El Ingenuo
Naciendo / el llanto humedeció tus ojos / Y reímos en torno a tu cuna. / ¡Ojalá rías al perder las luces / Mereciendo te lloren en la tumba!
EBN AL RUMÌ
¿Ingenuo? ¿Tonto? ¿O acaso una réplica de su propio origen? Jonás está ausente en noches cuando las sombras oscurecen las mentes de quienes dejan que los demonios invadan el recinto del alma: el alcohol, la lujuria, la noche de tormentosas escenas. Duermen deseos en las grutas del sexo. Envuelto en sábanas prolijamente cerradas, evita que abran su túnica e invadan su cuerpo. Sueña Jonás. Pasea por turbulentas vegetaciones del deseo dejando un hálito espeso buscando su presa. Semeja el animal liberado de su jaula. Entre multitudes concentradas, apiñadas en el vacío las bellas mujeres mezclan sus miradas con movimientos sensuales de caderas y dejan suspiros por cada paso perdido. Tienen cuellos delicados, senos turgentes, piernas y manos suaves. Flotan vaporosas en sueños y realidades del día y de la noche. Algunas caretas ocultan identidades de quienes se ofrecen sin decoro. Otras muestran el cristalino pensamiento de lujuria, en busca de ser correspondida, comprendida y capturada.
Jonás duerme entre las pesadillas que toda alma inquieta mantiene en el cuerpo. Nadie más en la noche. Está solo; aún, cuando otros fantasmas se pintan en figuras sin movimientos en telas vacías. Examina las pinturas. Queda siempre un halo de luz transparente iluminando el rostro limpio y descansado de la modelo. Sabe que la pertenencia de sus ideas viaja en senderos de gran luminosidad, contrastando con cuerpos desnudos, perfectos, de espalda insinuada en el nacimiento de los glúteos. Los senos se muestran presurosos al encuentro cercano. Las piernas abiertas esperan el contacto exacto del sexo correspondido. En sus sueños, vuelan las ninfas. Las hermosas ninfas que llevan sus cuerpos a destino, mientras la espera se torna deseosa al encuentro y a la tristeza por perderlas. No hay forma de conservarla en eternidad plena. ¿Cómo pueden desaparecer en el vacío todas las caricias y los actos y las huellas de noches y amaneceres donde los cuerpos despiertan relajados, sedados de esfuerzo y placer; o en los pliegues del lecho revuelto? Se han despertado en Jonás fuerzas ocultas que nacen de la vida. Jonás captura a esa mujer atrapada en el mismo sueño. El cuerpo espigado, la cintura estrecha y una cadera amplia armoniza con el busto contorneado y firme. No recuerda con claridad su rostro. Pero esa noche más oscura que cualquier noche de marzo sin luna o estrellas ocultas ha llegado. Un camino en la penumbra avanza hacia ese lugar custodiado por árboles de amplias copas. Las mentes confundidas ante lo inexorable mezclan libertad con imaginación, iniciando liberación al éxtasis. En esa habitación de lánguida luz roja, otras tonalidades decoran paredes desnudas de bronces atornillados simulando columnas en miniatura; burletes festoneados y una alfombra azul oscura. La cama redonda presagia un mundo circular que luego girará endiabladamente acompañando contorsiones de cuerpos encendidos. Resulta lo mismo estar de un lado que de otro; pero el centro es el más cercano testigo de la lucha del deseo. Se pegotean, se mezclan. Se pierde raciocinio. Todo pensamiento lógico pudo más que la piel y el enorme calor que los rodea. Hay gemidos y palabras que nadie comprende. Nadie escucha. El movimiento está ligado a la reserva de fuerza y el final queda sellado en cansancio y letargo. Un enorme espejo de techo fue el único testigo de la irracional lujuria. Espejo que memoriza cuerpos desnudos, húmedos y también rostros descompuestos y mutados, irreconocibles, olvidados después. Ella refleja en el espejo su espalda y sus piernas abiertas cabalgando el pecado. Los brazos estirados, tomando almohadas, desparrama su cabello como una última imagen de una araña que pica al hombre que yace abajo perdido en imágenes y sensaciones; como si una bestia contenida hubiese escapado de escena. Nada puede hacer o decir. Retiro y olvido. Regresa por el mismo camino hasta despedirse esa noche de sombras frías. Hubo un regreso arrepentido y sucio de Jonás. ¿Cómo podrá separar al hombre de la bestia? A veces, repite el mismo cuadro, las mismas escenas y el mismo resultado. El tiempo roba rutina. Sin planes, sin promesas los recuerdos se van perdiendo. Esa vivencia desapareció como si diera vuelta la hoja de un libro. Nada se supo después de ese encuentro. Ella desapareció. No hubo búsqueda, tampoco encuentros futuros y tampoco relaciones programadas. Nada. Solamente olvido para Jonás, tras largos meses alejados. Perdieron un almanaque. Aquel año nuevo que prometía ilusiones se derrumbó. Rompió el festejo inicial. Nada quedó. Ella no dio señales. Pero llegó el día de la venganza del pecado. Se presentó sin anuncio. Desde aquella noche pasada y olvidada ha quedado silencio absoluto. Ahora despunta un globoso abdomen que habla al mismo ritmo de los labios de aquella mujer que ha tenido placer junto a él. Pero nada más. Está mostrando el fruto de esos desvíos. Habla sin parar, desafiante; dice que sus decisiones han sido tomadas en soledad; que no consultó a Jonás por temores, temores que no supo expresar; que imagina la palabra de él, como una sentencia. No quiere escuchar una sola frase que deje sin posibilidad de concebir esa forma clandestina. Allí quedó plasmada su inconsciencia, traición y venganza. Esta vez sin regreso.
