Con aquellos jeans ajustados y sus zapatos de tacón de aguja parecía la golfa más bella y salvaje del bar. No dudé un momento en acercarme, necesitaba olerla, la pituitaria nos revela mucho de nosotros mismos; como un animal salvaje olisqueé su cuerpo, qué olor madre del amor hermoso, una mezcla a hierbabuena y tomillo, olía a limpia, a tía limpia, a coño reluciente. Su cabello rizado la asalvajaba aún mas, era morena y jaquetona. Observé detenidamente lo que solicitaba al camarero, café solo sin azúcar, que más podía pedir, guapa, golfa, limpia, salvaje y un ladito viril que saca a relucir ese toque bisexual del hombre moderno. No me atrevía a decirle nada, la puta timidez, ya se sabe, pero si faltaba algo, estaba allí, en su bolso entreabierto, un ejemplar de novela, en pasta dura y separador de tela, dios, amaba la literatura, golfa y culta como una profesora de universidad cuarentona. Todos mis flechazos son iguales, empiezan por la vista, siguen por la pituitaria y acaban por el amor a la cultura. Cuando se levantó y fue a pagar me armé de arrestos y dije:
- Disculpe señorita, si me permite.
- Lo siento-dijo- no admito invitaciones...
Me dejó cortado en dos, la vi girar y acercarse a la puerta, pero entonces ladeó su cabeza y me dijo:
- Si es capaz de ofrecerme una conversación inteligente...
Me levanté, le abrí la puerta y le dije:
¿ Ha oido hablar que si pierde la cartera y lleva el retrato de un bebé dentro tiene un veinte por ciento más de probabilidades de que se la devuelvan?
Sonrío como una salvaje golfa y culta, nos perdimos en aquel parque otoñal cubierto de doradas y crujientes hojas de castaños de indias... |