Son casos pasados, presentes, ajenos y propios a mi vida, pero, ante todo, los propios serán anónimos, porque aunque cueste comprender el porqué de la estupidez humana, ésta merece mantenerse en el anonimato. No muchos me leen pero hoy me encantaría que millones de personas se diesen por aludidas. El rencor me puede; la rabia me maneja y la coherencia me obliga a escribir lo que a continuación leerás.
El hombre (hablo de hombre en calidad de ser humano y referencia a hombre/mujer) hace muchas tonterías; es idiota; eres idiota, y yo también. El razonamiento lógico es desvariado. Procuramos teorizarlo todo, hacer que todo sea correcto y coherente, y lo conseguimos, sin embargo, a la hora de llevarlo a la práctica, las faldas cortas, las drogas, los placeres nos distraen y terminamos por estamparnos contra el muro que nosotros mismos hemos levantado.
Hemos creado ciertas “acciones” incoherentes a nuestra coherencia. La primera se llama: la contradicción. ¿Qué es la contradicción? Decir, pensar o hacer algo que atenta directamente contra algo que decimos, pensamos o hacemos. Pero bueno, crear la contradicción nos delata. En un principio nos creemos perfectos pero nos equivocamos creando la contradicción ya que jamás tendríamos por qué contradecirnos, ¿no? Sin embargo, la contradicción es un error. Entonces, nos equivocamos porque creamos la equivocación por error demostrando que no somos perfectos sino muy capaces de confundirnos. En resumidas cuentas, podemos decir sin lugar a equivocarnos que somos imbéciles.
Ante esto hay otra postura, la del que dice: rectificar es de sabios. Bien, de sabios y de imperfectos por lo que deja de creerte la raza o especie superior; los perros no rectifican y les va muy bien, ¿no crees?
Otra de nuestras maravillosas características es el apropiamiento de lo ajeno. No hablo de robo. Un ejemplo: un chico y una chica son amigos, y un día deciden comenzar una relación que va más allá; en lugar de pasear y charlar, se dan la mano y mantienen relaciones sexuales. Las situaciones son muy parecidas, pero en el segundo caso, el chico posee a la chica, y si alguien, por algún extraño motivo, se acercase, sería el objetivo número uno de ese joven. ¿Por qué? Nosotros mismos somos conscientes del daño que podemos hacer y tememos que nos lo hagan: somos estúpidos. Podríamos controlarnos. Podríamos confiar un poco más en nuestra perfección y nos haríamos un poco más perfectos.
Sólo son tres ejemplos. Podría dar 30 más, pero no lo voy a hacer. Últimamente un esfuerzo mío equivale a un grano de arena: algo aporta, pero en realidad, para las personas, no significa nada. Si te ves interesado en cambiar. En cambiar tú para ayudar a cambiar al resto, asómate a la ventana y mira todo lo que sucede.
*Javier Santalices* |