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Inicio / Cuenteros Locales / serki / Historias de Terror III. La casa de la colina

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La casa de la colina.

De mil maneras intentó matarse y no pudo. Y el ángel se apareció diciéndole: "Vas a nacer, ya has pasado el suficiente tiempo aquí. Para limpiar tus pecados, regresarás como la hija de tu hermosa madre que estará esperándote, para cuidarla hasta el último soplo de tu vida. En vano has intentado acabar con tu vida mortal, sin siquiera darte cuenta que no puedes, estás en el limbo de los no nacidos".

En la casa de la colina vivía una mujer con su tía a la que llamaba madre. Cuidaba de ella todos los santos días. Luego de cambiar de ciudad, casa y trabajo incontables veces, la casa de la colina, resultaba ideal, no tan costosa como otras.
Mientras la trasladaba en la furgoneta, sentía angustia y compasión. Veía en su rostro la expresión cadavérica que temía desde siempre, con gusanos hambrientos escarbando sus ojos. Sin previo aviso, la anciana solía perder el control de sus nervios; el mejor indicio para abrocharle el cinturón de seguridad. La naturaleza es traicionera y esconde secretos, o, ¿aquello era un jabalí? Bajó del auto, se llevó la mano a la frente cubriéndose de las gruesas gotas de lluvia, y dio media vuelta como una bailarina. Los faroles del vehículo alumbraban con la intensidad del sol en el desierto. En la carretera, nada visible.

Un animal salvaje -pensó -. La estrecha carretera era una lengua morada sosteniendo una casa en su punta. La idea de instalar a su madre en la silla de ruedas iba acompañada de un mínimo esfuerzo que incrementaría su propio dolor de caderas. La casa, construida en su mayor parte de piedra, mostraba la fachada delantera deteriorada. Mirando la antigüedad mal conservada, juzgó que su aspecto no era el peor; no tardaría en darse cuenta de que el sacudón de un viento fuerte podría derrumbarla.

Las maderas crujían sintiendo el movimiento lento de las ruedecillas. En el techo, las arañas se columpiaban y jugaban con una mosca en agonía envuelta en la telaraña. La anciana, de cabello grisáceo, mantenía su figura con la intención de que el tiempo no avanzara a la par del envejecimiento, pese a sus ochenta años de edad. Su sobrina, jamás renegó de su cuidado. Dedicarse a otro asunto era para ella, abandonar a la viejita a la buena de Dios y se sentiría culpable por ello. El paquete incluía lavarla y atenderla todos los días. Labores no aptas para cualquiera. Su tía, se sentía orgullosa de practicar la severidad.
No pasó un sólo día de su vida sin pensar en tener hijos. La imposibilidad de tenerlos se debía a la hemiplejía, y el impedimento físico era más fuerte que la voluntad de su alma. Sufrió el abandono de su esposo, un testarudo coronel retirado del ejército, que en pleno parto de su hija, concibió la idea de huir. Un hombre que amaba la libertad. La mala suerte quiso que la pequeña fallezca dos días después de nacer. Entonces, el destino vino a tirar los dados y la iluminó para que adopte como hija a su querida sobrina biológica. Se convirtió en una joven madre primeriza, satisfaciendo en parte su ilusión, se sintió más feliz que el día de su cumpleaños número quince. Nunca la castigó físicamente, su religión se lo prohibía. Solía encerrarla en el armario, y no le permitía jugar con otros niños de su edad. Creía que de ese modo sería una niña respetable ante la sociedad.

