ADVERTENCIAS QUE PUEDEN LIBRARLE A USTED
DE LAS AMARGURAS DEL SIGUIENTE SONETO.
Se sabe que la literatura llamada erótica tiene sus cultivadores, algunos aceptados y otros no. Por ejemplo, George Bataille, Cortázar, Gioconda Belli, Whitman, y otros.
Se establece el juicio de que la literatura pornográfica es una simple manifestación de lascivia, lujuria, libidinosidad, de incitación al ejercicio de los llamados bajos instintos sexuales –vano juicio, ya que estos son tan altos como los más espirituales, y a veces más porque los espirituales han servido de base a millones de injustos e inmorales sacrificios humanos violentos y atenazantes, ya sea defendiendo fanatismos religiosos, políticos, regionalistas, nacionalistas, personalistas y otras bajezas contra descreídos o como parte del rito de las mismas-, mientras que la ejercicio sexual cuenta con mucho menos muertos y torturados en su haber, aunque los tenga, lógicamente.
En cambio, se concibe la literatura erótica como creación elevada, profunda, intelectual, conmovedora que tiene como tema o motivación los elementos o componentes del sexo.
He practido y publicado también esa literatura, lo mismo que la política y la mística, pero siempre desde mi atmósfera de mente suelta de ataduras y fanatismos perniciosos. Siempre auspiciando la libertad feliz que da al humano el no aferrarse a nada de forma encerrada, ni siquiera a la vida, que no lo merece.
Desde esa óptica, todos los escritores que se precian de decentes huyen a ser calificados de pornográficos, ya que ello va aparejado con otros motes peores, como los de vulgares, bajos soeces, sucios, despreciables, viciosos, etc. Sólo los llamados escritores malditos, como Villón y Sade, o Baudelaire y Rimbaud, Lautremont o Vargas Vila, les importan un comino dichos calificativos. Tampoco le importaron a Joyce, quien le escribía a su mujer –cuando a él le tocaba viajar y estar lejos de ella- que lo que más falta le hacía de su amada eran sus divinos pedos.
En mi caso particular, no pretendo afirmar que tenga la calidad de esos adalides de la literatura, pero a mí tampoco me importa que me califiquen de pornográfico, me da maní, me da un carajo, ya que no pretendo ser autor decente ni vendible, sino que simplemente escribo eso que me gustaría leer y otros no han escrito. Y los publico porque siento que hay más seres humanos que gozarían lo mismo que yo con mis improperios, pues quizá comparten en lo profundo de interior las mismas cálidas suciedades.
Claro, aparte de ello, estoy seguro de que hay excelente literatura porno en el mundo, aunque no pretenda que la mía esté en esa selecta lista. No obstante, hago la presente advertencia para ponerla junto a este y otros textos que publicaré, y sé que a muchos conservadores el trago les sabrá a hiel o a aceite de higuereta. Con esta explicación tal vez consiga yo quitarle un poco de hiel al texto, o por lo menos advertir a esos santos castos y recatados de leer estas desventuradas incursiones por los más animales sentimientos del ser humano, que para dolor de la especie, son los más puros y sublimes.
MATERIA DE MI AMADA.
Yo sé bien que el pedo propio no será una maravilla,
pero resulta agradable para el dueño de su ano;
esa no es mi preferencia ni lo más sabroso y sano,
mas disfruto cual Quevedo en la nariz su cosquilla.
Ahora, tengo otro placer que no gozó ese gran vate,
y en eso me le adelanto: probando el gusto divino
del producto de la nalga de la mujer que mi sino
me ha hecho amarla, y pruebo y siento que su buen sabor me late
en mi lengua y mis papilas, deseando sea infinito
para apurarlo cual vino hasta las últimas heces.
En su oscura copa ceno su tibio helado, y me excito;
por ser de ella lo degusto con placer junto a las preces
de sus labios inferiores, que le tiemblan, y oigo el grito
con libidinoso acento, diciendo: ''Amor, me estremeces’’.
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