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Las regiones campestres suelen ser ricas en leyendas de aparecidos, sucesos sobrenaturales y todo tipo de seres extraños. Las montañas en las que se encontraba la cabaña de mis tíos no eran la excepción. Cuando era niño solía pasar horas enteras escuchando los asombrosos relatos de los lugareños. En aquellas noches silenciosas, el fuego de la chimenea y los cuentos extraordinarios eran el mejor estímulo para la imaginación infantil.
Hubo una narración que siempre recordé especialmente, no sé si debido a la mirada penetrante del viejo que la contó, o debido a que tocó alguna fibra escondida de mis emociones. Era un cuento acerca de una antigua bruja que vivía en lo alto de una montaña. Al parecer recibía visitas nocturnas de tenebrosos e indescriptibles seres y sembraba el temor entre los escasos habitantes de los alrededores. Estos finalmente se sobrepusieron a su miedo y acompañados del cura de la región marcharon al encuentro de la anciana. Pero solo encontraron la casa consumida por las llamas, y a la bruja nunca la volvieron a ver.
Cuentan sin embargo que algunas noches se oyen unos quejidos en lo más profundo del bosque: es el alma perdida de aquella vieja bruja que aún vaga entre las montañas. Algunos afirman incluso haber visto una silueta entre los árboles, la silueta de una anciana, y han quedado horrorizados de esa visión. Dicen que más de uno ha perdido el juicio.
Confieso que en mi niñez esta historia y otras semejantes me causaron una honda impresión, pero cuando crecí me convencí de que se trataban de meras supersticiones, cuentos para ser creídos por los más incautos y los más simples.
Siendo ya joven, decidí pasar unos días en la vieja cabaña de mis tíos junto a mis condiscípulos más cercanos. Éramos jóvenes despreocupados y alegres. Usábamos los días para realizar excursiones por las colinas, y las noches nos entregábamos a fascinantes conversaciones junto al fuego de la chimenea, acompañados a veces de una botella de licor que alguien tomaba de la casa de sus padres.
Un día sufrimos varios inconvenientes que atrasaron nuestra excursión más de lo planeado, de forma que la noche nos encontró cuando nos encontrábamos a pocos kilómetros de la cabaña. Para aliviar la marcha, pues todos nos encontrábamos un poco fatigados, sacamos una botella de whisky que alguien llevaba en una mochila, y empezamos darle sorbos.
Caminábamos animados aunque a ratos íbamos en silencio, sobretodo debido al cansancio. De pronto un grito (o algo que pareció un grito) sacudió la calma de la noche. Todos nos quedamos inmóviles. El grito había venido desde unos árboles que se encontraban unos doscientos metros detrás de nosotros. Esperamos inertes mientras el viento sacudía las copas de los árboles. Un nuevo grito, que ahora parecía más bien un lamento largo e inhumano, nos volvió a sacudir los nervios. Ahora se veía una silueta marchando entre los árboles. Supe entonces, como ya lo sospechaba, que se trataba de la vieja bruja.
Solo pude escupir en una especie de aullido: “¡Corran!”. Entonces todos reaccionamos y empezamos a correr desesperadamente. Los que llevaban mochilas las arrojaron, y por poco nos atropellamos unos a otros en la desordenada huida. Finalmente, jadeando por el esfuerzo y con los nervios de punta, llegamos a la cabaña y aseguramos las puertas y ventanas.
Ya más calmados, aunque todavía aterrorizados, pues la visión y los gritos nos habían helado la sangre, pude relatar a mis compañeros la historia de la vieja bruja cuya alma en pena aún vagaba por aquellos bosques. No dudábamos que habíamos salvado la vida casi de milagro. Pasamos una noche terrible, en espera de lo que pudiera suceder. Nadie logró pegar los ojos.
Sin embargo llegó la mañana sin que nada extraño volviera a acontecer. Con los rayos del sol se disiparon un poco nuestros temores, sin embargo decidimos marcharnos enseguida.
Desde entonces han transcurrido muchos años y hoy recordamos aquella anécdota con una sonrisa. Después nos explicamos el suceso con varias teorías: atribuimos los quejidos a coyotes o algún otro animal, y la silueta que vimos pudo ser la de cualquier campesino que caminaba a su hogar y que hubiera sido sorprendido por la noche, igual que nosotros. Sin embargo, hay algo en mi interior que todavía no me convence, todavía tengo la sensación de que lo que vimos aquella noche fue algo siniestro, algo que no pertenecía a este mundo.

Texto agregado el 11-06-2004, y leído por 196 visitantes. (0 votos)


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