Cuando Julie Wu tenía un año de edad perdió en un accidente automovilístico a sus padres biológicos. A la semana siguiente, pasó a manos de su tía, su única tutora. Ella vivía exclusivamente a merced de su madre adoptiva, por eso agradeció a Dios no vivir la experiencia de ir a un orfanato. Un vecino le enseñó el oficio de la carpintería. El oficio dotó a Julie de un alto sentido de sacrificio y voluntad y de manos fuertes. Cuidarla apropiadamente, para que su madre viviera con la dignidad que merecía. Su vida fue transcurriendo con normalidad, aunque ella sospechara que no era como la vida de otras personas; siempre se mantuvo a su lado. Julie, la serpiente blanca*, tuvo un romance con un joven, no duró demasiado, durante esos días fue feliz, un día, su hombre, desapareció sin dejar rastros, ni una carta, ni un mensaje, ni una explicación, nada. En las ciudades donde vivió siempre esparcían rumores extraños. Los vecinos se preguntaban de qué vivían, y quienes eran esas dos extrañas mujeres, que ni siquiera tenían la amabilidad de saludar a nadie. Ya Julie superaba los treinta años de edad. La vieja vivía recluida en la habitación más oscura que encontraba, detestaba el bullicio y a los extraños. Su hija no la sacaba a pasear, se preocupaba por su salud, y no de su propia salud. Hasta que un viernes por la noche, después de mudarse, terminaron alojadas en la casa de la colina, con sus escazas pertenencias. Desde el segundo piso, mientras miraba por la ventana, Julie vio el reflejo del rostro de su madre, más joven que de costumbre y recuperando vitalidad, como si fuera una princesa muy hermosa con un velo acariciándole el rostro. Al cabo de unos minutos se dio cuenta, que era su verdadero rostro y no el de su madre y en un ataque de nervios se rasguñó los ojos con sus filosas uñas.
Bajó corriendo por las quebradizas escaleras y le mostró a su madre el vestido nuevo, fruto de sus ahorros de tantos años.

Su madre, con voz severa, dijo: ¿Pero qué haces niña tonta? ¿Por qué te vistes de luto? ¡Todavía estoy viva! ¡Llévame ahora mismo a mi habitación que quiero descansar! También había visto en los contornos de los ojos de su hija cúmulos de sangre aprisionados por el lado interno de los párpados, cayendo y manchando sus pómulos, que confundió con pintura. -Perdona madre, enseguida te llevo a tu habitación -respondió Julie, con voz temblorosa. -¿Cuánto tiempo más crees que vivirás madre?-le preguntó. La vieja se hallaba observando su anillo ch'ih you hasta que empezó a mirarla con ojos furiosos que le decían que se calle o muriese a manos de una lisiada. Si pudiera levantarme de esta silla de ruedas te daría el escarmiento de tu vida. Tu madre vivirá más tiempo del que puedas imaginarte, para tu desgracia. Madre, ¿por qué me dices eso? Cállate la boca, te ocuparás de mí hasta que me muera y mientras yo duermo quiero que limpies y arregles un poco esta casa que es un desastre. Como no pienso morirme pronto, tienes muchas tareas por hacer. No te olvides de colocar la imagen de Chung Kuei* en la puerta y la estatuilla del Buda sonriente donde ya sabes. Y no llames a nadie, no quiero que nadie interrumpa mi sueño, y apúrate para hacer la cama. El descanso de una viejita es su vida misma.
Ella obedeció, sumisa, como siempre. Desempolvó del bolso sábanas limpias y tendió la cama. Ayudó a su madre a acostarse en la limpieza que la cama ya tenía. Cubrió hasta el cuello a su madre con la sábana color salmón de su bisabuela y le dio un beso en la frente como señal de buenas noches. Cerró la puerta evitando despertar del sueño liviano a su madre, y caminó a zancadillas rumbo a su habitación. La noche cerró el telón oscuro cuando recordó que debía hacer tareas de limpieza y mantenimiento en la oscuridad y densidad de la casa. Se dedicaría a limpiar, y durante las densas horas del día, arreglaría las goteras y las paredes derruidas. En esas condiciones, la casa, sin meter mano, seguiría en penumbras y siniestra por largo tiempo.

El aspecto de la casa era lamentable, con sus sombras, polvo, mugre y telarañas. Decidió recorrerla para conocerla mejor. Pronto descubrió el viejo sótano escondido. Bajó por las escalerillas. Contó tres escalones. Alumbró con su linterna y ¡pum! un ruido la hizo sobresaltar. Apareció la palidez por encima del maquillaje. Los cadáveres como sacos uno al lado del otro.

