Estuve pensando durante demasiados años el momento en que debía escribirte, o el momento adecuado para contarte mis anécdotas, mis pesares, mis andanzas, y una cantidad de posesiones que me han ocurrido a lo largo de mis ya bastantes días de existencia.

Es más, en estos momentos en que me encuentro en este parque para poder inspirarme con su ínfula de verde, y su omnipresencia me desborda la seguridad de que estarás alegre de leerme aunque sea tan solo un par de caracteres a la distancia.

Quizá me estoy explayando en demasía por lo que intentaré retomar mi idea antes de terminar siendo lo lacónico que suelo ser cuando te invoco por teléfono.

Hoy cogí el periódico y me enteré que en América Latina uno de cada cinco habitantes no poseía el acceso a la tan anhelada agua potable, ¡válgame dios! en el momento en que no me tocó vivir semejante sufrimiento, si supieras lo que tardo en bañarme y en impulsarme la energía matutinalmente en mis baños. Pues resulta que me conmovió de tal forma y caí en el conocimiento de que ese hermoso paraje verdoso del mundo poseía la grandiosa cifra del cuarenta por ciento del agua dulce disponible en el mundo, comprendí que algo estaba ocurriendo y que algo andaba mal.

Quizá no lograré transmitirte mi mensaje, pues sé que estás muy atareado con tus quehaceres domésticos y profesionales, probablemente ni siquiera te alcance a llegar esta humilde misiva, pues creo que no anoté muy bien tu dirección postal.

Pero sólo te escribo para mencionarte que es el momento en que tratemos por un momento siquiera de recapacitar hacia dónde estamos caminando, pues desde ahora creo que es el momento, recuerdas cuando en aquellos años de tu infancia me repetías pertinentemente que fuésemos realistas y que pidiéramos lo imposible.
Pues bien, te sigo.