He logrado conocer un porcentaje ínfimo de las leyes del azar. Y con simples mecanismos, estoy aprendiendo a vencerla. Como ejemplo, tomo un manojo de llaves e intento abrir una puerta que no me es familiar. Pero, como sé que el maldito azar impedirá en un noventa y nueve por ciento de veces que la llave elegida no sea la correcta, la cambio por otra. Pues bien, de diez veces, he atinado en ocho. Y cada vez que lo logro, adquiero más seguridad y eso es fundamental a la hora de volver a elegir. Inténtelo usted señor lector y después me cuenta.
Por otra parte, generalmente cuando salía de mi casa, no alcanzaba a llegar a la esquina y pasaba raudo el microbús que me servía. Por lo tanto, estaba obligado a tragarme unos veinte minutos de espera, antes que pasara el otro autobús. Por lo tanto, he urdido lo siguiente y vaya que sí me ha dado resultado. Ahora, salgo cinco minutos después o cinco minutos antes, pero nunca a la hora elegida. De ese modo, he logrado llegar a la esquina, sin que el microbús me juegue una nueva trastada.
En términos de juegos de azar, sí que no he encontrado un método decente para lograr ganar alguna suma importante de dinero. Acá, las variantes son demasiadas y requiero de un sistema más complejo. Estoy intentando conseguir algo por el estilo, y creo que podré doblarle la mano a ese sino caprichoso.
En términos amorosos, la cosa es más sencilla. Cuando intuyo que mi mujer me recibirá de pésimo humor, no abro la puerta que corresponde y me dirijo a la de mi amante. De ese modo, atino siempre, pues la mujeraza que me aguarda, jamás dibujará un mohín de desagrado en su rostro y, muy por el contrario, abrirá sus deliciosos brazos para atraparme y después… más vale que no continúe, ustedes pueden intuir lo que sucede más adelante. En todo caso, comprenderán que acá si que hago trampa porque me voy a la segura.
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Noticia de un periódico del día siguiente: Mujer engañada por su marido, lo asesinó de un balazo. Se suponía que el arma estaba descargada.
Los detalles del crimen, son los siguientes: Al llegar a su casa, el hombre se percató que su mujer dormía, y en la TV se exhibía la película "Magnolia". Pues bien, apenas el hombre apagó el aparato, la mujer despertó y se percató que su esposo traía sus vestimentas impregnadas con un perfume femenino que no era el de ella. Al encararle por esto, el hombre inventó sobre la marcha que a una compañera de su trabajo, se le había volcado su frasco de perfume, empapándolo accidentalmente. La esposa, saltó del lecho, cual si fuese impulsada por un poderoso resorte e increpándolo duramente, se dirigió al cajón de la cómoda y extrajo un revolver en desuso. Le apuntó a la cabeza y apretó el gatillo. El hombre sonrió, porque estaba seguro que el arma estaba descargada. Pero, cuando la bala pasó silbando por su oreja derecha, el espanto lo paralogizó. El proyectil rebotó con el marco metálico de la puerta y se devolvió, chocando, una vez más, en un crucifijo de bronce y desde allí, se proyectó veloz y nmortífero, para alojarse en el corazón del esposo, quien falleció en el acto.
¿Fue el destino? ¿o acaso el azar, que furibundo, no soportó que un simple mortal descubriera sus secretos? Nadie lo puede aseverar a ciencia cierta...
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