Uno de sus vecinos la observaba por la ventana. Greta se paseaba de un lado a otro en la vereda de enfrente. Luego de unos segundos se detenía y miraba hacia el fondo de la calle. Esperaba a alguien.
Fue y vino, vino y fue. Consumió medio cigarrillo en grandes bocanadas. Siempre fumaba así, paseándose a largas zancadas con la espalda encorvada, como una chimenea atorada de esas viejas Ford T. El buen porte y la elegancia jamás fueron invitados a su vida, quizás porque ella sabía que como anfitriona no hubiese tenido tempo para atenderles. Sin embargo esta mujer de sedosos cabellos blancos jamás pasaba desapercibida
Por fin llegó el taxímetro, que se detuvo sin prisa. Mas su lentitud no iba acorde con la situación que Greta traía entre manos e inmediatamente se ocupó de ponerlo en sintonía. Mientras se sentaba y simultáneamente cerraba la puerta del coche, hizo tronar su voz de comandante
-¡Rápido, por favor, es urgente! Rambla Wilson, frente al Club Pescadores de Montevideo.
El tono sacudió la modorra del veterano taxista, transmitiéndole cierta sensación de alerta. Y a pesar de la extrañeza, tomó la vía más libre y segura, y aceleró. La extrañeza no la causaba Greta y su tono de preocupada ansiedad, sino el lugar que le indicó, porque frente al club en cuestión, no había edificación alguna.
El coche transitó ágil y seguro las distintas avenidas. En pocos minutos estuvo en la rambla girando hacia el sur a la máxima velocidad permitida.
El camino se le hacía largo a Greta, quien iba atenta a todo movimiento, a los pensamientos que se atravesaban en su cabeza y al tiempo, que corría más veloz que el auto, a pesar de los esfuerzos del hombre del volante. El veterano comprendió que la situación no habilitaba a intentar una conversación con su pasajera, como habitualmente lo hacía con sus transitorios clientes. Greta entendió exactamente lo mismo. Así que el ajuste de los dos a la situación era perfecto, las energías de ambos, tirando para el mismo lado: llegar cuanto antes.
Ella, una cincuentona que sabía de la vida como una centenaria, gustaba de esa actitud: actuar con inteligencia y eficiencia. Era ejecutiva, no se detenía demasiado en interminables reflexiones. Había adquirido la capacidad de afrontar las situaciones difíciles y tomar decisiones rápidamente. A pesar de su profesionalismo era técnicamente anti convencional, a veces hasta el extremo. Característica que la convirtió rápidamente en presa de la crítica (fiera hambrienta siempre atenta), recogiendo tanta admiración y reconocimiento, como rechazo y detracción. Los intereses profesionales corporativistas (es decir, financistas) la vigilaban de cerca. Pero ella, no pensaba mucho en eso.
Se iba aproximando a destino. Sonó su teléfono celular que a propósito, había dejado en el bolsillo del saco para tenerlo a mano. Y entre sus manos temblorosas se desplegó el siguiente mensaje: “si no llega en 15 minutos me iré”
-¡Lo pierdo! – exclamó- se me va.
-Señora cálmese estamos llegando
Pero una luz roja, de esas que siempre nos detienen en el peor de los momentos, se interpuso en el destino. Había que frenar.
-No – gritó Greta
-No – respondió para sus adentros el hombre del volante y viendo vía libre aceleró a fondo.
Llegaron. Greta ya había abierto la puerta del coche antes de que frenara. Descendió casi de un salto, no había tiempo de cerrarla. El mar desde la vereda de enfrente enviaba su brisa húmeda, helada y rugía vanidoso mostrando su poder y su encanto. Pero nadie le daría bolilla esta vez. “El mar es un poco egoísta, siempre se ocupa de si mismo”-pensó. Y comenzó a correr trepando por el terreno reverdecido. Sus piernas temblaron aunque nunca lo hacían.
Junto a un pequeño arbusto lo encontró, en decúbito dorsal, los zapatos deportivos desacordonados. A su lado un teléfono celular y una bolsa de nylon con algún pequeño contenido. Muchas hojas de block a medio escribir, dispersas a su alrededor, un brazo extendido sobre el suelo, la jeringa en la mano.
-Diego! Diego!
En su cabeza daba vueltas solo una idea: “tu no, tu no”, una idea de algo que no podía aceptar, que sentía poderoso, más fuerte que ella.
Revisó sus ojos, su pulso. El chico se moría. Extrajo de su maletín una jeringa, ya preparada y lo inyectó. Hizo la llamada confirmando la asistencia de una ambulancia, que había dejado pendiente y se sentó junto a él para alzarle el torso y la cabeza. Acariciándole el cabello comenzó a hablarle con toda la dulzura de que fue capaz, aunque no sabía que poseía esa capacidad.
