Intenté sacar las llaves del coche antes de llegar, solo me faltaban unos metros- tomó un poco de aire, parecía que se negaba a entrar mientras narraba. –A mis espaldas escuché un chillido de cubiertas, al voltearme vi un auto rojo venirse hacia donde estábamos. Me hice como pude al costado, pero alcanzó a rozarme en la rodilla y me tiró contra uno de los autos estacionados; choque con este y me fui un poco hacia adentro. Venía una patrulla de la federal... no pudo esquivarnos.
-... salió el tiro, me aturdió. La dejé caer inmediatamente, como si me quemase. Afuera escuché un grito inmenso... inmenso si. Me asomé, parecía que me meaba encima. En la vereda de enfrente vi a una pareja, la chica estaba sobre él, tirado como si fuese una bolsa de huesos. La chica gritaba y lo sacudía, y aunque parezca mentira hasta podía verle la sangre salirle de la nariz. Me atacó pánico, una cosa en el pecho que me desesperó. Cuando reaccioné salí corriendo de la habitación, mis viejos se habían despertado y mamá preguntaba a los gritos que era lo que había pasado. Pensé en muchas cosas en ese momento, en muchas menos en la escalera. Le herré al primer escalón cuando mi mano zafó del pasamanos y me caí de cabeza. No me acuerdo nada más.
Se miraron los dos llorando casi en silencio, sus lágrimas caían como en cascada mojando en gotas las vestiduras. Viviana le estiró la mano al chico, este dudó un segundo, pero hizo lo mismo. Antes de que sus dedos se tocasen el chico pareció comenzar a desvanecerse, lentamente se transparentaba ante la mirada de ella.
El chico se dio cuenta de lo que sucedía y le sonrió.
-Después de todo tal vez sea lo mejor- dijo el pibe y fue desapareciendo paulatinamente hasta no ser más que un manchón que terminó de evaporarse en el jardín.
Las corridas inundaron la habitación, enfermeras y médicos se abalanzaron sobre una de las camas de terapia intensiva. Un pitido tenue y continuo daba cuenta de lo que sucedía, el chico que había matado a un muchacho de un balazo (según sus padres por un accidente) había perdido los signos vitales.
Uno de los médicos miró la cama contigua, en ella había una mujer que había sido atropellada junto a su beba. Tenía la mano extrañamente fuera de la cama, como extendida hacia el chico. Siguió la dirección y vio que los dedos del chico habían querido también salir de debajo de las mantas.
Viviana levantó la vista, el jardín era hermoso, y pensó que donde había ido el pibe debía de ser más hermoso.
El médico levantó la vista y miró al chico, de sus ojos se escapaba una lágrima. Volteó inmediatamente a ver a la mujer, se estremeció al ver que ella también lloraba.
Ella se dejó caer sobre la gramilla y sonrió... después de todo el jardín no era estrictamente reservado para los llantos.

Fin.
Walter Böhmer.
10/06/2004 20:32 Hs.










Texto agregado el 11-06-2004, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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