Se sorbe la nariz.
Con una mano arrastra ruidosamente la silla de madera hasta la puerta de calle como todos los días, a la misma hora y en el mismo lugar, milímetros más, milímetros menos. Sostiene con la otra el termo con agua caliente y el mate con la yerba ya preparada.
Expone la estragada figura del desprolijo rutinario, que a falta de otra cosa cuida como un tesoro su bigote, se arrastra sobre alpargatas achancletadas, sujeta los pantalones con tiradores antidiluvianos y diariamente coloca la sacramental hoja de lechuga entre los alambres de la jaula del canario, previo orinar indolentemente sobre la tapa del water.
Está peleado con la vida y se considera un acreedor olvidado.
El último tren pasó hace algunos años y sólo quedan ferruginosas vías que inevitablemente lo llevan a beber y aburrirse, salvo que por ahí pase un carro tirado por un caballo, cuya bosta fresca le agregue un nuevo condimento al paisaje.
Encorvado y vencido chupa de la bombilla mirando siempre el mismo punto de la calle.
La esposa se rompe el lomo trabajando diez horas en una textil. Durante un tiempo le resultaba humillante la situación, ahora le importa un rábano.
Se consuela rascándose una pierna: “Treinta años de trabajo conciente y responsable y en un pif-paf…a la calle”. El día que lo echaron sin previo aviso, recordó una frase que se le atribuye a Platón, repetida como obsesión por un vago como él, que ocupa las horas leyendo desordenadamente textos de aquí y de allá, con cierta selectividad. Al cuarto vaso de vino le da por machacar en quien lo quiera oír:” Para conocer la verdad hay que pasar por la muerte”.
Desde entonces no lo abandona el pensamiento de estar viviendo la muerte y en tal perspectiva carece de objeto interrogarse acerca de la realidad, o eso que la gente llama la “vida”. Es una botella a merced de las olas. Si viene la “parca”… pues no joder y a otra cosa.
“Va para tres años que rasguño las piedras y sólo changas y más changas. Un cuarentón largo es un manjar para la picadora de carne”. Se mira los zapatos con la plataforma gastada, cruza las piernas y se sirve el primer mate de la tarde.
“…La empresa no pasa por su mejor momento y ha decidido poner en práctica una reestructura”, le dijo como saboreando un helado el Gerente de Personal. “Gurméndez en esta decisión no priva nada personal. En realidad - le espetó cínicamente - los pesos grandes se cuidan solos…El problema mayor para empresas como la “nuestra” son los pesos chicos y en esa materia los patrones son estrictos y la tienen clara con el mercado…Usted lo sabe mejor que nadie ¿no es cierto? Pase por Tesorería a retirar su cheque y los papeles para iniciar los trámites del seguro. Por cualquier referencia…a la orden estimadísimo Gurméndez. ¡Venga un abrazo hermano¡”. No lo rechazó. Al fin de cuentas el tipo cumplía órdenes.
Mira la hora en la muñeca. “En diez minutos cae Amalia “.
Esta vez el regreso de su mujer se postergó por más tiempo, se lo comen los nervios,” ¿le habrá pasado algo?”. La vé dando vuelta la esquina
“Al fin…”.
Demacrada y frágil, con el cabello en desorden y el overol sucio y descuidado carga con gran dificultad un par de bolsas con alimentos y enseres de limpieza. Luce la cara apergaminada de quien pasa muchas horas sin que la ilumine el sol.
- ¿Cobraste?
- Y…sí. Compré estas cosas en el Súper.
- ¿Me trajiste algo para comer? ¿Cigarrillos?
- ¿Y qué te iba a traer? Si quieres te cocino unas papas y hago un puré. Pero si te lo puedes hacer tú me harías un favor, vengo “muerta”. Arriba que en esa fábrica de mierda te pagan tarde y mal, tienes que soportar la proverbial “amansadora” en la Tesorería, porque la plata viene a última hora y hay que preparar los sobres y… ¡qué sé yo¡
- Sírvete un mate y ten a bien no fastidiarme más con tus quejas …me tienes hasta acá..
- ¿Y qué queda para mi con un marido que es un atorrante y como agravante vicioso?
- Perdí el trabajo y eso tú lo sabes mejor que nadie…
- Y… ¿Qué has hecho tú para buscar un remedio a la situación? ¿Qué pasos has dado para comportarte como un hombre y no como un estúpido holgazán que vive a costas de su mujer?¿ Dime qué has hecho al respecto so estúpido?
