Después de la nada, todo
Mirando las agujas negras del marcador, me siento para ver pasar el tiempo. Nada expresa tanto el rodar de las horas como esa silueta medio inflada, cuya sombra el candil proyecta sobre el techo y en su tembloroso devaneo parece acercarse, después se aleja para luego repetir su escalofrío.
Hoy he vuelto, después de varias semanas, a la oficina aquella adonde me hicieran rellenar un documento con mis datos personales. Nombres, apellidos, fecha y lugar de nacimiento, etc, etc. Cuando llegué a la línea de la profesión, titubeé, primero porque me dio miedo poner mi verdadera profesión y luego, porque la incertidumbre de lo que sería mi porvenir, después de ello, me incitaban a ser prudente. Busqué desesperadamente lo que podría poner en aquellas líneas por rellenar, cuando una vocecita interior me sopló...” enfermera en geriatría”.
- ¿Adónde trabaja usted?
- En la capital, pero ya la clínica no existe más.
- Ah, comprendo...¿y sus papeles?
- Pues se perdieron con lo del temblor...
- Ah bueno, habría que ver si existe la posibilidad de encontrar algo que haya subsistido después del temblor...¿comprende?...por el momento le daremos un ticket para sus mínimas necesidades y después de que acabemos las investigaciones de nuestra parte, procuraremos hallarle un trabajo ¿vale?
Salí de la oficina para sumergirme en aquel barro que lo había invadido todo.
Nada subsistía de lo que había sido el parque de atracciones. Nada de lo que representaba las autoridades civiles y eclesiásticas, frente a lo que algún día se había llamado “Plaza de la Victoria”.
Ahora, todo aquello no es más que un hoyo profundo, en cuyo fondo nadan cangrejos, serpientes y renacuajos. La vida que ha sido, se ha fugado hacia otras latitudes.
Mochila al hombro me voy explorando la selva impenetrable de los secretos. Antiguos secretos, civilizaciones desaparecidas o por desaparecer.
El cielo límpido de las islas lejanas, canciones y danzas milenarias, me arrebatan con su música. Los pastores que regresan azuzando sus rebaños no saben nada del tiempo que pasa, para ellos no hay horas, ni minutos, ni segundos. Las puertas del tiempo terrestre sólo sirven para los que vagan en les esferas urbanas, donde las fábricas disparan sus chimeneas tiznando el aire. No hay vientos, ni aluviones que vayan a interrumpir los vómitos negruzcos de la vanidad humana. Allí el tiempo lo rige todo.
Me adentro aún más por las verdes praderas, por los campos rubios de trigales, entre las filas erguidas de las vides. Todo es sereno, límpido. Todo huele a naturaleza. El trino de un pájaro me invita a volar con él. Y allá voy, hasta más allá de las nubes, hasta el confín del universo para confundirme con las estrellas.
- ¿Dijo Ud. que su clínica ya no existe más?
- Sí, desapareció con lo del terremoto.
- Hemos podido localizar unos locales que podrían haber sido lugares de reposo, u hospitales geriátricos, pero no corresponden a su descripción.
- La mía, bueno, adonde yo trabajaba, estaba en la Gran Avenida. acogía ancianos de familias pudientes. A lo mejor alguien podría acordarse...digo...si todavía hay ancianos en vida...
- No sabemos si podremos ubicarlo todo en este mundo patas arriba. Tome, aquí tiene una dirección de alguien que necesita una enfermera de vigilia.
Mi mochila lleva lo estricto necesario. En ella caben mis sueños, mis anhelos, no hay lugar para mi angustia o mi dolor. Tengo que seguir caminando por donde quizás aún nadie ha transitado. Me voy mirando el futuro, buscando las huellas del tiempo que todavía no ha pasado. Guy me mira, me escruta, me examina desde su órbita lejana. Me toma de la mano, me tira hacia él para ayudarme a dar el salto que me hará cruzar el agua que corre a mis pies. Su mirada es de un azul profundo. En ella me zambullo y no quiero salir a la superficie. Quiero quedar en inmersión, en afné,¡ tengo tanto espacio en mi mochila que en ella podría caber el océano de sus ojos!.
- Vengo de parte de la compañía.
- Ah, sí, reclamamos para que nos mandaran a alguien que pueda ocuparse de la vieja.
- ¿Es impotente?
- No, o...a lo mejor sí...no estamos seguros de nada, desvaría un poco..¿me comprende usted?
- Hace mucho tiempo que no he vuelto a practicar mi profesión. El terremoto...
- Sí, Ud. no es la única a la que ocurre algo así. Todos hemos tenido problemas con estas sacudidas que nadie sospechaba, o a lo mejor que el gobierno sí se esperaba, pero nada dijeron, para no alarmar a nadie...en fin ¡ el mal está hecho y bien hecho ! ¿quiere ver a la vieja?
- Es preferible que tengamos un contacto antes, a ver si me siento capaz de aceptar el puesto.
- Vale, es usted muy honesta. Otras hubieran aceptado el trabajo de inmediato, para no tener que andar vagando por ahí. Venga se la voy a presentar.
La pieza es amplia, fresca. El barro parece no haber penetrado los muros. Un lavatorio de cerámica refleja en el agua un mosaico pintado en el cielo raso.
