Nadie se acercó a despedir a mi madre, ya que yo era su único pariente vivo... El olor proveniente del ataúd era indescriptible y mucho peor , a sabiendas de que era el cuerpo sin vida de mi propia madre lo que se estaba descomponiendo en esa húmeda mañana de verano.
Parecía una ironía que yo mismo, semanas antes, la hubiera estado acompañando al lugar donde mas tarde encontraría la muerte...Narrar estos momentos con palabras humanas es prácticamente imposible.

Triste era la imagen de mi propia madre , ya sin vida, y la impotencia que producía ese hecho, pero mucho más lamentable resultaba la agobiante y aplastante sensación de soledad que producía la lamentable situación de que el féretro tenía 6 manijas y yo podía llevar solo una.

Como en el funeral no había mas deudos las otras 5 manijas de bronce barato, eran llevadas por el empleado de la cochería y personas ocasionales que transitaban por la calle.
Y la situación de soledad me paralizaba tanto, que ni siquiera podía llorar.