- Hazme el favor de entrar Amalia, estamos haciendo papelones ante la gente que pasa…
- Si entro…pero te repito: Vengo a descansar, a mirar un rato la tele y acostarme bien temprano. Me importa un carajo si tienes hambre o no. No te cocino nada y no me jodas más.
A poco de trasponer la puerta el hombre le aplica un golpe en la nuca con el puño cerrado cuyo impulso, desmesuradamente agresivo, da con la humanidad de la desdichada contra el filo de la pared que aguanta una puerta lateral. La sangre fluye de la nariz y la boca. No sabe que hacer.
-¡ Amalia¡…qué te pasa vida mía. No es para tanto… Siente piedad por ella y se reprocha íntimamente la reacción brutal. Las compras se han desparramado por todo el corredor.
Ella comienza a reaccionar con expresión atribulada. Apoya las rodillas y los codos en el piso, se toma la cabeza, no llora ni se queja pese al gran dolor en la cadera. Aún atontada no puede sostenerse en pie. Abre como puede la puerta donde fue golpeada y se arrastra con destino impreciso.
Sin intervenir, el marido observa sobrecogido los movimientos de la mujer, absorto en las dos líneas gruesas de sangre que marcan el reptar de la agredida por el piso de madera. Parecería como que alguien la estuviese tomado de la cola y la remolcase como un perro atropellado por un auto. Atina a tomarse de la gruesa pata de mesa. Con inmenso esfuerzo trepa y se aferra al borde, incorporándose en busca de algo que está a su alcance… brumosamente.
De un manotazo desprende un trombo de sangre que le taponea la nariz ; ésta vuelve a fluir.
Mira consternada la foto recostada a un jarroncito, recuerdo de Mendoza. Se trata de dos jóvenes en alegre pose de recién casados disfrutando de la vida. Ella, radiante, luce un vestido largo y blanco; él circunspecto, traje oscuro, pañuelo blanco en el bolsillo, bigotes y raya al medio. Como un relámpago pasa por la mente el niño que hubiese deseado tener.
- Amalia…no sé que decir. Voy a buscar algo para limpiarte esa herida. Soy una bestia…me han hecho una bestia.
- No quiero nada de ti, pero por favor ven para acá un momento…
El se acerca desconcertado en tanto ella toma el cuadro con la foto. Tiene serias dificultades para respirar y se le ha hinchado el labio inferior.
- Qué… ¿Qué quieres Amalia? Déjame ir en busca de un trozo de algod…
- Quiero mostrarte esta foto que vas a ver por última vez.
- No entiendo…
La mujer golpea con fuerza el cuadro contra el borde de la mesa. Saltan astillas gruesas de vidrio y madera. Lastimándose la mano extrae la foto, se la muestra por algunos segundos. El trata de manoteársela pero ella se lo impide con un movimiento ágil. La rompe con furia en varios pedazos.
- Maldita yegua…cómo puedes hacer eso con esa foto que es la única que tenemos…
- Lo haría cien veces si con eso lograra que te fueses de aquí, desgraciado borracho.¡¡Inútil¡¡
El hombre le lanza un nuevo golpe que apenas le roza el hombro dando lugar a un amplio espacio por donde cruza en diagonal un vidrio puntiagudo que se clava en la garganta del agresor.
Es domingo de visitas. El patio está lleno de gente que habla al unísono, penadas agarradas a sus maridos y niños corriendo en desbandada. Un par de monjas conversan distraídamente. Una guardiana de la policía contempla todo aquello con aburrimiento circunspecto.
Una mujer ojerosa y macilenta teje silenciosamente alejada de la bulla. Piensa en René y los problemas que tenía la pobre para agarrarle la onda a la “cardadora”. Estuvo buena la tarde aquella que la invitó a acariciarse y besarse mutuamente en el depósito de los astracanes. Y en la capataza hija de puta que se revolcaba con el encargado del sector . “Qué estará haciendo aquel cajero tan buen mozo del Súper que me “apuntaba” y por estúpida desprecié por ese…”
No la abandona la abstracción que se ha hecho del niño que podría haber traído al mundo si no fuese porque su marido quedó impedido de satisfacerla a los pocos años de casarse.
Levanta la vista hacia la imagen religiosa empotrada en un hueco de la pared. Con un pequeño trapo le saca el polvo depositado en los pliegues del manto y en el iris celeste de los ojos de la cara de muñequita, levemente asombrada. Una pequeña araña se mantiene expectante en su invisible red. Tuvo la tentación de acabar con ella y su nido con un golpe de trapo pero se contuvo.
Nada le impedirá considerarse aún incapaz de matar.
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