- Pase, ¿es Ud. la que viene a ocuparse de mí?
- Sí...bueno, vengo para que me conozca primero. Me llamo Sibila.
-Yo, yo soy la vieja. Así me llaman todos. Y vieja sí que lo soy...¿cierto?
Una mueca, quizás una sonrisa estira los labios marchitos, resecados por la sequía de los años.
- Aquí estoy desde hace...ya no me acuerdo cuántos años. Y poco importa, puesto que el tiempo ya se detuvo entre estos cuatro muros.
La miro y escucho tratando de captar lo que podría interesarle. No sé todavía si podré ocuparme de ella. Parece una muñeca desteñida, olvidada en el fondo de un maletín, en un oscuro rincón de un desván.
-Cuando todo se movió allí afuera, yo les dije que el mundo se estaba acabando, pero nadie me quiso creer. Les grité primero que la luna se derrumbaba, luego que el sol se apagaba, pero nada..¡todos sordos...sordos y ciegos!
Sus manos revolotean tratando de seguir el ritmo del discurso. Uno de sus brazos se yergue indicando un punto desconocido en el horizonte, sus labios remueven, su boca se tuerce...su relato termina con un lastimero quejido.
- ¡Ay, y las flores, todas las flores del jardín ! ¿por qué ya no existen más?, dime niña ¿lo sabes tú? -. Yo, la escucho de lejos, su voz se desgrana en la penumbra de un cuarto. “Es el cuarto de los secretos”, me murmura una voz tenue, medio ahogada por las tinieblas. Y marcho por un corredor oscuro, voy hacia el cuarto de los secretos, allá descubriré cosas que nadie sabe ni supo nunca. La abuela me mira de lejos. Sus labios se mueven como rezando en silencio. Sus ojos fijan un punto invisible, lejos de todo, inalcanzable para todos, salvo para ella, la vieja, la enjuta, la sobreviviente de un mundo desaparecido.
Y este frío que de repente me invade, me aprisiona poco a poco, como si de repente el tiempo cambiara y fuera a llover. Como los pálidos inviernos en torno al brasero, donde era imposible caminar más de algunos metros sin que el frío lo petrificara todo. Tiritando trato de acurrucarme. ¿Dónde estará la abuela? Recién me preguntaba por las flores. Como la muñeca desteñida que es, ya se metió en su maletín, ya no quiere que me ocupe de ella. No me queda más remedio que marcharme, alejarme de este barro, de aquellas cosas desaparecidas, de aquellas plazas huecas y mal olientes. El mundo entero huele a carne podrida, a muerte no enterrada, a cuerpos mutilados y putrefactos. Trato de dar un paso, pero no logro esbozar un movimiento. Algo suena a mis oídos, un bip-bip, es un ruido que no me es desconocido, un sonido que gotea, que se alza y luego cae como una bocinilla suspendida en el aire. El aire…tengo que respirar más profundo. Si el aire se aleja antes de que yo pueda alcanzarlo, estaré perdida, sola en la oscuridad, sin el soplo del aire. Vuelvo la cabeza para tratar de acercarme con la mirada al cuarto de la vieja. Mis manos escarban las tinieblas en las que me adentré por simple curiosidad, tengo que desandar el camino ya andado. Estoy muy lejos de todo. Siento que la oscuridad se hace menos espesa. Volveré a respirar si salgo de aquel pasillo largo y estrecho, de aquel pozo profundo. El ruido que escuché antes se halla cada vez más cerca, ahora es algo nítido, la bocinilla me atraviesa los tímpanos, quiero imitar aquel ruido, quiero silbarlo, como cuando pequeña imitaba los silbidos del pastelero que acompañaba algún bolero de moda. Ahora ya respiro. El tiempo se disuelve, las horas se desgranan, la claridad vuelve y con ella las voces, los pasos de alguien que se me acerca, que trata de alcanzar mi cuerpo para que éste no desaparezca por completo, tragado por el pozo que huele a muerte.
Pero yo no quiero que me atrapen, no quiero que sepan que fui yo la que apoyé en el botón rojo del laboratorio. Ya no soy más yo, es por eso que quiero ocuparme de la abuela, de todas las abuelas y abuelos. Quiero disolverme en la nada, buscando a Guy y a todas esas civilizaciones de las que un día me habló. ¡Llámenlo, por favor! ¡ Llamen a Guy!
Señora ¿me oye usted ? Señora. Ya está, ya va emergiendo. Señora, Señora…Llamen al doctor, que ya despertó. Señora…
Abro los ojos : - ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? ¿Dónde está la vieja ?
¿La vieja ? ¿Estaba usted soñando?
Sí, la vieja que tengo que cuidar se perdió en el cuarto oscuro
No se preocupe más, ya está a salvo. Ahora habrá que descansar y olvidarlo todo.
¿Olvidarlo todo ? ¿El terremoto, la abuela, el cuarto oscuro, la gente aquella y todo lo ocurrido ? ¿Cómo podría olvidarlo ?
Sí, hay que olvidar y dar gracias a Dios que el camión frenó, aunque no pudo evitar el choque. Usted está entera... - mueca contrita de la enfermera – pero tendrá que ir a ver su seguro, por si consienten un pequeño reembolso de su coche, enfin...del pedazo que queda de su coche...
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