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“La fórmula del empeño”.
Para Alberto Carrión y Sergio Rodriguez

Hace bastante tiempo, si es que el tiempo puede calcularse, conocí en mi barrio de Palermo Viejo al mago Fuentes, hijo menor de una familia de Huesca escapada de su horrible guerra fraticida. Paco era el único argentino y esa singularidad lo distanciaba en parte de su estirpe.La cuestión es que luego de un alegre paso por la niñez, el hombre se dedicó al billar y esa noche estaba pletórico: sin fallar una jugada ganaba sin parar, partida tras partida.
En un descanso me lo presentó un amigo.Mientras escurría un paño por su frente, la euforia circundante lo tenía sin el más mínimo cuidado._Lo felicito señor, es ud. un jugador notable_ dije._Gracias pibe, ¿tiene un cigarro?_ y agregó_no crea todo lo que dicen, solo aplico algunos conocimientos, lo demás es habilidad._
Recuerdo que siempre admiré la humildad del entendido, aquél que sabiéndose egregio prefiere el sometimiento de la disciplina diaria y la rigurosidad de ir hasta el final sin ningún gesto externo.Hay en esa embriaguez secreta un espíritu valiente y abnegado.
Paco se cansó de dominar a cuanto imberbe vanidoso lo desafiaba, en silencio claro, y regresó a la mesa, me invitó un tintillo y comenzó a hablar sin más, sin mediar razón alguna o como si la conversación hubiera quedado suspendida.
_ Mire ud., se trata de movimiento, ¿de qué se nutre ese movimiento?_ preguntó y se contestó a sí mismo: _ La voluntad pibe, es la voluntad._
Me contó que había llegado hasta segundo año en la universidad de Buenos Aires.
_Este juego es física pura, se trata de principios básicos de velocidad inicial, fuerza de gravedad, resistencia al aire, peso de la bola, rotación y parábola de la esfera. De pequeño fui magnetizado por la cinemática y me dediqué, en caída libre, a percibir un mundo desconocido, un eje en donde mi vida no se había resuelto, una ecuación directamente proporcional a mi empuje personal y cuya finalidad era conocer mi propio misterio.
Finalmente, entrada la madrugada, completó:
_Luego supe que ese camino abría otro y el otro encerraba la felicidad que consistió en aplicar lo cultivado en algo que me gustaba, es decir, lo mio era el billar ¿viste?
Antes de marchar remató sonriendo:
_En el universo, “esa voluntad desconocida” es la que acelera nuestras más ínfimas partículas humanas._
Y se alejó por la calle Humboltd para llegar a Fitz Roy y así poder girar en Bompland hasta su casa. “Es como una travesía entre hombres de ciencia” pensé.
Oscar

Texto agregado el 10-11-2009, y leído por 104 visitantes. (0 votos)


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