Al entrar a la cueva, voces acompañan durante todo aquel lúgubre recorrido. Gemidos sínicos, ecos silenciados en las espaldas, que al volverse enmudecen súbitamente. Paredes húmedas y un olor putrefacto que penetra la nariz impregnando la respiración.
Más adentro la humedad se vuelve oscura y viscosa, como sangre coagulada y esos gemidos, que ya no son ecos, se meten en los oídos invadiendo el pensamiento con su forma lasciva y fúnebre.
Alguna sombra cruza entre la mortecina luz, que la bóveda deja entrar; alguna sombra sigue tu paso...
Ya en lo oscuro, la gruta se vuelve más estrecha, más profunda, hasta llegar al altar en donde espera aquel ser de figura humanoide, cadavérico, que se recoge como un gato sobre el ara; sus ojos refulgentes miran con un vacío que congela el alma (que la vacía también), pero su repulsivo gesto de bestia inspira algo muy parecido a la compasión. Al ver su cuerpo encadenado al altar. Sus cadenas llevan gruesos eslabones y pesados grilletes que se marcan en su piel causando heridas; heridas sangrantes, inflamadas, supurantes, infectadas de moscas.
Esclavizado ahí, sobre el ara, recostado dolorosamente, como esperando con desidia el momento en que su sacrificio ha de comenzar.....
Y son sus ojos con su vacío infinito y su suave gesto parecido a una sonrisa infantil, como si estuviere ajeno a toda la inmundicia que lo rodea y a su triste imagen causante de hórrida compasión....
pero está ahí con su gesto casi infantil, el cual obliga al impulso de auxilio para liberarlo de aquel cautiverio doloroso, infrahumano....
Y es en ese instante que sus ojos vacíos de toda humanidad, refulgentes, que su sonrisa aparece, siniestra, macabra...
Más cerca aún de él se alza de su altar y se lanza sobre ti más veloz y más fuerte que cualquier animal existente....
aquella bestia famélica devora carne humana.
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