Este viernes como casi todos los anteriores, salí siendo ya de tardecitas, desde el pueblo de Allentown hacia el de Reading. Mi objetivo era pasar la noche en casa de mi primo Pedro. Preciso es apuntar que en octubre el camino se convierte en un espectáculo. A ambos lados hay llanuras que se incrustan en las Montañas Azules que son las primeras manifestaciones de los Montes Apalaches y se extienden de norte a sur hasta desaparecer bien entradas en el estado de Georgia. La vista se regocija, además, con los imponentes ranchos con sus propios silos y las largas casonas que de seguro son vaquerías y caballerizas, pero el culmen del deleite espiritual está en las tonalidades del follaje y los matices tornasoles de la gran alfombra que forman las hojas caídas.
Al llegar siempre mi primo me recibe con un café calientito, una cena ligera y el vino que disparará el portón del sendero por donde transitarán nuestras conversaciones. Que la mayor parte de las veces giran en torno a pasados en nuestra patria que regresan para golpearnos y despertar nuestros hambrientos sentidos autocríticos. Y esta vez no fue la excepción:
“Pedro me contó que cuando desde su pueblo llegó a la ciudad más importante del país, se dirigió a la parte oriental de la misma”. Por cierto que fue Bartolomé Colón quien escogió la margen derecha de un río corto, pero que al desembocar en el mar Caribe engrosa su caudal en exceso, para fundar el primer pueblo de América, conforme la civilización europea. Y que luego una super multiplicación de hormigas de encendidos aguijones provocó su traslado al otro lado. Siendo ahora una urbe en desarrollo y que crece desde ambas márgenes.
“Me dijo que su llegada fue de noche y a un lugarcito del gigantesco sector Los Mina”, nombre que se deriva del apellido de la primera familia que sentó base en esa área. “Específicamente al ensanche La Milagrosa y a una calle nueva que bordeaba una hilera de casas hechas con el mismo patrón, que en su línea de proyección ondulaba como una serpiente. Y que el pueblo con sabiduría la llamó Caracol”.
“Que fue recibido por una tía común que en sus veintiún abriles, había sido solamente un nombre y que luego de su fracaso matrimonial y con tres hijos a cuestas coincidieron en aquel hogar. Y que ambos, con distintos objetivos, compartirían un lar que su dueño apenas aguantaba con un diluído cáñamo económico. También, que esa única tía paterna era, dentro de su desgracia, un panal de miel para las gentes y que al través de ella llegó una mañana Kisaira”.
“Y que Kisaira, joven y atractiva, empujó los libros y el tiempo del estudiante para acomodar su cuerpo y su alma en un espacio ya ocupado. Me confió, además, que tuvieron que discurrir muchos años para que él interpretara un porcentaje muy mínimo de la razón que en silencio y como efecto dominó, le derrumbó por un honesto rechazo”. Ya que cuando alguien nace y crece en un sitio, sus deseos y simpatías son seguidos de cerca y hay una identidad con lo que le favorece y un repudio por lo que le es adverso. Es decir, que las lágrimas y sentir de la muchacha, parece que fueron colectivos y hubo un consenso en cuanto a querer ahogarle.
Pedro entiende ahora, que su edad no le pemitió entender el ensamblaje y la coherencia entre los jóvenes de aquel vecindario. Tampoco, qué hilos secretos ataban y ligaban las interacciones de todo el barrio, que ni siquiera una confesión sincera suya pudo desvanecer y que esconderla intencionalmente fue el alimento perfecto para una generalizada animadversión.
Además, “recordó que como emisario indirecto de Kisaira llegó una vez Joaquín para subrayarle sus dones, virtudes y gracia. Pero que él se reiteró”. Fue sincero e impráctico a la vez, descifrando que el amigo solo quería adicionar una pareja a sus incursiones románticas y noturnas por los predios aledaños. Pero que, no obstante, su verdadera intención era la de detener o romper el círculo que se estrechaba en torno a él. Puntos que el joven visitante estaba palpando, pero que mi primo no comprendía y que terminarían en asfixiarle.
Kisaira, hoy solo para Pedro es el recuerdo de una apertura de caminos intransitados, una referencia para un cambio de dirección y un ejemplo de concitación barrial, frente a un alegato de inocencia que en su momento él se negó a contradecir.
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