Sobre la mesa están las pinturas de Goya. En una asoma Cloto, Láquesis y Átropos. Las parcas hijas de la noche que están cerca, tocándose apenas con sus manos sin poder reaccionar. Se burlan de Jonás. El mundo da vueltas. Todo parece irreal, fantástico, increíble. Jonás balbucea. Es incapaz de coordinar palabras con su pensamiento. Aparecen furias que no pueden expresarse. Y dolores del alma. Del alma herida que no podrá cicatrizar nunca más. Hay un agobio; desesperanza, confusión. Nada parece corresponder a esa escena trágica, que luego marcará la vida de quienes tuvieron el acto ciego e irracional. Están mudos, mirándose, estudiando cada gesto, buscan encontrar una repuesta exacta o la palabra que rompa un silencio que se prolonga. Entendió Jonás que ha sido robado. Que no ha participado en decisiones y que aún en la trampa de esa noche hubiese correspondido al menos, saber lo que había pasado. Fue la decisión de uno solo. Cobardemente, de uno solo. ¡Ella!, ella sola. Jonás percibe la burla del silencio y no sabe si hay complicidad de terceros. Le arrancó un pedazo de ilusiones, aunque sabe que también es culpable, responsable de por vida. Sola una vez había poseído a esa mujer. Esa vez fue la que hoy enfrenta nuevamente a Jonás. Ella desgarra cruelmente un informe estudiado con frialdad. El martillo de culpable, ‘tac, tac’, está en la mesa. Cada golpe retumba y ensordece a cuanto ser estuviese a su lado a lo largo de los días. Las noches se transforman en largas e interminables agonías. Las horas en pesadillas de presencias oscuras. Su alma está opacada, aplastada por un hecho insólito, inesperado y final. No hay perdón que pudiese alcanzarlo. Él no puede perdonarse. Su vida a partir de ese momento se transformó en una rutinaria supervivencia; así, marcado para siempre. Viaja de ahora en más en tormentos, remordimientos y temores. “¡Me robaron!”, aseguraba Jonás. “Me robaron. Desgarraron mi vida. Me robaron”, pensaba desconsoladamente en silencio. No hay paz; no puede sentirla. Tampoco perdón. Se siente un miserable. Su rostro se desdibuja cada mañana en miles de formas que da el espejo con figuras geométricas cambiando lugares. Trazos, confundiendo ojos con bocas y orejas. Es una pesadilla insoportable que trata de olvidar. No puede. Dibuja figuras. Todas en desgracia. Sin rostros. Figuras de límites, mezclados sin matices. ¿Qué será de su vida de ahora en más? Quiere borrar esa realidad; comprender su verdadera dimensión. ¿Cómo es posible tener lo que nunca pidió, o querer lo que nunca se quiso? No obtiene repuesta.
Colores verdes, rojos, azules y blancos, mezclándose sorpresivamente en sus ojos. La vista nublada. Movimientos de sombras. Queda refregándose con sus manos los párpados, trata de escapar a la realidad que vive. Hay espinas clavadas en su pecho. Duelen. Lleva sus manos tratando de arrancarlas, pero son profundas, imposibles de extraer. Espinas clavadas en su corazón laten rápidamente, tratando de recordar que la vida pasa más deprisa en momentos álgidos. El sudor frío lo invade. Camina hasta una laguna mansa donde algunos cisnes blancos flotan como boyas de pescadores de mar. Los árboles reflejados en el espejo de agua mansa permanecen inmóviles. Allí encuentra la paz que dura más que su propia guerra. Luego se retira cabizbajo, enojado consigo mismo, dolido de tanta vergüenza; bloqueado para razonar con libertad. Ha quedado hecho piedra, estático, inmutable, perdido en pensamientos mezclados entre una profunda tristeza y una cruel pesadumbre. Esa noche de sombras y figuras desteñidas ha sido tal vez el inicio de una pesadilla que parece no tener límite. Día tras día; mes tras mes, año tras año miles de figuras lo acompañarán desde las sombras. El espectáculo del dolor. Imágenes extrañas, movimientos de alas con espinas, buscan un cuerpo donde descargar sus púas. No hay monje de hábito gris que pueda dar palabras de consuelo y los cordeles que rodean la cintura tienen nudos más fuertes que los nudos de su garganta que ahoga el grito de protesta o de lamento. Ha quebrado su voluntad, quedó vacío. Cayendo en abismos de interminable fin, su vida está destrozada. Los días en secreto. No sabe aún cuales serán los dedos que lo acusarán miserablemente de su desgracia. Tal vez el primero, sea el propio; el de sí mismo, el de su propia verdad que trata de postergar como agonía de moribundo. Busca alternativas. Busca la forma en que su culpa deje de ser cierta. Evita que ese tormento lo asfixie, permitiendo un respiro piadoso a un alma castigada para siempre. De ese luchador soldado de duras batallas cayeron armaduras una tras otra en silencio. Jonás continúa sentado en el banco de madera mirando un punto inexistente. Cubierta está su cabeza con el casco acerado por un tiempo que no encuentra consuelo. Le esperan tiempos de grises designios.
Fin
Gvn
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