Era el último vagón, si no fuera por los árboles que se mecían y desaparecían en el camino no hubiéramos pensado que nos movíamos. Aquel par de cervezas sudaban al igual que nosotros con aquel sol de mayo, las regresábamos a la cubeta llena de hielo mientras nos decidíamos a hablar.
Temblaba lentamente tu labio, sabía que querías decir algo y lo reprimías junto a un gesto de desesperación. Te acercaste a la ventana y tu mirada se perdió, yo te veía y me perdí en ello.
Es extraño, seguíamos moviéndonos y sin embargo tú y yo no dábamos aquel paso. -¿Por qué es tan difícil?- finalmente acertaste en decir y terminaste tu segunda cerveza, yo sonreí nerviosamente y me recosté en la silla. -Sabes que no habrá retorno- respondí pasados un par de minutos. De nuevo noté que reprimías palabras mientras con tu puño golpeabas suavemente el vidrio, parecía que querías salir, tomar aire tal vez, correr, huir; pero ambos sabemos que no es tu costumbre, prefieres quedarte y dejar que tus pensamientos giren insistentes en tu mente, cual tornado que sólo desordena todo.
Brindamos de nuevo, tus ojos llorosos y mi indiferencia mal actuada eran los elementos que componían aquel cuadro que se dibujó el resto del trayecto. Deseaba que dijeras aunque fuera un –y que tal si...- pero no somos de esos, ese tipo de palabras se tragan.
Sentí eterno el camino, no sabía que decir, ni siquiera si era apropiado decir algo, sin embargo al llegar al final parecía que fue un instante (desaprovechado). El tren ya parado parecía indicarnos que nos fuéramos, ni tú ni yo hacíamos algo por levantarnos, sabíamos lo que seguía, algo en nuestra mirada desmentía nuestros actos. Un par de suspiros sincronizados antecedieron nuestra despedida, tomamos nuestro equipaje y caminamos hacia el andén. Teníamos que seguir.
Nuestro adiós se enmarcó con un apretón de manos, dudamos en separarnos, me abrazaste... te abracé. Callaste y callé, algo resbaló por tu garganta, más palabras que no escucharé, supe que fue la última oportunidad, tú tomaste el camino por donde el sol se escondía y yo caminé a donde tu sombra me señalaba, nuestros pasos se desvanecieron y la tarde murió.
-¿Y ahora qué?- se repetía al ritmo de mi palpitar |