Aquí estamos,
“las masas” nos llaman,
tenemos las mil y una caras de la penumbra,
somos los cientos de rostros sofocados por la ubicuidad de las armas.
Estamos dispuestos a sacrificar el miedo por venganza,
y a parir a nuestros hijos a la sombra de un ventanal destrozado.
No tenemos nada que perder excepto la sonrisa desgastada,
excepto la gran acumulación de noches de ojos abiertos
y la multitud de muertos arrumbados en el alma.
Creemos que lo justo no se mide en onzas
y que la miseria es verdad debajo de las camas.
No tenemos niños para los altares
ni hombres para las trincheras oligarcas,
estamos de pie a pesar de la vida,
resueltos como madres,
y no tenemos miedo porque no nos queda,
tampoco tenemos cañones,
sólo piedras asesinas, y un rencor amaestrado.
Ahora vamos por ustedes,
a recorrer con pasos gigantes sus suelos vitrificados,
sus sedas hechas cortinas
y la comida desperdiciada sobre los muebles,
buscamos senderos y atajos que fueron expropiados,
buscamos los cuerpos de aquellos que murieron primero,
y a cualquiera de nosotros que esté todavía arrinconado.
Vamos a cambiar las cosas,
al menos vamos a teñirlas de sangre,
al menos nos van a escuchar
como si fuéramos un cántaro de barro en la lluvia,
un disparo de hambre en el silencio,
un silencio de cobre en medio de la lucha.
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