Ni bien nacemos comenzamos a morir un poco, por eso son tan pocas las alegrías y tan grandes las penas. Vivimos convencidos que nuestra existencia es única e irrepetible y para ser felices solo hoy, el aquí y ahora.
No vemos que no somos islas que flotamos a la deriva sino que llegamos para hacer realidad un destino prefijado, destino que no conocemos, que nos puede deparar que es lo que vamos construyendo y destruyendo a lo largo de nuestra existencia, nos vamos olvidando lo que dejamos atrás que no son solo experiencias positivas, negativas a la que como la piel de zapa hemos dejado gironés de nuestra propia epidermis en cada día, horas, minutos. Ante esa realidad forjada en cada ser, para hacer más placentera o no la vida. La piel de sapa a la que me refiero, en cada uno, hombre o mujer son los años que de forma imprevista nos va acelerando, mostrando una realidad que no podemos analizar, por eso cuando ya estamos inmersos en ella nos sentimos agobiados, solos, despojados, cuando todo ha sido entregado, juventud, familia, esfuerzo. Y no hemos comprendido que los años pasan demasiado rápido para algunos, para otros más lentos, según haya sido su elección de vida. No por eso debe ser menos valorada, al contrario, cada cual desde su posición debe analizar exhaustivamente los logros. Lo único cierto de todo esto es, haya sido la elección acertada o no, de alguna forma siempre nos sentiremos, estaremos, viviremos y moriremos solos.
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