La tragedia siempre estuvo presente en la vida de María… Los recuerdos martilleaban su mente sin piedad.
¡No! ¡Ya no podía soportarlo más!
Padeció el terror en sus propias carnes y nadie supo lo que había sufrido... Aquello fue demasiado espantoso; cuando su padre decía que era una niña mala, se quitaba el cinturón y le daba tantos correazos que no podía moverse, se arrinconaba y cubría el rostro con las manos hasta que pasaba el huracán.
Tenía tantos cardenales que casi no sentía el dolor, María había aprendido a callar o de lo contrario el castigo hubiera sido más cruel.
Después la encerraba en el cuarto oscuro con las cerraduras echadas. Allí se encontraba más segura pero sabía que era por poco tiempo porque después vendría lo peor. Al amanecer escuchaba como se abría la puerta y empezaba a tembla; no podía huir y tampoco tirarse por la ventana ya que las rejas eran su carcelera... Él encendía la luz, le llevaba leche con galletas y cuando terminaba de desayunar le arrebataba su osito de la cama, con el que ella dormía siempre acurrucada para protegerse de las pesadillas nocturnas.
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VÍCTIMA Y VERDUGO
Seguidamente se metía en su cama y con palabras amenazantes le decía que fuera una niña obediente. Se le echaba encima y como un animal hambriento satisfacía sus instintos salvajes. Sentía como si una apisonadora le aplastara el cuerpo y un puñal le atravesara las entrañas. El pánico se apoderaba de ella y las lagrimas y los mocos se mezclaban con el sudor de él. Nunca olvidaría ese olor agrio a vinagre amargo cuando la hacía vomitar. Intentaba chillar pero la voz no le salía, quería correr pero sus piernas no le respondían.
Después él salía del dormitorio y le decía: preciosa ya puedes salir.
Sufrió la tortura hasta que ya había cumplido los catorce años. Un buen día a su padre le dio un infarto; tal vez alguna fuerza divina se apiadó de ella salvándola de las garras del diablo.
Hacía años que había sido una víctima de la violencia doméstica, era una sobreviviente aunque María seguía sufriendo las secuelas del pasado: Terrores nocturnos, trastornos del sueño, fobias y alucinaciones…
Ella creía que su vida, por fin, se había estabilizado al encontrar un hombre que la amaba. Al principio todo había marchado bien pero después, la situación había cambiado bastante. De ser un hombre alegre y tierno se había convertido en un ser intolerante y agresivo hasta el punto de que cada vez estaba más violento. La primera bofetada se la había dado un día que la cena no estaba en su punto. Ella se decía que tal vez lo había hecho porque estaba muy estresado últimamente y quiso creer que no volvería a pasar.
Pero sus sentidos se dispararon a la misma velocidad que un rayo: le había visto por primera vez los dientes a la mala bestia.
Aquella tarde cuando él regreso del trabajo la obsequió con un hermoso ramo de rosas rojas. Las colocó en un jarrón aunque al día siguiente se las encontró marchitas porque se le olvidó ponerlas en agua.
Los gritos y los golpes se habían convertido en un elemento más de la casa, solo era consolada por su fiel buena amiga Bady, una pastora alemana a la que había criado desde que se la regaló su marido el primer cumpleaños que estuvieron juntos. María le decía que sentía miedo cuando se quedaba sola y que quería criar una cachorra aunque, hasta entonces, siempre le había puesto mil excusas para no satisfacerla.
Nunca olvidaría lo que aquel día le dijo: cariño te amare hasta la eternidad. Se que este regalo te hará muy feliz y tu felicidad será la mía. María lloró emocionada al coger la cachorra en sus brazos, ya era una perra adulta obediente y muy fiel con su ama, María la cuidaba con todo el esmero del mundo. Con ella se sentía protegida y segura igual que con su osito cuando era pequeña.
Cada vez la situación se hacía más insoportable, otra vez el miedo, el terror, la angustia y el dolor. El sentimiento de venganza era cada vez más fuerte, el amor se había transformado en odio, deseaba con todas sus fuerzas acabar con aquel psicópata. Estaba atrapada en una cárcel con las puertas abiertas pero no quería huir dejando a aquella bestia suelta, no permitiría que otras personas tuvieran que pasar por el mismo calvario. No sabía cómo, pero aquello tendría que tener un final, estaba dispuesta a llegar hasta donde hiciera falta con tal de exterminar a su maltratador, no confiaba en la ley ya que le pondrían una orden de alejamiento, pero en la primera oportunidad que tuviera él iría a por ella porque la había amenazado de muerte. Ya no era una niña pequeña e indefensa, algo se le ocurriría... últimamente él llegaba de madrugada, sé hacia la dormida para ver si se acostaba y pasaba el momento, pero ese día no tuvo suerte. Comenzó a gritar y se abalanzó sobre ella, le quito la ropa a tirones sometiéndola a todo tipo de vejaciones, después empezó a darle patadas y golpes. María sabía que esa noche no saldría viva que le había llegado la hora, conocía demasiado bien esa mirada de lobo rabioso. Pedía socorro pero nadie acudía a salvarla
Ante la desesperación llamo a Bady La perra salió disparada para defender a su ama; atacó al agresor tirándolo al suelo y apretando sus mandíbulas en el cuello; no le dio tiempo de pedir auxilio. Ella se quedo sentada en el suelo (creía que estaba pasando una película delante de sus ojos). Veía como el cuerpo de su marido convulsionaba y se estaba formando un gran charco de sangre a su alrededor. Ni se inmutó: estaba paralizada.
No sabía el tiempo que había transcurrido hasta que comenzó a reaccionar, se sentía como un paraguas que tras una fuerte ventisca había quedado destrozado, lacio y con las varillas partidas por la mitad.
Sin casi aliento escribió una nota ensangrentada: Pedí auxilio y ninguna persona me socorrió; Bady fue el único ser que me defendió, tal vez si le hubiese pedido ayuda antes hubiese salvado mi vida. Pero llegó tarde, aunque mi corazón aun latía.
Arrastrándose llego hasta el cuarto de baño, abrió el grifo de la bañera la llenó de agua caliente, haciendo un gran esfuerzo para sumergirse en ella. Bady se echó a su lado como era su costumbre…
Hacía tres días que había pasado la tragedia. Bady no dejaba de aullar desconsolada. Entonces fue cuando los vecinos alertados llamaron a la policía. Llegaron al domicilio, llamaron y al no contestar nadie tuvieron que forzar la puerta. Entraron en la casa: al marido lo encontraron con el cuello desgarrado y desangrado.
Posteriormente siguieron inspeccionando todas las dependencias. Al entrar en el cuarto de baño vieron un río tintado de rojo. María, se había cortado las venas…
Encontraron el diario de ella donde contaba su vida con pelos y señales. En el último párrafo había escrito:
“Estoy viviendo sí, pero muerta en vida. La soledad siempre me acompaña y sé que no me abandonará hasta el último segundo de mi vida”…
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