Los dioses caprichosos del multiverso volvieron genio al Sekitori Hiroshi Taka Taka, el afamado peleador de sumo al que embutirían con esfuerzos en su lámpara en tanto le informaban de su futura labor para purgar una vida dedicada a la gula en aras del perfeccionamiento de su arte.

Pero los dioses no contaron con la obsesión por el sumo de Hiroshi Taka Taka, y sólo hasta mucho después supieron que el susodicho en vez de conceder deseos metía en su reducto a todos los gordos que frotaban el artilugio de marras, para entablar peleas singulares donde arqueaba las piernas, extendía los brazos y alzaba una y otra piernas sobre el piso con el garbo de una criatura mitológica.

Al saber del desacato, los señores del multiverso liberaron a los gordos apretujados mientras sacaban a Hiroshi Taka Taka de su minúscula fortaleza para convertirlo en un robusto hipopótamo.

Pero al Sekitori no le importó su prestancia paquidérmica y tiranizó a los demás animalotes que dejaron de revolcarse con modorra en el lodo, alertas de los instantes en que Hiroshi Taka Taka arremetía contra ellos luego de rascar el suelo como toro de lidia, evocando con nostalgia su remota gloria en los dohyós atascados de mil espíritus kami.

Los custodios de los arrozales no pudieron redimir a Hiroshi Taka Taka y lo transformaron en el genio Hotei, quien al paso del tiempo dejaría su pose búdica para azotar los pies plantígrados en su legendaria postura de combate capaz de importunar a unos demonios subterráneos que ya han considerado la torpe posibilidad de recluirlo de nuevo en una lámpara maravillosa.