Son estas las mejores noches, las de los viernes, sin el fantasma del madrugón ululando cercano, nada que venga a despertar el día siguiente, nada en la cabeza, nada en el resto del cuerpo. Las horas de desvelo se hacen mejores y más intensas, más violentas porque no hay que poner límites ni frenos.
El cansancio y el sueño no son escollo, son aliciente para continuar un soplo más, provocación para el placer del no acabar, del no fin, y estímulo para el no te vayas de mi lado esta noche.
Y no te vas, claro, ni quieres hacerlo. Yo sigo aquí, bajo el paraguas de las estrellas, dando la espalda a la luna, que me susurra versos sin rima, y me abraza por detrás y me llena de besos el alma y el entendimiento, hasta que ya no distingo, ¡¡qué voy a distinguir!!... Todo a mi alrededor es una mezcla de vino y brazos, de miel y ojos, bocas y fresas, dientes y olor a borrachera, ... y besos que se me escapan como un vómito desde más abajo de la garganta, desde muy dentro, que no los puedo controlar, y aterrizan violentos sobre tu pelo algunos, otros sobre tu piel, que me sabe a melón y a leche condensada, y huele dulce, dulce, como un perfume espeso de nardos y jazmines. Algunos se dan de bruces con otros besos, los tuyos, que se abren paso rabiosos, suaves, claros, rojos, sonoros otros, ...cada uno en su estilo, cada cual en su momento.
Y no se acaban, qué ricos estos besos, antes te quedas dormida que se seca esta fuente. Ahora brotan lentos, suaves, adormecidos, son un pequeño arroyo de agua cálida que se desliza en el sueño, entrando por tu oído y a través de los párpados, ya caídos para blindar ese sueñecito frente a la claridad que asoma lentamente....
...parece que se ha hecho de día. |