Fue un lunes, mientras Elena la bibliotecaria, ordenaba los libros que habían devuelto los lectores el día sábado. El lugar era muy concurrido y como sucede habitualmente, muchas caras se repetían semana tras semana.
Un cartel detrás de su escritorio rezaba: "Se reciben donaciones de libros" y en letras más pequeñas, "preferiblemente en día lunes".
Esa mañana, entró al lugar una viejecita acompañada por un joven que portaba en sus manos una gran caja repleta de libros.
Dirigiéndose a Elena le dijo: "Niña, hace años que no vengo por acá pero siempre pensé en donar mis libros a una biblioteca, ya mi vista no puede disfrutarlos, pero mi corazón los recuerda a todos por haberlos leído tantas veces"
Con un gesto la viejecita indicó al muchacho colocar la caja sobre el escritorio, brindó sus datos personales y sin aceptar el agradecimiento de Elena, dio media vuelta y se retiró.
Desde la puerta, y casi saliendo del lugar le dijo a la joven: "Entre ellos hay solo un libro que no he leído, se lo regalé a quien fue mi único novio y al separarnos, por esas cosas tontas de la vida, me lo devolvió y cuando lo hizo lo guardé sin abrirlo siquiera"
Elena terminó con su tarea ya iniciada y luego decidió clasificar la donación recibida.
En su mayor parte libros de poesía romántica, novelas y cuentos cortos pero todos con un común denominador. El amor.
Todos evidenciaban un desgaste natural por sus frecuentes lecturas. Sólo uno era diferente en ese aspecto. A pesar de su lejana fecha de impresión, Elena dedujo que ese debía ser el único cuento que no había sido leído por la anciana.
Lo abrió, y al hojearlo se encontró con una carta cuidadosamente doblada. Su primer sorpresa fue al leer que estaba dirigida a alguien con el mismo nombre que la viejita.
Comenzó así su lectura tranquila y pausadamente. Disfrutaba cada línea que leía y llegó a emocionarse cuando leyó un párrafo en que describía casi fotográficamente a una mujer que ya, no le quedó duda a Elena que se trataba de la anciana.
Quien la escribió, le pedía en esa carta perdón por no haber sabido corresponder su amor y juraba que la querría por siempre, fuese cual fuese su destino.
Elena, emocionada y casi llorando, tomó nota de la dirección de quien había donado los libros y al salir del trabajo fue a verla, llevando consigo el libro y su preciado contenido.
Llegó a casa de la anciana que sorprendida por la visita y sin preguntar que necesitaba hizo pasar a Elena invitándola a compartir un té.
Elena le relató lo sucedido y a pedido de la mujer le leyó la carta, mientras lo hacía, por el laberinto de arrugas del rostro de la anciana se escurrió una lágrima que intentó inútilmente detener con su mano.
Se hizo un profundo silencio, Elena le alcanzó un pañuelito mientras la mujer con sus ojos celestes la miraba con calidez y ternura.
Dibujando una sonrisa en sus labios, le dijo: Señorita, usted ha transformado mi desdicha en dicha, y aunque él ya no está, algún día lograré encontrarlo.
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