-Estoy aquí, Diego, no te vayas, estoy aquí. Vamos, respira, respira – Hubiese agregado “no me dejes tan sola” pero no era pertinente, ni socialmente correcto, ni profesionalmente ético.
Diego intentó abrir los ojos, aunque no pudo, hizo un pequeño movimiento con una de las manos como indicándole algo. Luego entreabrió su boca con gran esfuerzo para balbucear
-Gracias… per…dón
Llegó la ambulancia y se lo llevó. Ella iría atrás en el taxi que la aguardaba.
Greta ingresó en el coche al tiempo que comenzaba a esbozar la frase esperada con su voz de comandante. Pero el veterano taxista, la atajó
-Si, doctora. La llevo lo más ligero que pueda.
Tomaron la vía de regreso. Greta iba más tranquila, algo le decía que Diego estaba a salvo. En el camino el hombre le hizo preguntas y ella le respondió contándole que era psiquiatra y que tenía una clínica de rehabilitación para adictos jóvenes. Como no tenía hijos y había enviudado muy joven, su vida la dedicaba a cuidar de éstos chicos, más allá de los límites de su profesión, comprometiéndose férreamente y con la sangre de sus días a sacarlos de las tristes circunstancias en que solían hallarse, afrontando incluso situaciones de riesgo personal.
Pero ella había tomado esa decisión, así vivía, yendo y viniendo al rescate de chicos desesperados, descarriados, enfermos, abandonados. No se sentaba en la clínica a esperar que llegaran, iba a buscarlos, se metía en zonas peligrosas, les hablaba, les rezongaba con su voz de comandante, hasta llegó a abofetear a más de uno. Pero los sacaba adelante. Su método y sus tratamientos tenían un gran porcentaje de éxito, a pesar de las inquietudes de sus colegas. Ella pensaba que la mejor manera de vivir su soledad era invirtiéndola en ellos, sus hijos no nacidos.
Iban charlando amenamente cuando algo volvió a atravesarse en su destino.
-¡Cuidado!!
Fueron sus últimas palabras. Ni la doctora. Greta Solari ni el veterano taxista Manuel Méndez, llegaron al hospital, vivos. Cuando el médico recibe sus cuerpos sin vida en la emergencia, abre la mano de ella ceñida a un trozo de hoja de block que extrae de entre sus dedos manchados de nicotina y sangre. Lee: “Doctora Greta: usted fue para mi la madre que no me dio la vida, pero yo no puedo ser el hijo que no le dio su vida. Gracias, me voy con el recuerdo de la única persona que me amó. Adiós”
Diego se recupera en la clínica, sin su doctora, pero en gran parte por ella. Tiene su foto encuadrada sobre la mesita de noche, una que le sacó con su celular mientras lo rezongaba por su vocabulario de cloaca y el se reía tanto que terminaba por hacerla aflojar. Entonces reían juntos.
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Comentarios de la primer publicación
Texto agregado el 22-01-2009, y leído por 139 visitantes. (6 votos)
Lectores Opinan
2009-09-13 08:14:43 Qué cuento!! Está muy muy bueno, la trama, la forma, prolijo, elocuente, impresionante!! 5*****el-correcaminos
2009-08-03 09:20:44 Impactante, con una dimensión profunda de destinos que se cruzan, con personajes con gran consistencia. Muy bien logrado. ***** neige
2009-07-16 19:22:49 Prosa fluída, te corre la pluma con naturalidad sin denotar esfuerzo intelectual. En cierta forma te imagino al escribir, parecida a tu personaje. Además el estilo narrativo es perfecto. Me encantó***** negroviejo
2009-05-10 22:38:18 Un texto que nos lleva a la reflexiòn. Nos hace ver los valores de las cosas perdidas. Humanista y muy bien narrado. rhcastro
2009-04-14 22:13:21 Me dejaste sin palabras ,lei el texto de corrido con la misma urgencia que la doctora pedia llegar. Fantastico*******shosha
2009-02-02 01:26:43 Relato impersionante, por su fuerte contenido, la densidad de la propia realidad del mundo de tus personajes. Impresionantes también las referencias al lugar, Rambla Wilson frente al Club de Pescadores y la brisa "húmeda y helada" del mar como contrapunto. ***** walker
2009-01-23 17:34:05 Buena escritora. Su letra está llena de fuerza y tiene una riqueza descriptiva que abarca todos los planos, desde lo sensorial y sensitivo hasta los aspectos contextuales, afectivos y racionales. Es más profundo de lo que podría aparentar si uno lo analiza con cuidado. Mis 5* sin dudar orate-feliz
2009-01-22 21:26:54 5* theotocopulos
2009-01-22 03:47:19 Hermoso y conmovedor relato... naiviv
2009-01-22 02:57:54 Un estremecedor y tierno relato, estupendamente escrito***** JAGOMEZ
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