Rumores de bosque y ríos, inefable coro de sublimes himnos; la bruma 
vagorosa de los mares, el hálito flotante del rocío, el humo abrasador 
de los volcanes y los reflejos azulados del éter encendido son el 
florecer del regocijo, que en el gran incensario del espacio, quemaba 
el universo en un rito milenario. Girando sin cesar en el vacío, los 
cielos azulados sonreían; la tierra era la desposada, el sol su 
nupcial anillo; el Hombre, solo, mudo, triste, como el silencio que 
precede al martirio, como la boca del abismo, roca gigante azotada por 
el mar enfurecido, se inclina, silencioso, ante tanta grandeza, 
sorprendido. 
La semilla caída de la planta; los metales por el fuego derretidos; 
las estrellas, eternas mariposas volando en torno de la luz divina; 
todo tiembla de amor herido. Solo, el Hombre, con sus labios 
calcinados que no se sacian en la copa del universo. 
Los vientos celebran sus amores besando al océano en la mejilla; las 
aves se decían secretos, volando por la selva florecida; la luz, 
fecunda de eterna vida los mundos virginales con coloridas armonías. 
Los astros, ardiendo de amoroso desvarío se envían besos de fuego, y 
los devora desde sus entrañas la pasión, caliente fluido; y el Hombre, 
mudo como el vacío, no entendía el lenguaje de las almas, y se 
refugiaba en la sombra de su ser. 
Contemplando en los mares una aureola de luz, sus resplandores, no 
pudo evitar que una lágrima se desprendiera de su pupila; 
ardiente gota de vida, refractó la lumbre de los soles; las tierras 
abrieron sus labios; entreabrieron los pétalos las flores, y aquella 
gota de eterna aurora fue un beso de eternas bendiciones. El Hombre, 
mudo, solitario y triste, sintió el fuego de una mágica fruición, y 
vio desprenderse de su sombra una llama de tibio resplandor; un rayo 
de eterna esperanza, el perfume inmortal de la inspiración, la rima de 
la luz y el amor; y el Hombre, mudo, solitario y triste, balbuceó un 
himno de celeste amor, y exhaló desde su interior y en un solo grito, tu 
nombre; y en el lenguaje de las almas, al ritmo del arpa del corazón, 
cantó su amor; le cantó a tu alma. 
 
 
JULIO TORREALDAY 
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