Enseguida pensó en su madre y la visión, alivió su temor. Ratas, son ratas, se dijo. Al apuntar con la luz de la linterna observó una especie de vitrina resquebrajada con frascos, cuencos y de superficie fangosa. Se acercó más y se estremeció. Cabezas de extraños animales y niños flotaban en un líquido verduzco. Los frascos y los cuencos eran de diferentes tamaños. Los frascos posiblemente fueron sustraídos de algún laboratorio, y los cuencos quizás, pertenecían a la era pre-hispánica.
No duraron mucho tiempo en su mano. Hizo malabares con ellos, hasta que sintió el golpe en su cabeza y otro rodó por la madera que también por la ley de gravedad tocó tierra. El suelo manchado con el abominable líquido, y justo debajo de su satén.

Casi se desmaya por el fuerte olor a formol y a sangre putrefacta. Se apartó de su rostro lo que se le antojó un brazo de rana muerta. Logró incorporarse apoyando su mano en una silla tailandesa y subió al piso superior aspirando dificultosamente, sus pulmones heridos.
Recorrer toda la casa, le demandaría horas de ejercicio muscular. Extenuada, se sentó para recobrar el aliento perdido. Observando un punto gris de la pared que se parecía al agujero hecho por un clavo, se vio en un precioso campo florido. Corría alegremente con su canasta recogiendo cerezas bajo un cielo estrellado. Se levantó mecánicamente, haciendo sonar sus articulaciones, y sacó de su bolsillo las llaves que por suerte no perdió en el derrape. Fue un error que girara la cabeza hacia un costado, otra vez vio el rostro de su madre en el cristal, o, ¿era el de ella? Aquello no era una ilusión, era un reflejo.

A partir de aquí, nadie sabe a ciencia cierta que ocurrió. Si, puedo darles un dato más: Encontraron el cuerpo de una mujer totalmente mutilado. Algunos dicen que la hija, acabó con la vida de su madre en un ataque de ira. Otros afirman que la madre mató a la hija. Todos en el pueblo coinciden que actualmente esa casa está embrujada. Por las noches, una mujer toda vestida de negro que se convirtió en una muñeca de porcelana, se lamenta de dolor y grita desesperadamente para que alguien le abra la puerta.


*La Leyenda de la Serpiente Blanca, es una leyenda china que narra la transformación de una serpiente en una joven, su matrimonio con Hsu Hsien y el trágico final. Así que usé una interpretación libre de esa leyenda en el romance de Julie Wu.
*En China utilizan imágenes de Dioses en las puertas para proteger de que entren los malos espíritus. Chung kuei: espadachín chino, con una espada en su mano y un murciélago en la otra, protector contra demonios. ( También se usan estatuillas frente a las puertas).
*anillo ch'ih you: anillo de jade.

Texto agregado el 06-11-2009, y leído por 313 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-11-2009 es interesant el planteo gral.de la historia, y sobre todo como relatas la relación entre ambas mujeres... sl2d 1geisha
27-11-2009 Tienes una narrativa un tanto confusa, por lo que hay que leer lenta y calmada. La historia de estas dos mujeres es quizàs la vida de muchas que la pasan igual, y los muertos y frascos con sustancias viscosas son todos esos traumas y limitaciones de la vida cotidiana. La otra historia, no la pude leer, no por lo extenso, sino por sus cambios abruptos e imàgenes de ficciòn que no van mucho con lo que me agrada leer. Bueno pues. Interesante narrativa. Te saludo.- rhcastro-
26-11-2009 Triste vida la de Julie Wu, deambulando como un fantasma por la vida, debió pagar bien sus pecados. Dejas el final en el aire, juegas con la confusión, sobretodo ese último elemento, el sótano, no termino de comprenderlo bien. Es triste pensar que la pobe Jullie seguirá vagando en un limbo cubierto de telarañas. Selkis
 
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